EMANUEL MORDACINI .-
Un viernes por la noche Sara apareció en el restaurante.
-No lo sé, no la vi en todo el día -respondió.
Su presencia parecía una provocación, como si
estuviera sometiéndome a alguna clase de prueba. Nos sentamos en una de las
mesas, bien lejos de los oídos indiscretos de Ernesto y Rebecca. Destapamos
unas cervezas, bebimos.
-Tú tienes trabajo, Sara.
-Ya no, acabo de renunciar.
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Vivir de mis ahorros, dedicarme a escribir, no
sé, tengo muchas ideas en mente.
-A ella no le interesa un carajo de nada.
-Me gustaría conocer tu país, Sibyl, he leído
muchas cosas sobre Argentina.
-¿Escribes? -pregunté.
-¿A dónde quieres llegar, Sara?
-Me dijo que follas bien para no ser lesbiana.
-¿No entiendes o no quieres entender?
-Es especial ¿Verdad?
-Hola Sibyl –dijo y nos saludamos con un beso.
Su perfume me resultó delicioso. Tenía en cabello recogido y
no traía sus anteojos. Vestía unos jeans oscuros y una remera negra que acentuaban
su aspecto de bibliotecaria. Le pregunté qué necesitaba y ella respondió que
nada, que solo estaba paseando y se le ocurrió pasar a verme.
-¿Y Leyre? -pregunté.
-Hoy fue un día de perros -dijo ella-. La bohemia es
deliciosa, pero no hace más que complicarte la vida.
-¿Sí?
-Sí.
Continuamos bebiendo. Los ruidos de Ernesto y Rebecca
llegaban desde el fondo.
-Estaba harta -prosiguió-.Y mi jefe era un condenado imbécil,
no podía permanecer allí un minuto más.
-¿Lo sabe Leyre?
-Ustedes viven como si todo les resbalara –dije-. En
Argentina vivir así es un auténtico disparate.
-Es muy diferente a esto.
-Lo imagino.
Aunque no me resultaba claro que buscaba Sara, sospechaba que
algo se traía entre manos.
-Así es, escribo desde hace tiempo.
-¿Y qué escribes?
-Narrativa, principalmente cuentos, tengo planeada una
novela, pero aun no me animó a darle forma.
-Escribir novelas es complicado -afirmé-. Con los cuentos uno
sabe a qué atenerse: la idea, el argumento, el esquema básico, todo está ahí,
lo único que hay que hacer es ir armando el asunto, moldear la historia a medida
que la narración avanza. Escribir cuentos es un acto espontáneo, todo se va
dando naturalmente.
-Tengo varias novelas en la cabeza –dijo-, pero todos mis intentos
van quedando truncos. Mi cesto de basura está lleno de capítulos inconclusos,
todavía no siento la chispa de la novela, todavía no siento la pulsión.
-Escribir es una mierda, ¿no te parece?
-Sí, pero es mucho mejor trabajar en una oficina.
Reímos. Si se esforzaba, Sara hasta podía resultar simpática.
De pronto me miró: sus ojos eran profundos y enigmáticos. Me puse nerviosa,
ella lo notó.
-Quiero que leas uno de mis cuentos -dijo.
-Lo voy a hacer -contesté.
-¿Te gusta Leyre, verdad?
Quedé tiesa. La rata de biblioteca se había transformado en
una loba hambrienta.
-Leyre me cuenta todo, no hay secretos entre nosotras.
-¿Sí? ¿Y qué es lo que te contó?
- ¿Cómo debo tomar eso?
-Tómalo como quieras, Sibyl, tómalo como quieras.
-¿Leyre sabe que estás aquí?
-Soy libre, puedo hacer lo que se me cante. En todo caso,
Leyre no tiene porqué enterarse.
-Intenta ser clara.
-Soy lo más clara que puedo.
-Pues no te entiendo.
Los ruidos de Ernesto y Rebecca se apaciguaron. La curiosidad
por conocer los motivos ocultos de Sara acabó por ganarme. Al fin me decidí y
solté la pregunta:
-¿Qué diablos es lo que quieres, Sara?
Me sentí traspasada por sus ojos, pero me mantuve firme.
- Desahogarme, solo eso –dijo-. Hay momentos en que los celos
me arrasan, Sibyl. La presencia de Leyre es demasiado fuerte, todo en ella es
ambiguo y peligroso. ¿Y sabes qué? Sé que es una verdadera puta, pero hace años
que me resulta imposible no sucumbir a sus juegos. Y a pesar de todo, la
quiero, la quiero mucho, más de lo que jamás podré querer a nadie, pero a ella
parece no interesarle. Nos conformamos con querernos de esta especial manera
nuestra. Y ahora estamos las dos fascinadas por ti, llegaste para llenar un
vacío que a nosotras mismas nos resulta incierto. Sólo Leyre pudo hacerlo
posible, solo ella es capaz de materializar un delirio semejante.
-Es única; un hada, una bruja, una criatura fantástica que te
hechiza y te encanta. Es imprevisible, violenta, desatada y al mismo tiempo su ternura
parece no tener límites. Es contenedora, comprensiva, suave. Todo en ella es
pura sensualidad, pura magia, no existe criatura más erótica que Leyre, no
existe nadie igual en todo el maldito universo, ella es todo eso y mucho más. Sibyl,
ella es total y absolutamente indefinible.
Miré fijamente a Sara, que estaba poseída por el recuerdo de
Leyre.
-Tú le gustas –agregó-, ella está todo el santo día hablando
de ti, ella te necesita.
- ¿Te lo dijo? -pregunté.
- ¿Acaso no me oíste?
Intenté guardar silencio, pero fue imposible.
- Yo también la necesito -susurré.
Los ojos de Sara eran fuego puro, las distancias entre
nosotras se estaban acortando.
- Debo irme -dijo.
La acompañé hasta la salida. En el pasillo nos miramos:
estábamos muy cerca una de la otra. Yo estaba borracha de su puta fragancia.
Fue solo un segundo. Acerqué mis labios a los suyos y ella no opuso
resistencia. Abrió la boca, unió su lengua a la mía. Estábamos a oscuras:
nuestros cuerpos chocaron, chocaron nuestros rostros y todo lo que restaba de
nosotras. Me abrazó por la cintura y me empujó contra la pared del estrecho
pasillo. Su cuerpo me invadió como un espectro nocturno. Fue un beso salvaje y
desesperado, muy diferente a los de Leyre pero igual de intenso. La aferré del
culo casi hundiendo las uñas a través del pantalón. Sentí los suaves contornos
de sus nalgas. Ella me mordió el labio inferior, yo gusté su saliva mientras
jugaba con la lengua entre sus dientes. Los murmullos de afuera llegaban a
nosotras como remotos gorjeos. Por fin nos separamos; mis labios latían, apenas
si podía respirar. Sara estaba rozagante. Dio media vuelta y se marchó
dejándome un saludo tenue. Su misterioso perfume, su violenta fragancia
permaneció en mí incluso después que ella ganara la calle y se perdiera entre
la gente.
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