Hacer dos cosas al mismo tiempo. Sentir y pensar. Ser y estar. Caminar por las dos orillas. De la vertiente, del río, del océano. Siempre complementar. Siempre sumar. Nunca cansarse de dar una mano, los pies, la piel, el corazón, el hombro. Valorar lo propio, el origen, la memoria, la trama que nos liga y nos enlaza. Nos ampara. Nos hermana. Desmontar el lenguaje que oprime el alma. La derrota sólo existe si la nombramos. No huir de nada: ni del camino, ni del destino, esa batalla. No huir de nada: menos del mundo. Hay que ir a encontrarlo. El mundo como huella y encanto de lo propio. El mundo como dolor y desafío, como parto, como correlación de fuerzas, en busca de ese desenlace que fertiliza, que vuelve, que siempre procura esperanza.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 24 de diciembre de 2017
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