Borges y los Otros

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Algunas letras en torno al gran autor argentino, magnífico creador en sí mismo, pero también arduo alumno y maestro en relación con otros autores. No hay instante en que sus líneas o palabras no refieran un antecedente, argumentación a la vez enigmática e indispensable, como si fundara sus bases en un peso cultural colectivo.

Hay que entender a Borges como a un todo en el que las partes se aúnan y resultan en piedra filosofal digna de Paracelso. Borges es hierro transformado en oro, amalgama, síntesis, unidad, escritor cuya versatilidad de enciclopedia le permite husmear los recovecos de cualquier cultura. Reconoce que su libro de cabecera-digámoslo así- es la Enciclopedia Británica. Ahora bien, conocimiento tal es, a pesar de su riqueza, moderado, de amplitud limitada. Lo mágico en él está en que nunca sabremos si en su extenso marco de referencias ha indagado a profundidad o sólo ha aprendido lo suficiente para capear los vientos en un mar cuyas tormentas son en esencia superficiales, o, aclarando, en un mundo de escaso saber y menor entendimiento.

No suponemos que Borges finge. Su arte de manipular el conocimiento no es menos que su arte creativo. Su imaginación sólida, su fantasía feraz. Y si bien puede trashumar con lujo por la diversidad terrestre es sobre todo hombre de elección y se centra en aquello que ama: Inglaterra, los Estados Unidos, la cabalística judía, la trama y el hilo policial.

Idolatra a Poe mas al mismo tiempo rescata la argentinidad en autores que como él provienen de un mundo selecto: Güiraldes, Lugones, mientras ahonda en los arcanos del poema argentino, de la patria en sentido amplio, cuando estudia el Martín Fierro. A pesar de ello hay desdén por la historia; detesta a Ramírez, a Bustos, a Rosas, la imagen del caudillo pampeano de nombre altisonante; pero su desprecio eterniza en verso a aquellos que quiere disminuir: Facundo se torna como nunca en el Tigre de los Llanos cuando Borges, describiendo la matanza de Barranca Yaco, anuncia que el General entra en la muerte con degollados de escolta. Un drama histórico a lo largo del siglo XIX que delineará la nacionalidad argentina, la suya propia ya que en su padre hay remanentes de aquella gloria brutal, que el poeta no olvida, y que lo ligan para siempre a esa tierra... y a la épica.

La pampa, la guerra civil, la lucha contra el indio es su Ilíada personal. Lee a Estanislao del Campo y en este autor la conquista del desierto deja de ser mera excursión de castigo a gente primitiva. Los pampas tienen una estructura jerárquica, una cultura; hay reyezuelos y dominios y, de vez en cuando, acciones o actitudes que los equiparan con los héroes griegos.

Ginebra y Praga para Borges, pero Buenos Aires por encima de todas. Sábato se refiere con cariño al Borges que le enseñó a amar sus piedras, sus edificaciones mohosas de dandys y compadritos. En ningún otro autor de su clase y su generación existirá con tal soltura (melancólica) la presencia argentina. Quien se dice heredero de multitud de sangres no deja de ser un gaucho sentimental, un inmigrante aferrado a la inmensidad del vacío.

¿Quiénes son los Otros en Borges? La pléyade de autores, en buena parte ignotos, olvidados, trágicos, desconocidos que elige y resucitan por él. ¿Aversión a la fama? podría ser la pregunta de rigor y creo que sin respuesta. Tal vez la certeza de que aquellos que se mueven en la oscuridad y la desdicha son mejores testigos presenciales, porque lo que se ve nunca es, pero sí lo que se esconde.

La piedra fundamental de la nueva biblioteca de Denver lleva su famoso verso "Yo, que me figuraba el Paraíso/Bajo la especie de una Biblioteca". Así él, piedra fundamental sobre la que crecen espectrales los libros: Marcel Schwob, Lord Dunsany, Gustav Meyrink, Thomas De Quincey, León Bloy, William Blake, Emannuel Swedenborg. Rescata el Canto del Dios, el Bhagavad-Gita de los hindúes, que ojalá -posible- leyera en la versión de Christopher Isherwood.

Sus autores predilectos son como sus personajes, siempre hay algo de sombrío en ellos. Y cuando no crea, traduce, siguiendo el ímpetu de su búsqueda por aquello que nos es ajeno. Se adentra en la mitología teutona, los dioses nórdicos que parecen suyos; hay fatalismo: Odín, dios de dioses, será devorado por el lobo Fenris en una transfiguración del mundo. Posiblemente inspirado en Kipling retornará en boca de Snorri Sturluson a desembarcar en las costas de América y espantar a los nativos con mugidos de animales horrísonos: vacas.

Volodia Teitelboim dice en alguna parte de Los dos Borges que Borges nunca fue estimado un modelo ético pero sí un paradigma estético. Creo que no quiso ser ni uno ni otro y sus opiniones cargaban más el peso de la individualidad que de la convicción, terreno fértil para errar. No se juzga aquí al escritor que accede en su ceguera a participar en un acto auspiciado por el Gran Ladrón, Pinochet. Se recuerda al poeta ciego que -mi amigo Juan Araos entre el público lo confirma- revive a Homero.

Hay quienes desean desmerecer su ser argentino, muchos incluso dentro de su país. Decir que era extranjero no implica nada y si bien no es difícil hallar similitudes de su obra en libros lejanos, no tiene mayor significación porque Heródoto no es lo mismo que Henri Michaux ni el dolor de Arjuna es el de Gilgamesh. Volvemos al principio: el autor entre, en, parte y división de dos mundos.

Pierre Drieu La Rochelle publicaba en L'Intransigeant, el 6 de enero de 1934, un texto de su visita a Buenos Aires y contaba: "Mi poeta (Borges) caminaba a grandes pasos enloquecidos. Me paseaba entre su desesperación y su amor, ya que amaba esta desolación con la que había llenado su corazón."

29/06/06
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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), junio, 2006, y en el blog del autor, Le Coq En Fer (24/3/2012)

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