Roberto Burgos Cantor
Ahora, otra vez, el voto. Símbolo sagrado del sistema político y de cuánto exige modalidades de la representación. Delegación limitada de la voluntad. ¿O declinación?
Medida de aceptación o rechazo. ¿O indiferencia? Otro elemento del mercado devorador o apresurada decisión por cálculo o castigo.
Otra vez. Discursos altisonantes. Repetición de ofertas cuyo incumplimiento nadie divulga. Largas correrías de Onésimo Sánchez. Camisetas. Banderolas. Apretujones. Heroísmos callejeros. Y después el aumento del vacío del alma despojada ya de vergüenzas. Fragmentos de una sociedad inconclusa que oscila entre el cinismo y la oportunidad del desquite. ¿Se sabe qué queremos?
Aún se proponen a merecer el voto la cáfila de acomodaticia ética que logró articular sus intereses pecuniarios personales, a los valores supremos de la civilización y a principios insondables de su culto religioso. Por ellos, afirman con desfachatez, hasta mato. Y si: lo han hecho. Sangre derramada que genera venganza y acto que ruega justicia.
En medio de esa adversidad que descorazona y pone la vida de muchos contra la pared que separa del abismo, hay seres que han logrado alientos virtuosos y ofrecen palabras nuevas que muestran conceptos razonables para salir del hueco irrespirable. Sería deseable que los jóvenes que se inscribieron por primera vez en los registros electorales, más de un millón, y que quieren estrenar su cédula de ciudadanía, no con la agresiva solicitud de la autoridad para que se identifique, pero si con el riesgoso acto de votar, consideraran las propuestas de sus contemporáneos. A lo mejor empiezan a limpiar el procedimiento gastado de vender la voluntad.
Mi edad corresponde a un tiempo en el cual los descalabros de la ilusión, el abrupto arrebato de tanto por lo cual luchamos, vacíos de sueños, nos arrojaron a una tumba con respiradero. La tradición de trampas, picardías, corruptelas del sistema electoral nos apartaron de él. Creímos que abstenerse limpiaba las manos y la conciencia. Pero la historia no perdona. Al lado de las nuevas voces, no las dejemos solas, por favor, se levantan las antiguallas de un mundo que esperábamos superado.
¿Nueva ilusión? Es posible. Apostemos al riesgo.
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