Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En 1985, desembarazada a medias la Argentina de su casta militar, dos músicos, León Gieco y Gustavo Santaolalla, efectuaron un viaje entre los extremos geográficos del país: Ushuaia al sur, y La Quiaca, frontera con Bolivia, a manera de presentar un país desconocido a los habitantes de las grandes ciudades y para, de manera ideal, reconstruir una nación afrentada por una secta de asesinos y ladrones. El viaje, se entiende, significaría también una búsqueda particular de los "orígenes" de cada uno de estos artistas, los de la tierra que los vio nacer y que los acogió a pesar de su sangre inmigrante. Ambos ya eran famosos; lo serían aun más: Gieco en la Argentina y Santaolalla internacionalizando su música de avanzada en campos como el cine.
Recibo de Buenos Aires De Ushuaia a La Quiaca, colección de cuatro discos compactos con motivo de tal aniversario. Había conocido parcialmente la obra, dos volúmenes, en el vasto inventario que tenía en 1989 Tower Records en la bella Washington, Distrito de Columbia. Relativamente nuevo en el ambiente norteamericano, ya lindando el otoño con lloviznas que le dan tinte europeo a la ciudad, De Ushuaia a la Quiaca me tocó en lo profundo la lejanía de la tierra. No pensaba en Argentina, que por madre me pertenece, sino en Bolivia ya que buena parte de los temas ejecutados transcurren en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, cuya faz no puede deslindarse de su vecino al norte.
El sur fue región de exterminio. Poco queda de las etnias originales que podrían haber prestado a Gieco parte de su heredad cultural. No había mucho -sí poner énfasis en la presencia- que recuperar del pasado. Por ello, en la Tierra del Fuego, a orillas del Pipo, Gieco canta junto a Isabel Parra En la frontera, como símbolo de unidad americana donde reina el silencio -que es uno- y brilla en la bruma el faro del fin del mundo. De la pampa se puede afirmar lo mismo que de la zona austral. No quedan vestigios del recuerdo. No sé a ciencia cierta cuánta música tendrían los nómades araucanos, señores de allá.
En donde la obra se torna sólida es en el norte. Un alto en el oasis de Córdoba da como resultado la interpretación de cuartetos, que más que música nativa es una variante tropical, plebeya por naturaleza. El cuarteto, despectivamente llamado "de negros", siendo los "negros" la clase menos pudiente, era entonces, veinte años atrás, explosión de alegría popular. Es interesante oír a Gieco en las simplistas letras de esas canciones. El rock también viene del pueblo y traza sus ancestros en las raíces musicales de la gente común. No de otra forma nacen los Rolling Stones cuando en sus inicios se insumen en el blues con vertientes citadinas y campesinas reunidas.
De Córdoba a Tucumán y luego Santiago del Estero, núcleo de la argentinidad, donde encuentran la flor y nata del folklore nacional, grabando, a veces de forma rudimentaria, hermosas canciones de ayer, como la Zamba de los yuyos, de los hermanos Ábalos, grandes carperos de Salta, en casa de María Luisa Paz de Carabajal con un elenco sugerente: Peteco Carabajal en violín y voz, Rubén Palavecino en guitarra, Gieco, Santaolalla y otros.
Una escapada hacia el oriente resulta en clásicos chamamés: Kilómetro 11, del inolvidable Tránsito Cocomarola, grabado en los bordes del río Miriñay de la histórica Corrientes.
Salta: de zamba y vidala y baguala, de timbres de voz humana como elemento básico del arte, igual en Jujuy que en el Chaco, en Tarija, que esta tierra es una y no dividida.
Con "B", los Beteranos de Tilcara ejecutan aires bolivianos, zampoña y tambor, sikuris que desafían la monotonía del altiplano, que encajan en la multicolor estampa de Humahuaca, en el pueblito de Iruya que bien podría ser Potosí.
Gieco se encuentra a sí mismo en este ejemplificador viaje de solidaridad y belleza, de arte y libertad, que de algún lado venimos y mejor es no olvidarlo.
11/05/05
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba, mayo 2005), y en el blog del autor, Le Coq En Fer (30/11/2011)
Imagen: León Gieco en Iruya
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