Miguel Sánchez-Ostiz
El Capricho*: ese escenario de lujo donde el relato de las cosas y las vidas de los ricos, sostenido en el arte de birlibirloque, es el espectáculo: oh, las celebridades y asombros del pasado. Historia, poca, o mejor, ninguna, que esta acaba siempre arruinando el espectáculo.
Escribió E. M. Cioran en uno de sus Extravíos de juventud (ca. 1946): «Viendo la maldad de los hombres y la absurdidad de los acontecimientos, hojeando las páginas de la historia, triste hasta la indecencia, llegas a alimentar esa nostalgia, representada por las ambiciones del espíritu: la nostalgia de la banalidad»
El olvido es mi patria vigilada y aún tuve un país más grande y desconocido.
He retornado entre un silencio de párpados a aquellos bosques en
que fui perseguido por presentimientos y proposiciones
de hombres enfermos.
Eso escribió Antonio Gamoneda en un poema sombrío. No estoy nada seguro de poder compartir con él ni esa patria ni esos bosques enemigos.
Del jarro de vino que ilumina los caminos del domingo escribió Jorge Teillier, en un poema dedicado al recuerdo de su admirado René-Guy Cadou:
La poesía
es un respirar en paz
para que los demás respiren,
un poema es un pan fresco,
un cesto de mimbre.
Un poema
debe ser leído por amigos desconocidos
en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.
Lo releo en esta tarde de domingo, acordándome de los paisajes y escenas de interior que el también chileno Jorge Muzam regala en sus Cuadernos de la ira y habla de «Sabotear el olvido»
Olvido de uno mismo, el más complicado de los olvidos.
* El Capricho: finca madrileña de la duquesa de Osuna, luego de los banqueros Bauer, Posición Jaca del Ejército de la República Española y hoy jardines públicos de Madrid.
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*Texto publicado originalmente en el blog del autor: Vivir de buena gana (23/2/2020)
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