Solo yo sé cómo extrañé el palpitar de la tierra ocre, la luna besando el cerro, el murmurar de la arena, la fraternidad de los líquenes, el abrazo con las retamas, la comunión infinita, estrellas, altares y wakas
Sólo yo sé de los puñales, afilados de ausencia, que me asediaron, que buscaron derrotarme, que insistieron en alejarme, en arrojarme lejos de mí, apartarme de la luz que colmaba mis ojos cuando me marché, luz de micas, luz que abriga, luz del cosmos…no pudieron profanarme, resistí
Con fuerza, empiezan a latir de nuevo, dentro mío, las montañas. Se agitan, se congregan, se encienden: marcan el camino. Despliegan ante mí su incesante fervor, su huella de dichas, su feliz amparo
Aunque aún estén lejos, vibran las piedras, vuelven a renacerme, a labrar mis manos. Oigo su murmullo como un cencerro que alerta, sana, guía. Las veo danzar debajo del sol que hacha, celebrando conmigo
Sueño. Sueño con los ojos abiertos. Despierto con el aire fresco que vivifica las quebradas. Bebo el agua resucitadora de los arroyos. Me enamoro de un cactus, solitario y altivo
Mis pies se ilusionan. Mi piel se tensa, estremece, cicatriza. Montañas, piedras, vizcachas, ríos, un cielo intenso, de regocijo… Es todo lo que desea mi corazón, agradecido.
Pablo Cingolani
Desde algún lugar, 14 de octubre de 2020
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