Márcia Batista Ramos
“Cuando pronuncio la
palabra silencio, lo rompo”.
Wislawa Szymborska
Contigo pasa lo mismo, por unos instantes, a
veces, deseas un silencio perfecto (igual a Alejandra Pizarnik: “Deseaba un
silencio perfecto. Por eso hablo”).
Yo también trato de desligar… Aunque no sea para
encontrar con nadie, ni siquiera conmigo misma. Pero las palabras están siempre presentes, no se callan.
Busco el silencio de la palabra. Mismo cuando
reconozco que palabra y silencio no son opuestos, sino recíprocamente necesarios,
ya que solo existen en cuanto están mutuamente implicados. Me gusta su
existencia paralela. Pero, busco el silencio de la palabra, esa realidad enigmática
e inaprehensible…
Así, me alivio de todos: de la vida y de la
muerte. En una pausa del mundo arbitrario y atribulado, que insiste en la
muerte para su sobrevivencia.
No puedo contener los dolores del mundo, ni los
tuyos, ni los míos…
Apenas, busco un poco de alivio a todos mis
males interiores en el silencio de las palabras, en ese espacio donde la duda
deja de ser, ahí donde no somos ni fuimos, porque las palabras se ausentan y tú
no estás, yo dejo de creer y sentir, al tiempo que me pierdo del mundo y de mí.
Empero, algunas veces, el silencio insiste en
hablar. Es cuando, a gritos, surges pidiendo socorro y temblorosa te tiendo la
mano, cae el libro y se revienta un poema que estaba a punto de ser parido por
otros labios, mis labios, no importa… Cae el libro y muere un poema en un
aborto espontáneo de la palabra que no vio la luz.
…
Alef es el silencio que existe antes que se
pronuncie el Verbo. Representa la gran potencia creadora de Dios. Es el eterno
presente, es el Principio Absoluto en donde no existe ni espacio ni tiempo, es
un sin tiempo y sin espacio, por eso es un eterno presente.
Alef es una especie de descanso, donde no hay
palabras, donde reside el silencio primigenio.
…
La palabra es subversiva y resiste mientras hay
vida. Sin vida no hay palabra. Sin vida el silencio carcome el planeta y el aire
que respiramos. Que lo diga nuestra mente cuando extingue, por unos instantes,
un silbato de alarma o el suplicio de un motor. Es el momento en que nuestro
cerebro se dobla dulcemente, descansando, como un gato perezoso que duerme al
sol.
¿Alguna vez buscaste el silencio interior? ¿Lo
encontraste? ¿Acaso, experimentaste el silencio de las palabras? ¿Ese silencio
tibio, amarillento, que calma, que transporta?
La palabra siempre representa un rompimiento
del potencial silencio. Mientras la palabra existe, ella emite un sonido,
silenciosamente, en nuestras mentes. No se calla. No se apacigua.
…
Mientras tanto tú llenas el escritorio con la
antigua canción, que cuenta la historia de algo que no fue, porque lo imposible
se hizo presente antes del comienzo.
…
Si, las palabras hacen mucho ruido. Las
palabras, logran guardar el germen de su propia contradicción en sí mismas. Son como una especie de síntesis hegeliana del decir y del no decir. Eso las
hacen más bulliciosas de lo que las imaginas, además las hacen explosivas. Son
como granadas que se parten en miles de astillazos. Por lo mismo, nunca dejan
las dendritas del cerebro tranquilas. No dejan descansar al cerebro, ni lo
dejan conocer el silencio. Nunca
encuentras el verdadero silencio de las palabras, el espacio de silencio total. Porque las palabras pulsan
todo el tiempo, se mueven de manera independiente y no dejan conocer el
silencio verdadero. No dejan que
el Alef, el silencio primigenio,
que existe antes que se pronuncie el Verbo, se manifieste.
…
Es
paradójico el silencio de las palabras, ya que es un silencio que no se
calla, siempre habla.
…
Tu mano
sudada en las mías, pasos firmes hasta el “Cafe Pushkin”, sin palabras, sin
palabras…
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