Márcia Batista Ramos
Segundo año de
peste: cada vez que suena el teléfono por la noche, se estruja el alma… Será mejor que los teléfonos no suenen por la
noche y los enfermos se recuperen durante la noche, y respiren mejor con la luz
de la luna. Al final, siempre faltan cosas para decirse y deben ser dichas. Por
lo menos, te amo, una vez más. O tal vez, hay que dejar claro, que allá a donde
se viaja sin las pesadas vestes del cuerpo, cada uno llevará en la memoria al
otro, para siempre. Decirlo es importante, una vez más, por lo menos, para que
los que se queden, puedan soportar quedarse.
Entonces, los
teléfonos no deben sonar por la noche, por lo menos ahora, en el segundo año de
la peste. Lo que debiera oírse, por la noche, son los cánticos angelicales que
guardan los sueños de los mortales, pero no se oyen… Las noches están plagadas
de ambulancias y miedos.
Peor que eso,
nadie sabe qué aturdirá su sueño, quién llamará para contar sobre quién se
ausenta, sin siquiera enumerar su historial de batallas.
Antes de la
peste no era así, teníamos la noche para soñar otra vida. Ahora, nos damos
cuenta de que lo vivido fue poco, que nos amamos poco, nos soñamos poco y a
cualquier momento habrá más un nombre en la oración. Las palabras ya no bastan,
todas saben lánguidas, con un brillo pálido y no hay abrazo que reemplace los
brazos que ya no están. Todo sabe a hiel, parece un tiempo de guerra no
declarada… En ese tiempo de peste, cualquier espera recuerda al siglo que ecua
inútil para muchos. Nunca el mismo pan de cada día tuvo un sabor tan amargo.
Nos cuesta
entender. Nos cuesta aceptar… Nos falta delicadeza para no gritar en los
pasillos de los hospitales, cuando el dolor nos golpea anunciando el vuelo de
más un ángel a la transparencia donde habita Dios.
Segundo año de
peste: ya no conversamos con nadie; no confiamos nuestros secretos; estamos
prohibidos de velar a los muertos; no entendemos muchas cosas como la
circunstancial hostilidad que nos fue impuesta. De muchas maneras, tenemos
abierto el libro de los lamentos. Porque olvidamos lo que somos y nos estamos
perdiendo en un silencio pleno.
Segundo año de
peste: y es tamaña tozudez de no entender lo que pasa y seguir con un hueco en
el estómago y con el alma estrujada cada vez que el teléfono suena por la
noche…
Lo que pasa es que no nos resignamos por enésima vez y pensamos que existimos tan poco.
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