Ese 11 de septiembre no había internet ni redes sociales ni estaba la CNN trasmitiendo en directo: la que estaba, operando al mango, era la CIA, coordinando un golpe de estado más, pero este sí que fue doloroso: se trató de derrocar a un líder popular que había proclamado la “vía pacífica hacia el socialismo” y que en ese afán había ganado, democráticamente, las elecciones que lo habían instituido como presidente constitucional de su país encabezando ese sueño eterno llamado Unidad Popular.
Era una paradoja, cruel y desgarradora, que a un hombre convencido en su fe pacifista y democrática, lo sacaran bombardeando desde el aire el edificio desde el cual gobernaba, lo expulsaran de la forma más violenta y criminal que encontraron -porque su salida debía ser ejemplificadora, debía servir de escarmiento- y para completar su tarea siniestra y macabra, hasta lo liquidaran en los combates y si bien no estaban las cadenas globales de manipulación informativa, ese mismo día, canallas, ya estaban difundiendo la noticia de que el Chicho se había suicidado.
Buscaban el escarnio del presidente-mártir, ansiaban deslegitimar a un hombre que interpretando los anhelos de un pueblo sufrido y humillado pero que se había dispuesto a la lucha, había iniciado un camino de reformas sustantivas que estaban empezando a dejar atrás al Chile oligárquico y excluyente, al Chile de las minorías para volverlo un país de amparos, un lugar amable, una patria para todos.
¡Cómo nos dolió ese 11 de septiembre de 1973! ¡Cómo nos duele, carajo! ¡Cómo tembló toda América Latina sintiendo que los gorilas asesorados por la CIA no iban a tener piedad, no iban a detenerse, iban a matar a todos los que hiciera falta, como ellos mismos proclamaban! Y lo hicieron, no les tembló la mano para cortarle las manos a Víctor Jara y a todo un pueblo.
Hay psicólogos sociales que afirman que de la sangría que vivimos en los setentas aún no nos hemos terminado de recuperar como sociedades que, en los hechos, quedaron rotas, amputadas, secuestradas de sus justos anhelos de justicia y redención social. Dicen que experimentamos, producto del miedo masivo impuesto por el terrorismo de estado, una especie de amnesia selectiva que niega la realidad y desconoce la historia. Que eso dio pie al posibilismo, a un amansamiento, a una incorporación al sistema, una contrarrevolución cultural, una absurda anti-utopía donde los héroes genuinos de nuestros pueblos son menospreciados y a los mártires se los canoniza para despojarlos del sentido profundo que los agitó en vida: la revolución, el socialismo, acabar con las injusticias, liberar a los pueblos de sus verdugos.
Quiero creer que los especialistas se equivocan y que este 11 de septiembre recordaremos con emoción sincera y compromiso militante a nuestro Chicho, a Salvador Allende, y a todos los combatientes y mártires por la liberación de Chile. Ellos, se lo merecen.
Y se lo merecen más cuando los mismos que propiciaron el golpe de estado ese día infausto de 1973, hoy están copando el mundo con sus pulpos informativos y sus terminales neuróticas con la conmemoración de otro 11S, el suyo, no nuestro 11 de septiembre.
Por más trágico que haya sido, nuestro 11 de septiembre es parte del corazón y la médula de nuestras convicciones y nuestra historia y olvidar lo sucedido, es darle la razón a los miserables: verdugos de nuestros pueblos y asesinos del Chicho, nuestro compañero inmortal.
Pablo Cingolani
Laderas del Aruntaya, 10 de septiembre de 2021
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