Concha Pelayo
Mi amiga Maritere Paz me envía esta fotografía con una fecha, 23 abril 57. Me dice que estábamos en la romería del Cristo, en nuestro pueblo, en Muelas del Pan. La imagen me lleva a aquellos años, yo tenía 14 y, por entonces, estaba llena de complejos, lo detecto, simplemente, mirando fijamente mi imagen. Me veo como retraída, como queriendo pasar desapercibida. Tenía complejo de gorda porque mi pubertad me había engordado y yo me sentía horrorosa. Los chicos me lo recordaban de vez en cuándo, diciéndome: ¡gorda, gorda! y yo sufría muchísimo; y en silencio, porque el sufrimiento nos lo guardábamos para nosotros, como decía el poeta Waldo Santos, que ahora hemos celebrado el centenario de su nacimiento. Waldo, decía, que rió, lloró y vivió, pero hacia dentro porque "no quieras ir fuera", se decía. Y así pasaba yo aquellos años de infancia, muy molesta con aquellos kilos de más, mientras veía a mi adorada hermana Manoli, esbelta y preciosa con su pelo largo y oscuro. Yo, por el contrario, como lo tenía rizado me lo cortaban muy cortito. Nunca supe por qué, porque, andando los años, mi pelo crecía rizado y yo me lo dejaba largo o media melena, como lo llevo casi siempre. Lo cierto es que esa fotografía me ha hecho volver a mi infancia. Veo, incluso, mi postura, como en segundo plano, como sin querer mostrarme demasiado. No me gustaban, ni mi pelo, ni mi cuerpo, ni mis mejillas, siempre sonrosadas, en exceso, creía yo. Curiosamente, yo no tenía ni una fotografía de aquella época aunque mi padre nos fotografiaba constantemente. Pero, seguramente, yo me encargaba de romperlas para que desaparecieran de mi vista. Hoy, Maritere, mi primera amiga de infancia, con la que hemos vuelto a reencontrarnos por constantes mensajes de whasaps, me hace recordar aquellos días hermosos, porque, pese a todo, yo viví unos días preciosos junto a mi familia y con el resto de familias que vivíamos en nuestro precioso Salto de Ricobayo, un poblado cuidado y bello, repleto de jardines bien cuidados porque había un jardinero que se ocupaba de ello. Lo teníamos todo, y todo gratis: casas, escuelas, material escolar, autobús para llevarnos a la capital, a Zamora; teníamos todo tipo de obreros que reparaban todo lo que se estropeaba. Se rompía un cristal y venían a colocarlo, se fundía una estufa y aparecía un electricista, se averiaban las cañerías de la cocina y llegaba Dionisio el fontanero, había que cambiar los maracos de una ventana y llegaba el carpintero. Y todo, absolutamente todo, financiado por la populosa e importante empresa IBERDROLA, antes Iberduero (cuando yo vivía con mis padres) y mucho antes, Saltos del Duero. Era una empresa generosa. Dicen que, socialmente, ha sido la mejor empresa de Europa, por como trataba a sus empleados. Sólo había una cosa que no me gustaba y es que tenía institucionalizado una especie de sistema de castas. Por un lado estaban los ingenieros, después, los peritos, oficinistas y por último los obreros donde abarcaban muchas especialidades. Hay que tener en cuenta que Iberdrola es una empresa hidroeléctrica y requiere muchas especializaciones. Mientras éramos niños no nos dábamos mucha cuenta de todo esto, pero, andando el tiempo, ya detectábamos esas diferencias sociales, y esas posiciones más o menos elitistas. Me dice mi amiga Maritere, que se acuerda mucho de las casas de mis dos abuelas, como yo recuerdo la casa de la suya; era preciosa. Se accedía por unas escaleras de madera y en cada escalón, a los extremos había preciosos geranios. En la parte de atrás había un huerto donde la abuela de mi amiga se afanaba en arreglar las plantas. Tenían una perra enorme y un gato de angora que siempre dejaba sus pelos en los cojines de los sillones que había en la terraza. Al lado estaba la iglesia donde íbamos a misa los domingos con nuestros velos de encaje. Algunas niñas se los habían hecho ellas mismas en clase de costura. Cómo ha cambiado la vida. Ahora me hace sonreir lo del velo y el misal. Ah, el misal, también era un elemento insustituíble que teníamos que llevar a misa. El cura se llamaba don Lorenzo y poco más recuerdo de él. Lo que sí recuerdo era al ingeniero, don Fermín, un señor altísimo que iba a comulgar todos los domingos y lo recuerdo pasar majestuosamente por el pasillo central seguido de su mujer y de los hijos mayores que hubieran hecho la Primera Comunión. Recuerdo también a Magdalena, una joven guapísima que cantaba en el coro junto a otras chicas y que un joven seminarista que fue a pasar un verano con sus padres, al verla, se enamoró de ella. Creo que colgó los hábitos. Y cómo no recordar las romerías del Cristo, en el vecino pueblo de Muelas del Pan. Todavía se celebran pero yo no he vuelto y creo que ya no tienen el encanto que tuvieron. Se pasaba el día en el campo, en medio de un paisaje granítico rodeado de jaras y escobas que en primavera explotaban de colorido. Se comía y se bailaba y todo era placer. Las chicas mirábamos a los chicos. A mí me gustaba uno que está sentado a mi derecha pero él me dijo un día: "A ver cuando adelgazas..." Qué triste, ¿no?. Veo en la fotografía a Maritere, con su flequillo oscuro y su cara preciosa, a Laurita, en la fila de abajo, y a los chicos; veo a Narci y a Javi, hermano de Maritere, de los otros no me acuerdo. En fin. La vida ha pasado y los recuerdos se inclinan más hacia lo bueno que hacia lo malo, por tanto, seguiré celebrando la vida.
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Publicado originalmente en el blog de la autora, Quién me entiende a mi (7/10/2021)
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