Luis Alfaro Vega – Costa Rica
1
¡En la alborada salió al mundo con el empeño de fraternizar! Frente a él se distendía el tablero en toda su magnitud: coloridas formas en somnífera vigilia, petrificados intentos humanos hacia el instante de un boyante futuro. En la noche regresó con la sensación de que el mundo le había cambiado la personalidad por una sombra maloliente adherida a la piel. Se miró en el espejo y contempló al de adentro llorar de frustración. Agónico se tendió en la cama con los ojos abiertos, clarividente insomnio, a esperar el alba. Cuando la ventana se tiñó de áureas luminiscencias se irguió con la certidumbre de que su deber estaba fuera del cansado espejo, apartado de ese íntimo yo que gime derrotado, y, perfumando la hora primera de las ilusiones, se enfundó de ánimo para salir a bregar con diligencia por un entramado jerárquico en el que ocupa el sitio más bajo.
2
¡Su existencia está en ruta de sacrificio! Con denuedo y bravura avanza por la avenida de la vida trepidando el arrebato de un incierto laurel. Alterna dolores y esperanzas, sortea lanzas de agudos alfiles y pisotones de briosos caballos imperiales. Sazonando la idea de que moldeará el lenguaje de la derrota propia y ajena, zigzaguea por los años cargando su esqueleto, estremecido por el inestable equilibrio de un drama social en el que es un eterno convaleciente, enervada raíz entre un escaque y otro, hacia el éxtasis de un inevitable sacrificio, melodrama instituido por la familia, la escuela, la iglesia: delirio de pertenencia a la estirpe. Peón de carne en la tiniebla de los siglos, trabajando a ras de suelo por un próspero mañana que el espejo de la realidad contradice.
3
Cercano a los cien años supo que estaba en el límite del tablero, en el escaque antepuesto al último. Su formato fue la utopía de sueños blancos y negros, la vaguedad de un paraíso futuro por el que trabajó con ardiente frenesí, aliándose a otros peones en constante celada para subyugar al enemigo. El rey y la reina le aplaudieron la gallardía de ir al frente, tiñendo de sangre el tablero de la historia, inquebrantable en la resolución del máximo sacrificio. Mirándose en el espejo comprendió que estaba presto a la coronación final de la materia, por eso se dispuso a la transmutación, barniz existencial con el que dejará de ser lo que fue, y se hundirá en la losa fría, donde todo es inédito. Sitio en el que los recuerdos se han fugado. Sacramento final de la existencia.
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Imagen: Chess kingdom II, pintura de Carlos Orduña Barrera (Artelista.com)
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