En el mes de junio metíamos las luciérnagas en nuestras bocas para aparecer como lámparas en medio de los maizales. El calor y el sudor eran infames y solo la brisa leve de las diez de la noche aliviaba nuestros cuerpos. ¿Quién no se reconoce en los meses de junio de su juventud? Ahí está la flor y la mariposa, el néctar y el jugo de la vida -hoy el tentativo de reconstruir un pasado perdido- el juego serio de todo lo que fue: nostalgia y deseo. El niño que renace alguna vez -aunque siempre vivo en nosotros- durante los momentos de efímera melancolía, necesaria poesía que encontramos en lo mas simple de los gestos humanos y de la naturaleza: Goethe en el Werther, Pascoli en el “fanciullino”, Anquises cargado en la espalda de Eneas.
No encuentro un cuadro que nos represente durante este mes de junio, los colores y el sol que merecen estos días, Zigaina y el otoño, el color de los Alpes cercanos, Anzil y el invierno, en la riqueza de los pobres colores de esta estación.
Junio es siempre otro junio, la distancia de un mundo a otro mundo: el campesino que fue y el obrero que nunca será, muchas visiones del Pasolini friulano, su andar en bicicleta por un valle que era siempre de “temporali e primule”, viñas, moreras y maíz, vino, gusanos de seda y polenta. La fuerza que encierra la debilidad en los silencios de su pueblo, atravesados solamente por rumores casi imperceptibles, hechos de respiros nocturnos y cacareos diurnos, espacios que ofrecían una eco iluminante.
Otro junio es la distracción sin empeño, una pasión que perdió su verdadero pathos, una poesía ya en el olvido, la distancia, el desapego, la separación. “Entre los dos mundos, la tregua en la que no somos” (Pier Paolo Pasolini).
Maurizio Bagatin, 19 de junio 2022
Imagen: Giuseppe Zigaina, Herramientas del campo, 1953
Anzil (Toffolo Giovanni), Autorretrato, 1951
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