Márcia Batista Ramos
Algunas veces, llegan personas desconocidas a mi camino. No es que llegan para quedarse. Llegan hablan y después, se van. No recuerdo bien cómo conocí a Marizete, recuerdo que apareció y empezó hablar y contar cosas de los tiempos de la dictadura. Los años de plomo, cuando los derechos humanos también eran violados como ahora. Era la época de la censura y de la represión. Su visión de país era distinta a la mía, porque, sencillamente, mi experiencia y condición de vida era otra. Teníamos, prácticamente, la misma edad, vivíamos en el mismo país y percibíamos la realidad, cada cual según su vivencia cotidiana.
Marizete, me habló del período obscuro de la historia de São Paulo y que fue víctima de la “Operación Tarántula” y por eso el ojo de vidrio, imperceptible, si no lo hubiese mencionado, y la cicatriz en el brazo. Con la cabellera rubia bien cuidada y un maquillaje cargado que no lograba ocultar las bolsas en los párpados, ni las arrugas que le dibujaban la piel blanca, ella habló que después de la mala experiencia que tuvo, trabajó duro y compro su pasaje para Europa. Vivió los primeros años en Paris y después, muchos años en Roma y volvió a Paris, hace mucho. Contó que ya no piensa regresar a Brasil, que, en realidad, desde el día que salió ya había decidido no volver jamás. Se impuso un autoexilio con nieve en invierno, abrigo de piel y champán. Aun que, entre recuerdos, dejó caer una lágrima “verde amarillo” cargada de antiguas nostalgias. Sabía al dedillo que la dictadura militar, en los 21 años de duración, persiguió, mató y torturó a 20 mil personas. Casi mil por año. ¡Un horror! Ella entre otros. Precisamente, ella entre tantos.
Marizete, en la plenitud de sus dieciocho años, se prostituía en el centro de São Paulo, porque sus padres no le apoyaban. En su inocencia (o ignorancia), no sabía que la policía había organizado la “Operación Tarántula”, para combatir el SIDA. El jefe de la policía de aquellos años, afirmaba que la capital paulista estaba pasando por "un período pre-apocalíptico", y así justificaba la acción instaurada que literalmente, cazaba a los travestis (los dichos, causantes de la peste). Una vez presos, eran acusados de "ultraje al pudor público y crimen de contagio venéreo". Marizete, sabía que estar en las calles significaba estar en constante peligro. Y si la policía había decidido cazarlos como a animales, por el bien de la seguridad pública, el peligro aumentaba exponencialmente.
En una de las tantas redadas de la “Operación Tarántula”, que no duró mucho tiempo, Marizete y otros travestis, fueron presos y colocados dentro de la vagoneta de la policía, que salió corriendo en alta velocidad por la ciudad y de cuando en cuando frenando abruptamente. Al interior del vehículo, los travestis, se debatían. Fue una sesión de tortura subrepticia. Cuando paró la vagoneta, muchos estaban mal heridos. Marizete había quebrado el brazo (era una fractura expuesta), el tacón aguja de otro travesti perforó su ojo…
Después, Marizete se despidió, dejando su historia entre mis dedos, y siguió su camino de sobreviviente de la “Operación Tarántula”.
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