Por Luis Alfaro Vega
Notas sobre la obra pictórica de Juan Luis Ramírez
En la equilibrada disposición de formas y colores en las obras de Juan Luis Ramírez aparece la aquiescencia hacia la vida que sublima el ser costarricense. Agitadas pinceladas que hablan al oído de un mundo pletórico en su hondura, reposado en el silencio de los humanos motivos que explican una particular forma de ser y entender el mundo, idiosincrasia de un pueblo sencillo, curtido en el devenir de una historia singular.
La pintura de Juan Luis Ramírez es la conciencia viva de un tiempo, agasajo a los sentidos para los que habitamos este sitio señero que definió nuestra nomenclatura esencial de individuos pertenecientes a la patria pequeña, Costa Rica, en el centro del continente americano. Los momentos que eterniza el pintor están en la sangre, forman parte del latido distintivo que subyace a nuestra psicología, que da carácter y contenido a la sociología de un conglomerado que sustenta un suelo entre dos fronteras, y dos grandes océanos.
Los cuadros de Juan Luis Ramírez dan voz a una grafía única de ser, atestiguan un perfil asentado y moldeado desde muy atrás, herencia de los humildes ancestros de pie descalzo, de fogón en brasa viva esparciendo los olores de la gastronomía criolla, original en sus componentes y técnicas de elaboración, viviendas descubiertas al sol de los cósmicos días, humeando la irreversibilidad del tiempo, ganando con propiedad y elegancia el sitio justo entre profusos jardines que se distienden hacia las laderas, colorido empuje de pétalos perfumando el hábitat, recodo donde vuelan miríadas de temblorosas mariposas, y cantan las aves su eternal tonada.
La flora y la fauna expuesta en las obras de Juan Luis Ramírez son componentes constitutivos de las almas que las habitan: erguidas rosas que perfuman el aire, inquietas gallinas que picotean la hierba y el relente, el garboso caballo de sudor inspirado, presto al grito que anuncia el potencial de una labor que atempera, el perro que va majando con fidelidad y entrega la sombra del amo, la vaca de mirada dulce exponiendo la ubre henchida, goteando la leche que será queso, mantequilla, cuajada, requesón, risas. La ropa tendida al sol, acurrucando entre las formas el tamaño y contextura de los individuos de la familia.
Las pinturas de Juan Luis Ramírez son convulsiones de una singular manera de respirar y entender el universo. Muestran un lugar sin máscaras, rincón puro y sobrio sin cálculos más allá del bienestar de los que están, de los que son, de los que han sido, de los que anhelan seguir siendo. Vértigo de una extendida alegría que se multiplica y enriquece en su propio misterio.
Paisajes rurales, poética de un paraíso sin dobleces. No se exhibe en ellos el galardón de triunfos materialistas, o el menoscabo de derrotas anímicas, no son paradigmas de pobreza o de riqueza material, son emblemas vivos de una sensibilidad ecuánime, en oportuna armonía con los elementos de la naturaleza, poética sin desperdicio a la que se le añade el rango fértil del alma de los pobladores, gente diáfana que expone su sentir con el afable crepúsculo de sus miradas, con el eco sin desperdicio que les brota del pálpito del higiénico corazón.
Obras pictóricas que devienen como banderas ondeando, exponiendo la sonrisa pura de lo racional, la concordia entre los seres humanos y los elementos del medio ambiente, sin que medien imposiciones teóricas, sin la desconfianza de las doctrinas teológicas, en juntura simple de entendimiento, en murmullo vivaz que acierta plenitudes, engalanando el fecundo curso de la vida: convivencia hombre-naturaleza.
El sosiego del universo rural costarricense expuesto en las pinturas de Juan Luis Ramírez, es un sosiego bravío, fundador de emociones, hacedor de experiencias que enriquecen con la multiplicidad de contenidos, con el rescate de los valores de la cultura campesina, aquella que se distiende en un espacio y en un tiempo determinados. Arte que deviene en homenaje a los hombres y mujeres que no admiten fingimientos, que están colocados en rectitud frente a la vida, inmediatos en el contenido de sus almas en fructífero oleaje histórico, en adorno de una reciprocidad que engalana y unifica las distancias sembradas de flores. En algunas pinturas puede darse el albur de una nostalgia en las miradas, incluso la metafísica de una ruina temporal, pero nunca la claudicación. Son gentes de rodaje espontáneo en sus quehaceres cotidianos, de calado irrestricto en el devenir de sus personalidades de entereza anímica, inquebrantables en su latente solución de ofrendar armonía, aportar claridad y respeto, fraternidad entre los seres vivos. Seres prolíficos de historia: constructores de la idiosincrasia costarricense.
Gracias Juan Luis Ramírez, por el arrojo de mostrarnos que el cabal balanceo histórico de lo que somos, viene de atrás, de ese enérgico entendimiento entre los seres humanos y la naturaleza, doctrina que practicaron y enriquecieron nuestros mayores, esos viejos robles de pie en el suelo, guitarra en mano, almas en atavío afectuoso, que, sin cálculos materialistas, se entregaron con valentía y plenitud, en beneficio de la colmena.
4 Comentarios
De lo mejor que tenemos, uno de los grandes.
ResponderEliminar¡Sin duda, un creador que inspira, cada día haciendo historia!
EliminarJuan Luis Ramirez recupera con su obra la historia de nuestros mayores.
ResponderEliminarSu obra plasma el alma del campesinado. Recupera tradiciones con su magnífica estética.
ResponderEliminar