Fiestas patrias


Claudio Ferrufino-Coqueugniot / LE COQ EN FER

Pongo a tocar Petit Pays de Cesária Évora para no olvidar dónde está la patria. Es estos tiempos duros en que marxistos y revolucionistos se arrodillan a orar ante cristos, santiagos y diosas de tierra. Dónde quedó, me pregunto, aquella ética de progreso evidentemente engañosa del pasado. ¿Qué diferencia hoy a evangélicos de comunistos? Nada. Falsa mística, mentira y latrocinio. Sodoma y Gomorra. Busqué al nazareno que flagelaba comerciantes y me dijeron que los oligarcas de derecha-izquierda lo ejecutaron en un Gólgota cerrado, igual que los milicos ahorcando al poeta Ken Saro-Wiwa el 10 de noviembre de 1995. Escribí algo entonces que he perdido. Tomado del blog de Fausto Marcelo Ávila copio este poema del martirizado escritor nigeriano:

La verdadera prisión

No es la gotera del techo

ni el zumbido de los mosquitos

en la miasma apestosa de la celda

No es el sonido metálico

cuando el carcelero te encierra

Ni el rancho miserable

indigno para humanos o bestias

ni siquiera el vacío del día

derramándose en la nulidad de la noche

no es eso

no es eso

no es eso



Son las mentiras que te han inculcado

por una generación

Es el enajenamiento del paco/agente

ejecutando órdenes crueles y calamitosas

por una ración diaria

La jueza apuntando en las fojas

el castigo que ella sabe es inmerecido

El deterioro vocal

la ineptitud mental

la cena de los dictadores

La cobardía disfrazada de obediencia

agazapada en nuestras almas denigrantes

Es el miedo que humedece los pantalones

y ni siquiera nos atrevemos a limpiar el orín

eso es,

eso es,

estimado amigo, lo que vuelve nuestro mundo de libertad

en una sombría cárcel.


Ya me saqué la cuerda de la garganta, ya lo dije, pero el texto no iba a eso, a la tristeza de ver gente que antes razonaba entre humos de densa profanidad, porque profano es el embuste, y las banderas y los jerarcas. ¿Que si no me emociono al escuchar el himno de mi tierra? Claro que me emociono, pero no dejo que cabrón alguno de sotana negra o roja decida lo que siente mi corazón.

Lo que más me gustaba de los agostos seis o de los septiembres catorce no eran los paracaidistas del CITE desfilando, ni el alcalde de turno cruzado con banda onomástica agitando la manito onanista u onanística, no. Lo mejor eran los sándwiches de chola. La pierna de chancho debajo de un blanco trapo doblado, el filoso cuchillo que cortaba fino, el pan tortilla con motas de quesillo horneado en la parte superior, la salsa de cebolla, tomate y zanahoria raspada mezclada con un verde locoto y gotas de vinagre con su pizca de sal, agitada por la casera con mano pelada e inmunda. Fría la carne; caliente si agarrabas a la señora recién llegada. De una u otra forma la magia del sabor no se iba, y las monedas sufridamente ahorradas pagaban una patria que era impagable porque todavía queda en mis encías. He olvidado a casi todos los pervertidos en situaciones de poder; no he olvidado el sándwich de chola entre medio del gentío, cayendo trozos de tomate sobre el pasto del Prado. Me encantan las bandas militares, no voy a negarlo, pero al pensarlo eran solo fondo para un fugaz delirio gastronómico. Ahora, en las postrimerías del exilio, suenan bandas prusianas y otomanas, suena la bellísima Talacocha e Ingavi también. Finalmente mi pariente Murillo Gáez, descendiente de otro ahorcado, fue lancero en aquel encuentro en que triunfó José Ballivián. No dejo de tener veleidades y falaz sería al negar que me produce alegría cuando hacen volar a un colaboracionista ruso o las bombas de racimo obligan a saltar como pipocas fuera de la trinchera a los invasores de turno. La pasión es contradictoria, así la llevo y cargo. No voy a explicarme al respecto, no lo necesito, siempre fui quien soy, jamás participé, a no ser como estudiante de colegio, en desfiles en honor a mucho pero con honestidad de nada. He visto a generales vestidos de cholas desfilando y creí haberme trasladado al medioevo de saltimbanquis y bufones. Carnaval, válido si el objetivo fuese alegría pero patético al ser maleante show de revistas.

Saro-Wiwa, Pedro Domingo Murillo, tanto ahorcado. Paréceme, otra vez, que reviso un libro de grabados medievales con árboles gigantes llenos de frutos macabros, ¿Jacques Callot?

Paso de ganso, de parada, del casi cómico francés al impecable germano. En los desfiles de la tierra mía esas piernas soldaderas parecían más bien alocadas tijeras cortando el vacío. Si Isaak Babel afirmaba que uno tiene derecho a escribir mal seguro que también lo tiene a marchar mal. No ayudaban los oficiales que apenas podían sostener el peso de los barriles de chicha en la panza. Es bueno ver generales travestistas, transexuales, transformers o como diga la corrección política (yo hago literatura). Nada malo en ello, pero terrible ver que cualquiera obtiene entorchados por amarrar zapatos. Sin embargo, el lustrabotas recibe dos monedas de cincuenta y camina el día todo y se le gasta la saliva para hacer brillar cueros. Duerme, además, debajo de periódicos. Falta haces, belenita, con tu látigo para azotar oligarcas.

Ya la diva de los pies descalzos va por la canción 10, Areia de Salamansa. Me distraje con el circo pero retorno a la canción de mi pequeño país. Mucha gente me dice que estoy loco, que cada uno quiere escapar y yo vuelvo. La patria no es ese papel guindo con espantosa foto de tu realidad miserable. Ella vive, en mí, en profundos dolores y gratas memorias. No es algo que se documente ni advierta acerca de mi profesión o sexo. Es mirar de la terraza una montaña Tunari, apurar la tutuma de kulli, acariciar lo lampiño de mi mestizaje, recordar, poner fuera del olvido a Simeón Roncal, oler el maizal donde te acostaste. Humintas rojas, de ají colorado, corazón achicharrado con papas minúsculas en catarata de picante de maní. El uchu que humea, la mankakanca. Qué saben los tiranos de la llajwa si no saben nada. Arrójenles dinero para que devoren y caguen. Perros. Que hagan lo que les dé la gana puesto que son incapaces de aprehender la belleza. Yo me quedo, al crepúsculo de la tarde, escuchando el susurro de mis muertos, ensoñándome con el tiempo en que era y al que volví.

“La vida me duele sin vos”, hermosa cueca Sed de amor. Dolor y belleza suelen ir de la mano, conjuntos, como dos hermanitos, diría el gran Vallejo. No regreso, jamás me fui.

08/08/2023
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Imagen: Cecilio Guzmán de Rojas/Ocaso en Llojeta

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