Érase una vez el cine


Séptimo arte. “Tarantino no cita el cinema, no lo toma, lo roba y se lo come”, dijo Enrico Ghezzi sobre Pulp fiction. Toda el arte es inútil, más aún en una Hollywood ya vieja, obsoletas las imágenes que invaden un imaginario ya estereotipado; la contracultura versus la televisión, el horror de una sociedad way of life todo consumo por el consumo. Lo que llamamos posmodernismo es la violencia repentina y esperada, como desvanecimiento y paréntesis. Un bipolarismo forzado. Pulp fiction no puede huir, no logra dejar solo a Quentin, un Quentin más íntimo y meno inquieto, un Quentin Tarantino más artista; recorriendo una musa más libertaria, caza los fantasmas del miedo y del deseo en una California eternamente somnolienta. Hace solo 50 años atrás, el 1969 y Woodstock, el Vietnam y el Apolo 11…un niño rebelde que nace entre celuloide y literatura puramente estructural, y se va formando a imagen y semejanza de lo que el cine exige, de lo que el séptimo arte desea: ofrecerle una mascara al artista ante litteram, la admiración al artista con sentimiento.

Un film es bello porque en el mundo hay cosas bellas, porque el bello existe…yo, mi hijo y una película -tal vez la última, tal vez solo fiction- de Tarantino, años después y ahora, cuando el cine se aleja siempre más -el espectáculo, el arte, la poesía- y hay solo películas en cada esquina: saber el futuro a memoria, seguiría amonestándonos Paul Valéry.

"Es al espectador, no a la vida, lo que refleja realmente el arte". Arte, toda inútil, según Oscar Wilde, cine, séptimo arte, según Quentin Tarantino.

Maurizio Bagatin, septiembre 2019

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