Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leo a Julia Roig y Pablo Cerezal y siempre me asombra su pasión por la poesía. ¿Habré olvidado los recovecos del placer? Disfruto, tiemblo ante sus páginas pero no hallo en mí semejante bello tormento. Afortunado soy, en mi perpetuo exilio voluntario, de estar sentado ante la montaña y Leonard Cohen con versos abiertos a lo insondable que suele ser contradictoriamente palpable. Julia es ese volcán de Islandia que se escurre debajo de las ciudades y amenaza devorar. Lo hará, tarde o temprano. Pablo, mientras tanto, descascara árboles buscando savia; cualquier sangre es buena.
“La Béstia”, llamaban en lengua occitana a un lobo hombre durante el siglo XVIII. Petrus Borel moría de sol y de hambre en un baldío de Mostaganem, Argelia, que quiso cultivar. “J'ai faim!” resuena la línea del poeta, tan distante y honda como la María Angola, campana mítica, solo que en lugar de una gota de oro en la mezcla del Licántropo había llanto y tripa seca.
Cae la bomba sobre Hiroshima. Gente sin rostro corre hacia cualquier lado, se la privó de vista. Aumento la velocidad del ventilador, dejo la camisa de lado, prurito de estibador. La cortina marrón da paso al velo claro. Los hago a un lado y busco con mirada de quinto piso lo que se mueve debajo. Presencia india de la piedra, tan sólida en cerro. Crecen los pinos y crecen los humanos conspirando su quema. Retraigo la memoria, hemos atravesado con amigos la cumbre. Ante nosotros se extiende una pampa de toros furiosos, frías y quietas lagunas con gaviotas que no han visto mar. Al voltear un recodo asoma Chapisirca en tiempo de plantación de papa. Verde. Por doquiera, verde. La escuela, a cincuenta metros del cauce helado. Asamos una trucha de motas carmesíes, repartimos pan de Galilea. Misiles sobre Ashkelon y Gaza, destrozamos el pescado con tenedores, queda la piel oscura en el plato. Desollamiento, martirio, tan acostumbrados que estamos. La noche cae y se olvidan los muertos. Tal vez asomen por un momento en sueños. Ella, muerte, siempre anda con nosotros, es padrenuestro. Los poetas lo saben y la acarician, la encuentran en la carne, conocen que en los vericuetos del deseo se esconde. Inmortales tus muslos, eterna Astarté, que vives entre el sexo y la guerra.
Down in Mississippi, anota el blues. Rosselle Houston, mi amigo, pobre, obeso, destrozado canta sin armónica ni banjo encima de bolsas de papa Idaho. Todos los días lo mismo cuando uno ha perdido. Sin embargo, en el cascajo de su garganta hay vida. Audible sonido de cadenas, picotas piscando el campo. Algodón que si hubiera lógica debiese estar teñido de sangre y continúa albo, brillante y calmo como después de tormenta invernal. Mendigos que se han dormido se congelan. Afirman que esa muerte es deseable, paulatina, tranquila, que adormece. En el campo de nieve las sombras son cuerpos caídos pero tanta la luminosidad, los árboles de cristal como para la Cenicienta, que se obvia esos detalles, meros toques pictóricos. Los caminos del Congo se hicieron de asesinados, por encima de los fémures pasó la fruta hacia occidente. Colores vivos de alimentos que se arrebató a los gorilas. En el Camerún se escuchan canciones de gran belleza; en el torrente de la Gambia, negras de desnudo pecho amamantan a los goliath, peces tigre carnívoros, así fuesen tiernos infantes.
Gracias a una amiga leía a Paul Celan desde nuevo y para siempre. He visto el Sena atragantado de su voz. En Pontoise, cuando se juntan los ríos, tiré piedras planas rebotando en el caudal para olvidar el hambre de París. En el bosque del lobo pequé como Onán queriendo mantener mi idea de vivir, de ser hombre. Olía la árabe comida casera y extrañé a mi madre. Mi amor servía cerveza en los alrededores del lago de Constanza. En el bolsillo llevaba a Malatesta y a Reclus, yo. Ella ya no era mi amor, me había traicionado en ausencia con nadie. Sirvió de poco la poesía, hay una realidad, afirmaba con lógica germana. La he visto en fotos hoy al destapar otra caja salida del encierro. Comienza en este momento Jim Morrison, cuando el verano termina… Cuando la música termina. Spanish Caravan, The End…
Gabriel solloza, cuenta que su terapista le aseguró ser un gran hombre con malas mujeres. Nieva en Denver. Los Andes han desaparecido de mi vista. Vuelvo a Roig y Cerezal. Hola, espectro, vienes con los senos garabateados de azul, tus ojos, tus ojos. Muere otro jueves, en el norte festejan. Arándanos a mi boca, lágrimas negras de rojo color. Verso contra verso, cuerpo a cuerpo, batalla sin fin y sin par.
23/11/2023
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Imagen: La Bête du Gévaudan
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