Márcia Batista Ramos
El mundo es bello, pero la humanidad construye el dolor. Yo estoy aquí, con mi incapacidad de poder revertir el gran ciclo de enemistad y violencia que destruye el mundo. Quisiera abrigar al mundo, parar el odio que genera violencia, curar heridas, reconstruir, resucitar… para poder devolver sonrisas.
Cuando yo era una niña pequeña, creía que cuándo creciera podría hacer todo. En todo estaba incluido, sacar los niños de la calle, eliminar la pobreza, plantar flores y árboles, mantener los ríos, las playas y los océanos limpios... Porque estaba impreso en mi imaginario, que los adultos todo lo pueden.
Ocurre que yo no conocía la memoria de la sangre derramada, que pulsa adentro de la tierra como rencor y ojeriza que contamina las aguas que muchos niños beben y cuando se hacen grandes vomitan con normalidad, haciendo una guerra.
El mundo es bello y parece inmóvil cuando contemplamos su belleza. Pero, todo se mueve y se retuerce cuando una bomba asalta la belleza inmóvil del mundo. El paisaje se quema, los palacios se hacen añicos, todo lo que está vivo y que no se carboniza se transforma en padecimiento.
Yo sé que antes de eso había brisa y sol que, de alguna forma se impregnaron en mi piel de niña y obstinadamente se hizo memoria de un mundo posible, bello y bueno, que insiste en ser presencia en mi mente; en ésa mente, demente, que no acepta con complacencia el gran ciclo de odio y violencia que destruye al mundo. Entonces, mi piel se eriza ante la impotencia de no poder hacer ALGO para mejorar la vida en el mundo bello, dónde libremente la humanidad erige el sufrimiento.
Hace mucho mis ojos dejaron de ser límpidos, tampoco lloran. Ahora, mis ojos son más tristes. Están cubiertos por una membrana de pesadumbre, de tanto mirar al mundo que se desploma en diferentes latitudes, de diversas maneras, desde criminales desigualdades hasta incomparables tormentos. Y todo porque algunos humanos deciden traer el infierno a la tierra.
Si al menos, yo tuviera un “scalprum” capaz de cortar la memoria de la sangre derramada que pulsa a dentro de la tierra y contamina de odio las aguas que la humanidad ha de beber. Pero, no. No tengo más que la palabra que brota malcontenta y dolida, por las grietas de mi alma, manchando de inquietud la página en blanco; haciendo un registro de mi impotencia ante un mundo sangrante que se destruye y me tiene prácticamente secuestrada, como una observadora triste.
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