Márcia Batista Ramos
En las tardes frescas de otoño, cuando las espigas del trigo empiezan a ponerse amarillas, camina por los sembradíos ambarinos y sin angustia ni pesar recuerda de la nota que envió a muchos, avisando que está prestes a alzar el vuelo. Tenía fecha de expiración, pero por algún motivo ya pasó el año y medio que faltaba y sigue en el mundo de los vivos.
Ahora está quemando papeles, revisando los bolsillos de todos sus sacos y pantalones, los cajones de todos los muebles, el contenido de sus medios digitales, en busca del hipotético mensaje que devele sus verdades, que tire todo por los aires y derrita la faz construida sobre la cara dura y las mentitas. Cuidarse en vida es diferente de cuidarse en muerte, eso bien lo sabe, por eso organiza y vuelve a organizar los archivos que serán publicados en el post mortem.
Ahora cuenta los días, resta las horas y se abraza a la agonía de una bocanada más de aire que implora a un Dios, que nunca hizo parte de su panteón interno. Pero, si por un acaso existe, eleva a Él una plegaria triste, por su vida que le dice adiós. Por unas cuantas horas a más, que, sin cesar, le implora. Le pide, a cada instante, que se retrase la hora final y le deje un momento más en el planeta azul, lleno de gente inservible. Le parece extraño, orar y agradecer, después de desdeñar del mismo Dios que no hacía parte del materialismo dialéctico que él profesaba.
Ahora ninguna palabra, ninguna cosa le hace feliz porque sabe que el tiempo se detendrá para él, justamente, cuando él decidió recuperar el tiempo perdido. Una vez más, tiene la impresión de que anda en contra ruta por la vida. Sabe que la muerte le alcanza y que causará escarnio a sus enemigos. Se equivocó también en eso, esperaba poder orinar en la tumba de cada uno de sus enemigos y sabía que les ganaría la carrera, ahora ya está en la recta final. La vida siempre tiene muchas ironías, otra vez, su media sonrisa al observar lo que pasa en el gran palco donde cada uno asume una extraño representación.
Zarpar para lo desconocido en un día cualquiera, en una tarde clara o en pleno medio día, cuando los platos puestos sobre la mesa se enfríen quitando el apetito de los comensales que, harán los últimos preparativos sobre la marcha. Nada le sorprenderá, porque estará roto el velo de las ilusiones y sabrá que no existen coincidencias bajo el cielo. Todo responde a un orden: la montaña, el pájaro, el árbol, la estrella y el río… Todo permanecerá intacto, incluso la paz y la guerra, sólo él partirá.
Actualmente, el reflejo de la luna baña sus noches insomnes, ya no quiere dormir porque ahora, ya sabe que la muerte se asoma y el sueño eterno quitará toda la fatiga de la vida entera, por eso, se queda despierto esperando para mirar el fondo de los ojos de su propia muerte; ella está retrasando su llegada, él no sabe por qué, tampoco importa. Agradece al universo un mísero día a más. Todo tiempo sirve, mezquinamente, se aferra a los minutos. Le quedaba un año y medio, ahora está en los descuentos, ya no envía notas de despedida, pues, ya logró la conmiseración de medio mundo.Sabe que no llevará ganancias, poco le importa, tampoco le importa el poco que estará dejando. Abre la ventana y a voz en cuello grita que no lamenta nada, que es feliz en su soberbia vida. Cierra la ventana y susurra el miedo y la desazón que le remuerde el alma.
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