Mis abuelos que no conocí


Se vive de muchas memorias. Del pasado que ha dejado las huellas al presente y de las huellas que serán el pasado del mañana. Es una cadena sin fin. A veces me agarro a estas memorias, como una necesidad fisiológica, si vale el término.

De mis abuelos paternos he logrado solo recolectar las memorias de otros, no los conocí y en las pocas fotos que vi de ellos se ve una época de miseria y miedo. Dos guerras mundiales y mucha hambre. Me contaron mis tíos que hasta las semillas que debían sembrar se comieron. Y sin embargo lo poco que comieron era aún sano: el progreso fue más trágico que el hambre. Cuando me hablaban de la polenta o de la harina que los jerarcas fascistas pasaban a secuestrar propio en las casas de los más pobres, era como ver la acción del capitalismo salvaje, como ver el mas fuerte quitarle la miga de pan al mas débil, hoy, los rusos o los israelís, los vivos con los sonsos, más allá de las leyendas populares.

Mi abuela dio a luz dieciséis criaturas, hasta escribir este número, hoy, resulta ser increíble. La tremenda belleza de algunas fotos no se si logra transmitir plenamente un significado a la imagen, al momento, al estado de animo de aquel tiempo; la falta del color determina la nostalgia, construye una memoria, fija el instante y lo detiene para siempre. De ahí solo interpretaciones, subjetividades. Cuentan que mi abuelo volvía de su trabajo de albañil y encontrando a sus hijos llorando, preguntaba del porque estaban llorando, mi abuela le contestaba que “tenían hambre”, entonces el la invitaba a que le diera de comer. Era una farsa, porque de comer no había nada. Ella lo miraba atónita y le decía que “no había nada que comer”. La miseria es fuente de insensatez y de crueldad, como el progreso, mi abuelo entonces le contestaba así: “¡Que se vayan a dormir entonces!”.

A pesar de todo, así dice un famoso refrán, mis abuelos vivieron una vida bastante larga, mi abuelo falleció en el año 1942 a los 68 años y mi abuela en el año 1966 a los 80 años. Muchísima gente hoy, a pesar de todo, no alcanza esta longevidad. Calidad y cantidad no siempre han ido de acuerdo. Los dos se habrán querido como fue quererse en aquellos años turbulentos, la Historia, con mayúscula, marca épocas que aun faltan de alguna narración, la que deberían haber hecho los de abajo. El cuento de los subalternos que completaría, tal vez, el rompecabezas de la Historia.

Claro, historias como esta habrán millones, cada uno de nosotros debe tenerla aun secreta o oculta en sus memorias, para alguno le resultará difícil sacarla a la luz, para otro imposible, la memoria, decía el poeta, es cosa para campesinos, sembrar puede ser fácil pero no siempre se logra cosechar cuanto se siembra. Mis abuelos sembraron muchas vidas, ocho de ellas se fueron también a la guerra, volviendo vivos a la casa. No se si hoy este mundo al borde de la locura logre entenderlos, me cuesta ver lo que todos vemos y no entendemos. El “siglo corto” fue un rayo de luz que no hemos aun metabolizado, tan rápida fue la entrada al siglo XXI que nos cuesta mirar atrás y pensar lo que realmente sucedió.

A mis abuelos no logré conocerlos, iba hasta la casa donde vivieron y ahí me ponía a pensar todo cuanto me contaron mis tíos, a lo que mis padres me narraban y solo ahora, cuando la edad es un filtro y un catalizador, reúno todas estas narraciones, la memoria oral que tanto nos hace falta, y voy destilando los recuerdos, también los que no me pertenecen. Armando un rompecabezas que se sigue moviendo, como las historia, como nuestro increíble andar.

Maurizio Bagatin, 6 de marzo 2024

Imágenes: 

1- Mi abuela con quince de sus hijos
2- La casa donde nacieron mi papá y mis tíos
3- La tumba de mis abuelos




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