Máscara africana


Hay una máscara y es detrás de ella que vas a ocultarte. No es tarde, el día aun es joven, no hay eclipse solar y la amarga madera de ébano la oculto para la noche más oscura. No me encerraré en la cabaña hasta que el sol no explote sus primeros fulgentes rayos. Es la voz de Manu Dibango que nos despertará, soul makossa.

Tan lejos el virgen tam tam, tan cerca vientres que danzan como la sangre inyectada con vino de palma. Negritud le decía Senghor, pero con su sangre. Otro día fue Fanon y los más violentos Achebe y la divina Gordimer. Mascaras bantúes y danzas Masái. Fuimos al rio a saciar nuestra sed, mascábamos maní blanco y mandioca, apagábamos la sed con agua cristalina que hoy no puedo garantizar siga tan pura como entonces. El tiempo es cruel con las fuentes de la vida, con las mujeres y con las vertientes, así como con la verdad y la justicia. Nelson Mandela dejó un grafiti en su celda, es una poesía de William Ernest Henley: “Soy el amo de mi destino, Soy el capitán de mi alma”. Destinos y almas hechos de barro y de sangre.

Voy caminando por atajos de un color rojo como la sangre, la tierra es una sola vena entera, no deja transpirar y no respira, desangrada tierra que arde solo con el baile y la fiesta, son ellos que ocultan cualquier dolor. Se reúne todo el sur del mundo desde el punto de partida. Es el sol abrasador que amarra en un dulce abrazo, en un dulce castigo de la imponente voz primordial. Solo el mito ha intentado explicarnos el enigma, alumbrarnos el dilema, conducirnos hasta Lascuax, caminar hasta Clovis y dejarnos libres, sueltos y felices.

Las luces de la madrugada son fértiles, son como el sudor de Livingstone, como la poesía que el maudit no quiso escribir y dejó al deseo de Paul Verlaine. Leones y elefantes, toda la espeluznante grandeza de la naturaleza, el baobab y el ocaso rojo como la tierra: es la sangre del pathos de Pangea. Nos sentimos como las hormigas frente a una araña, tuvimos que hacernos liliputienses y sacar nuestras genialidades, cantar y danzar como el espíritu de la foresta. Y frente a la gran fogata quitarnos la ultima mascara, la del blanco y la del negro, una sola fuerza habría resistido el desmoronamiento que vio Okonkwo. La noche es larga, el vino es fuerte, Dieudonne se vuelve una mascara blanca al ver la pantera negra que en realidad es un leopardo. Y yo me siento a contemplar la primera neblina después del dilúculo, hablándole a la primera mujer que enciende el fuego. Adoro estos olores matutinos, estos perfumes a virginidad. Veo Abebe Bikila corriendo como antílope pisando los adoquines de Roma.

Cuando terminó el baile surgió la luz, todos los colores de la tierra se reunieron, todos se reconocieron en ellos, fue un juego, una charada, una superstición, y se fue el dolor, cansado, mudo y otra vez feliz.

Los días son largos, infinitos y mágicos. No hay instrumento musical que no logre acompañarlos, diseñando el canto que reproduce un pájaro de mil colores, la voz de una madre que reúne los hijos por la escuela, el silencioso retorno del campo de un padre desconsolado.

Todas las mascaras africana son una sola mascara, miles de símbolos que siguen a Mama África, la carrera del antílope y el silbar del niño cargando un balde de agua del rio. Alegría y tristeza marcada en la madera mas preciosa, feroces expresiones cargadas de siniestros presagios. Vudú y sonrisas, macumba y engatusamiento. Para muchos “más simplemente” mal de África.

Maurizio Bagatin, 11 de abril 2024
Imagen: Estatua de plomo del norte de Camerún

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