Cívica en la plaza

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En medio de las discusiones interminables a que somos proclives los colombianos, sobre cuanto motivo humano y divino se nos aparece, van quedando ocultos o en silencio muchos detalles, aspectos nimios que a lo mejor permiten establecer diferencias. Comprender mejor. No es fácil percibirlos porque entre los énfasis de las verdades reveladas y la fundación de dogmas personales no nos oímos y convertimos la gritería en la música de la voz. En el fondo una manera de silenciar, eliminar, suprimir, avasallar al otro. Quizá esto incida en el gusto por la gritería, las comedias ruidosas, las explosiones de los melodramas (súplicas, tiros y bombas), y el escaso interés por el silencio interior de la lectura y su fecundo fortalecimiento de una intimidad descuidada y cada vez más desconocida.

Así despierta la reflexión un aspecto nuevo en las multitudinarias manifestaciones de ciudadanos que acuden a la Plaza de Bolívar, en el Distrito Capital, a apoyar al Alcalde Mayor y exigir respeto por su voto. No hay que detenerse en la maraña jurídica porque Papas tiene la madre iglesia y existen hechos políticos que rebasan la aplicación torticera y discutible del collar de cuentas sin cuento de normas. No en balde los caribes tenemos el antecedente del pensador del Cabrero saliendo a un balcón y rompiendo la Constitución Política para anunciar que había dejado de regir. No es para recomendar un gesto sino para señalar la fuerza de lo político y poner en su lugar la engañifa que llaman institucionalidad. Esta no puede sostenerse sobre la arbitrariedad y el abuso.


Es más modesto lo que se observa. En las cinco tumultuosas manifestaciones de los bogotanos no se ha roto una vaso, ninguna vitrina de las sombrererías de la calle 12, ninguna puerta de banco, no han derribado estatuas, ni han torcido las rejas de la casa de la justicia suprema, ni mucho menos los portones del templo del Dios de los católicos. Y las pequeñas llamas, como las velas de Doris Salcedo hace algunos años, se han consumido en la mano de sus portadores.

Esto en un momento de la vida ilusionada se suponía normal. Pero no. En los años de la ilusión y la ira, una soga tumbó la cabeza del galante Santander en la Universidad Nacional. En las recientes protestas de educadores en Brasil, la rabia acumulada destrozó vidrios y rejas. Y nadie sabe cuántos cuerpos humanos han quedado destrozados por siglos de sordera y engaño.

Parece entonces que la democracia logra un escalón más en su inepta respuesta frente al embate del desmadre de los locos del dinero. Los ciudadanos no dan pretexto para que la otra violencia se desate. Escuchan y corean sentencias de estímulo.

Piense cada quien lo que quiera pensar sobre el tono del Alcalde del Distrito Capital, es el que aceptan y entienden sus electores. Y surge una percepción más: esos electores no vendieron su voto, por ello el mandato está vigente. No quedó cancelado con el pago pecaminoso.

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