La resaca sos vos, Pichetto

PABLO CINGOLANI -.

Miguel Ángel Pichetto, senador argentino.
¿San Martín lo hubiera mandado a fusilar? Imaginemos.

¿Así que para vos los bolivianos y los peruanos son narcos y pobres?  Decime: ¿Vos donde naciste, Pichetto? ‒le hubiera espetado el General que nació en Yapeyú, donde los guaraníes.
¿Así que hay que rajarlos a todos porque si no somos tontos? Vos que te debes creer muy inteligente, ¿sabés cuanta sangre costó liberarnos del yugo colonial que nos oprimía? ¿Vos dónde estabas, Pichetto? ¿Vos dónde naciste, Pichetto?‒San Martín lo hubiese mirado fijo, con esos ojos penetrantes que tenía, ojos como dagas, ojos de cóndor tenía.

Prosigue San Martín, cambiando la yerba del mate, un mate precioso que le regaló un cacique pehuenche, en las tolderías, desde donde había lanzado la “guerra de Zapa”, hacia el sur de Chile, para proseguir con las acciones militares continentales de liberación: Mira vos, che, así que ahora, según tu preclara visión, los peruanos y los bolivianos nos vienen a joder la vida a los argentinos… a ver, decime Pichetto, ¿vos no sabés que los argentinos, los peruanos y los bolivianos (y los chilenos, los ecuatorianos, y todos los latinoamericanos) somos un solo pueblo? ¿Vos en qué planeta vivís? ¿Vos dónde naciste, Pichetto?

Pichetto no dice nada. Es San Martín quien lo increpa. Pero San Martín quiere escucharlo, quiere darle –es justo- derecho a defenderse. Hablá, hablá, Pichetto, decí lo que quieras, que vos sabés mejor que nadie que hablar, hablar huevadas, no cuesta nada.

Pichetto traga saliva. Se atreve. Una vez más.

Habla Pichetto: Sucede, General, que…. (Piensa Pichetto: “esos bolivianos de mierda, esos peruanos de mierda” pero no se anima, lo piensa pero no se anima. Piensa Pichetto: cuidado San Martín se empute y me manda a fusilar…)

¿Qué sucede, Pichetto, qué sucede, eh? ‒San Martín se impacienta. No tiene tiempo que perder, debe cruzar la cordillera de los Andes, debe vencer en Chacabuco y en Maipú, debe acosar y cercar a los godos en el Perú, debe tomar Lima, debe declarar la independencia del país de los Incas, debe reunirse con Bolívar para terminar de trazar y ajustar el plan de liberación continental, debe hacer tantas cosas que no tiene tiempo que perder con estos tipos que no entienden nada, que no saben que somos una sola Patria, que caminamos juntos y que vamos a seguir haciéndolo porque tenemos la fe y la convicción puesta en ese camino, en ese destino de unirnos cada vez más, de abolir las fronteras, de sentirnos y sabernos hermanos… Dale, Pichetto, dale, hablá ‒San Martín mira a uno de sus granaderos, uno de los 78 granaderos que no lo abandonaron nunca desde la batalla de San Lorenzo, en 1813, y que tras haber sido parte del Ejército de los Andes, que combatió por la liberación de Chile y de Perú, recién volverían a casa en 1826… 

Habla Pichetto, se anima Pichetto, se atreve Pichetto: Sucede, General, que no me refiero a todos los bolivianos ni a todos los peruanos, sino a los que vienen acá, que nos usan los hospitales gratis, que le quitan el trabajo a los argentinos, y que son la resaca de sus países…‒San Martín le clava esos ojos que tenía, esos ojos con toda la dignidad y el desprendimiento que San Martín tenía, lo vuelve a mirar a su granadero, esos patriotas que nunca se rindieron, que dejaron todo por la causa, que era la causa de la libertad, de la justicia y la fraternidad entre los pueblos de América, y finalmente lo mira a Pichetto y exclama, tal cual y antes que Arlt lo escriba: Rajá, turrito, rajá.  Agregó, lapidario: La resaca sos vos. Pichetto, rojo de vergüenza, se alejó. 

San Martín, alcanzándole un mate, se dirigió al granadero, su compadre además: ¿Sabés, Manuel, qué habría que hacer con estos tipos que se creen superiores, que desprecian al pueblo, que carecen de solidaridad y que son unos lameculos de los poderosos?

Manuel ya sabía la respuesta, por eso sonrío con su cara de gaucho bravo y de argentino bueno.

A estos tipos, agregó el Libertador de América, a estos hombrecitos de poca fe, habría que fusilarlos… si para eso tenemos toda la cordillera, ¡la cordillera de los Andes que nos une con nuestros hermanos del continente, también puede servir de paredón!… ¿no te parece, Manuel?

Manuel asintió y ya no sonrío: se empezó a reír a carcajadas, como sólo el pueblo ríe. San Martín, se empezó a reír también, y acercándose al compadre, le dijo a su oído: ¿Sabés, Manuel, porque no lo fusilo? No lo fusilo porque después los come mierdas de la mediática van a decir que San Martín es un violento, San Martín es un autoritario, San Martín es un dictador, San Martín es esto y lo otro, ¿y sabés qué, hermano? Nosotros nacimos para la pelea de verdad, para la guerra de liberación, para sufrir y sacrificarnos con nuestro pueblo, y no para todas esas pajas.

Otro día, un día de sol vibrante, Manuel lo escuchó a su compadre arengando a las tropas. 

El general exclamaba, con fervor: "Compañeros del Ejército de los Andes: Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje."

Para Manuel, eso fue música. Tambores, guitarras combativas, bombos, quenas, tarkas. Ese día, después de escucharlo, se tomó un vino con los otros granaderos y juraron, como juran los hombres, no desoír nunca el llamado de la Patria y no desandar jamás el legado de San Martín, el que ese triste personaje de la política fecal y anti-popular, ensucia, niega, abomina, desconoce.

Pablo Cingolani
Río Abajo, Montañas de Bolivia, 8 de noviembre de 2016

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