CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Romualdo era histérico, extrovertido, gritón y movedizo. No le prestaba atención a las situaciones más de cinco segundos, a menos que fuese algo relevante para él. Al confundir mi angustia con seriedad, decidió llamarme profesor. De vez en cuando nuestros turnos coincidían en algún reporteo por Talca. A diferencia del resto de sus colegas, Romualdo sabía separar la amistad del trabajo y siempre se comportaba de manera profesional: llegaba a la hora convenida, inmortalizaba con precisión la noticia con el lente de su cámara y después revisaba con ojo crítico los negativos en el cuarto oscuro. Cuando la tecnología llegó al diario, este proceso lo hacía frente a la pantalla del computador, alternando el teclado y el mouse con su bandeja de colación. Su permanente neurosis volvía sus movimientos tensos, rígidos y robóticos. “Tranquilo, profesor, tranquilo”, repetía para darse confianza mientras la cámara, los rollos, el chip o los discos compactos temblaban en sus manos, pero sin que se le resbalaran al suelo.
Recuerdo cuando un editor joven, estrella y explotador nos envió a última hora a cubrir una noticia sobre la contaminación provocada por una empresa en las afueras de Talca. Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde y fuimos obligados a detenernos frente a un oscuro portón de hierro. El chofer del móvil, al percatarse que estaba a cinco minutos de su hora de salida y que la espera se dilataría más de ese tiempo, nos conminó a bajar del vehículo. Movió el embrague, el cambio y el volante, dio media vuelta y aceleró de regreso a la ciudad, dejándonos de recuerdo una gran nube de humo y polvo que no tardó en envolvernos. Romualdo reaccionó dando brincos de mono amaestrado intentando alzarse por sobre la nube y así gritarle maldiciones al chofer del móvil que se perdía en la distancia. Testigos del berrinche fueron el sol, los cerros, la vegetación silvestre, los insectos, las aves, uno que otro zorro o puma vigilando desde lo alto y las aguas del río coloreadas de verde por los residuos. Mientras tanto, yo usaba mi libreta de apuntes para lanzarme un poco de aire esperando que el gerente de marketing se diera la molestia de recibirnos.
Romualdo era histérico, extrovertido, gritón y movedizo. No le prestaba atención a las situaciones más de cinco segundos, a menos que fuese algo relevante para él. Al confundir mi angustia con seriedad, decidió llamarme profesor. De vez en cuando nuestros turnos coincidían en algún reporteo por Talca. A diferencia del resto de sus colegas, Romualdo sabía separar la amistad del trabajo y siempre se comportaba de manera profesional: llegaba a la hora convenida, inmortalizaba con precisión la noticia con el lente de su cámara y después revisaba con ojo crítico los negativos en el cuarto oscuro. Cuando la tecnología llegó al diario, este proceso lo hacía frente a la pantalla del computador, alternando el teclado y el mouse con su bandeja de colación. Su permanente neurosis volvía sus movimientos tensos, rígidos y robóticos. “Tranquilo, profesor, tranquilo”, repetía para darse confianza mientras la cámara, los rollos, el chip o los discos compactos temblaban en sus manos, pero sin que se le resbalaran al suelo.
Recuerdo cuando un editor joven, estrella y explotador nos envió a última hora a cubrir una noticia sobre la contaminación provocada por una empresa en las afueras de Talca. Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde y fuimos obligados a detenernos frente a un oscuro portón de hierro. El chofer del móvil, al percatarse que estaba a cinco minutos de su hora de salida y que la espera se dilataría más de ese tiempo, nos conminó a bajar del vehículo. Movió el embrague, el cambio y el volante, dio media vuelta y aceleró de regreso a la ciudad, dejándonos de recuerdo una gran nube de humo y polvo que no tardó en envolvernos. Romualdo reaccionó dando brincos de mono amaestrado intentando alzarse por sobre la nube y así gritarle maldiciones al chofer del móvil que se perdía en la distancia. Testigos del berrinche fueron el sol, los cerros, la vegetación silvestre, los insectos, las aves, uno que otro zorro o puma vigilando desde lo alto y las aguas del río coloreadas de verde por los residuos. Mientras tanto, yo usaba mi libreta de apuntes para lanzarme un poco de aire esperando que el gerente de marketing se diera la molestia de recibirnos.
10 Comentarios
Siento mucho aprecio por las personas que se toman el trabajo de hacer bien lo que le corresponde hacer, aunque sean histéricos.
ResponderEliminarPor el contrario, detesto a los que sacan la vuelta o hacen las cosas a medias sólo para salvar el día.
Romualdo está pintado como un buen tipo y más encima puntual. Algo insólito en un país en que ser puntual significa llegar una o dos horas más tarde de lo convenido.
Un relato bien escrito, amigo Claudio.
Yo soy como Romualdo, si me provocan hago berrinche. A mi nadie me la hace ¡¡
ResponderEliminarEntonces, Lilymeth, nunca trabajes de periodista en Talca, Región del Maule, Chile... situaciones como esta pasan a cada rato...
ResponderEliminarOiga profesor Rodríguez, ¿y qué es de la vida de Romualdo hoy?
ResponderEliminarayer, en la marcha de los empleados públicos en protesta por los despidos del gobierno, lo vi parado en una esquina con su cámara. Lo saludé con la mano y gritó: "¡No se rinda, profesoooooooor!"
ResponderEliminar¡Aguante Rodríguez! debe haberle gritado. Dígale que comparta unas fotografías con Plumas cuando lo vea. Insisto en que me caen en gracia los tipos que se toman el trabajo de hacer bien su pega, porque son tan pocos.
ResponderEliminarMe encanta el nuevo formato que habéis dado al blog. Me pregunto si su título "Plumas latinoamericanas" es un lugar exclusivo para escritores que vivís en América. ¿Es así o aceptáis intrusos?
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay un lugar asegurado para tí, querida Concha. La invitación que te hice hace un tiempo no tiene fecha de caducidad. Sería el mayor honor que escribas y participes permanentemente junto a nosotros.
ResponderEliminarEl nombre parece delimitante, pero nunca ha estado en el ánimo de nadie el circunscribirse a una temática ni a un espacio geográfico.
Eres siempre bienvenida mi querida amiga.
Excelente simplemente excelente... bienvenida, amiga Concha...
ResponderEliminarMe tardé un poco más que el resto en conocer a Romualdo, pero ciertamente valió la pena. Lo pintás ("describís" en argentino)como un gran tipo pese a sus defectos mínimos. En muchas personas esos defectitos son los detalles que los hacen inolvidables.
ResponderEliminarYo soy de las calladitas que cuando se las hacen pone el grito en el cielo. Todo lo que hago es con cariño y dedicación aunque no haya pago o el destinatario sea despreciable. Tampoco acepto que me culpen de algo que no hice; nadie me carga un muerto que no maté con mis propias manos y con mis móviles. Atenti!