Por Concha Pelayo
Conversábamos. Me contabas como os habiais conocido. De pronto dijiste: Murió mi marido. Para añadir a continuación: Y menos mal que murió.
Conversábamos. Me contabas como os habiais conocido. De pronto dijiste: Murió mi marido. Para añadir a continuación: Y menos mal que murió.
Lo confieso Maria José, no sé que quisiste decir con ello. Todavía no he conseguido descubrirlo. Habiais tenido un buen matrimonio. Todo funcionaba bien, hasta que quiso hacerse empresasrio. Tenía un cargo importante en una buena empresa. Era ingeniero y teníais un buen nivel de vida.
Dejó su empresa y puso un negocio. Fracasó y ahí comenzó vuestro declive social. Como las desgracias nunca vienen solas, al poco tiempo, tu marido contrajo un cáncer y murió. Perdiste amigos, relaciones, volviste a trabajar en el hospital como comadrona. Te quedaste con deudas y con tres hijos que sacar adelante. Todo cambió. La soledad se hizo pertinaz. Tus hijos fueron creciendo. Una de tus hijas no te habla.
Parece que te estoy viendo hace apenas unas semanas en Madrid, en el Palacio de Fernán Núñez donde nos habían reunido a todo el grupo para partir, todos juntos hacia la estación para tomar el AVE que nos conduciría hasta Ciudad Real, donde iba a celebrarse nuestro congreso nacional. Estabais los dos sentados, tú y tu pareja, me dijiste cuando nos presentamos. Mirabais curiosos la hermosa sala, repleta de espejos y consolas. Una gran lámpara de murano colgaba del techo. Los grandes ventanales que iluminaban la estancia daban a un hermoso jardín lleno de vegetación, silencioso, pese a estar en el mismo centro de Madrid. Yo acababa de irrumpir en la sala para recoger algo de mi equipaje que había colocado junto a las numerosas maletas que se habían ido amontonando. Me presenté y nos saludamos cordialmente. Se estableció al instante una fuerte corriente de simpatía entre las dos, también con tu pareja.
Él, era un hombre alto, de complexión fuerte, sin llegar a la obesidad, moreno. Me di cuenta enseguida de que era árabe. Tengo un radar especial para detectarlos aunque no haya ningún signo físico que los delate. Tú llevabas un brazo en cabestrillo. Ahora no recuerdo qué es lo que te había pasado. Hablamos, hablamos. Tu gracejo sevillano era cálido, próximo, y yo me sentía a gusto. Seguía entrando gente, compañeros todos y nos saludábamos. Yo os iba presentando a unos y a otros mientras seguíamos nuestra conversación.
Abraham Haim. Ese es el nombre de tu, ahora, compañero de viaje. Al poco tiempo me estabas contando cómo os conocisteis. Porque yo te pregunté, claro.
Estabas en Sevilla dejando pasar el tiempo, entre la soledad, los recuerdos y el aburrimiento. Alguna conferencia con tus amigas, algún paseo por el Parque María Luisa, imagino que enmbriagada de azahar en primavera. La feria de abril, la Semana Santa. Sevilla cuenta con muchas posibilidades, péro tú, María José, estabas sola.
Una amiga te había telefoneado anunciándote un ciclo de conferencias cuyo tema versaba sobre el problema palestino/israelí. Y fuiste. Subías la escalinata del lugar indicado y te cruzaste con un hombre en la escalera. Le preguntaste si sabía dónde estaba el salón de conferencias. "Yo voy hacia allí mismo, soy uno de los conferenciantes".
Mientras caminabais juntos intercambiasteis algunas frases. "Conectamos enseguida", me decías. Os dio tiempo a intercambiaros vuestros teléfonos.
Adiós, adiós, hasta la vista.
A los tres días de aquel encuentro, Abraham te puso un mensaje. No contestaste. Volvió a ponerte otro y otro. Al cuarto respondiste. Entonces te llamó por teléfono y te dijo: "La semana que viene voy a estar en Madrid, ¿quieres que nos veamos?
María José me contaba todo esto con gran naturalidad. Me dijo: "Que sea lo que Dios quiera, me lié la manta a la cabeza y me fui a Madrid. Y hasta hoy...han pasado tres años y medio".
Ha cambiado tu vida, eres la mujer más feliz del mundo. Si alguien te hubiera vaticinado lo que vivirías tres años después de aquella tarde nunca lo hubieras creído.
Ahora viajas por todos los rincones, conoces a mucha gente. Estás aprendiendo una cultura que te resultaba extraña. Abraham también es feliz a tu lado. Eres su soporte. Es muy fácil la convivencia con él. "Como estaba separado, dices, desde hace algunos años, sabe apañarse muy bien con sus cosas. Incluso se frota los cuellos y los puños de sus camisas antes de ponerlos en la lavadora. Sabe planchar, cocinar y es un encanto, además de simpático y abierto. Nunca me comentaste nada sobre sus habilidades amatorias. Yo tampoco te pregunté claro, aunque, la verdad, los árabes, para mí, tienen mucho morbo. Además habla muy bien español, imparte conferencias por toda España y disfrutáis de la vida, a tope. De momento, Abraham vive en Jerusalem y tú en Sevilla, pero viene con frecuencia. Tú todavía no has ido a su país pero lo harás en breve. La próxima navidad.
Tras este periplo por tierras manchegas, donde pasamos cuatro días en compañía, compartiendo mesa, mantel y conversaciones, estuvimos comunicándonos con cierta frecuencia.
Hace ya más de un año me llamaste un día para decirme que Abraham estaba raro, que ya no te llevaba a ningún sitio. Ponía todas las pegas del mundo. Tú, una andaluza perspicaz e intuitiva, sabías que algo raro pasaba en su vida. Hace apenas unos meses me confirmaste tus sospechas. En la vida de Abraham había otra.
6 Comentarios
Qué historia tan dolorosa. Como esposa siento una profunda solidaridad para con estos casos. No quiero parecer injusta pero me da un ataque anti-hombres y no lo puedo evitar.
ResponderEliminarUna carta muy atrapante. Saludos.
El final me parte el alma... y me acaba de cerrar la expresión del comienzo. Aunque intento mostrarme comprensiva y presto oido a eso del instinto del hombre.. NO ENTIENDO.. ¿será porque soy mujer? Supongo que eso no tiene nada que ver... pero siento mucha empatía en estos casos, tal como dice Ale. Nunca me sucedió pero presiento que en tal caso se puede llegar a odiar con la misma intensidad con la que se amó.
ResponderEliminarCada una de tus cartas es un relato que conmueve desde lo más profundo, gracias por compartirlas.
Saluditos!
Interesante punto de vista femenino.Lo tendré en cuenta. Muy buen texto, admirable su talento sra. Concha.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios y por vuestra sensibilidad. Como mujeres, sé que captáis a la perfección todo lo que subyace en el contenido de estos relatos.
ResponderEliminarUn beso a las tres.
La perspicacia e intuición femenina parecen siempre ser capaces de descubrir todo embuste, y aún descubriéndolo, da la impresión de que muchas veces prefieren coexistir silenciosamente con él, prefiriéndolo al abismo sin fondo de la soledad.
ResponderEliminarPoderoso relato, querida Concha.
Durísimas, hermosa y atrapante.
ResponderEliminarGracias, querida Concha.