El demonio de la calle Magdalena

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

Fausto Damico, de la calle Magdalena, decía ser el Diablo. Cada tarde recorría las calles, los bares y las plazas en busca de algún alma para registrar en su Libro de Condenados. En sus comienzos, su procedimiento era simple. Sencillamente encaraba a un candidato y le decía :

- ¡Jefe!... quiero su alma! 

De más está decir que la precariedad argumentativa de Fausto no convencía a nadie.

Sin embargo, con el tiempo, fue muniéndose de algunos rigores intelectuales que lo ayudarían en el desempeño de su función. Así, llegarían sus primeros logros.

Fausto, también fue ganándose cierto prestigio entre los cultores del esoterismo. No obstante, la agrupación más conocida de la zona, la secta satánica ¨Un aplauso pa´l asador¨, si bien lo reconocía como parte de las huestes infernales, lo consideraba apenas una entidad de orden menor.

Pero a Fausto poco le importaba la opinión de los burócratas. Él seguía ejerciendo su papel con la mayor dignidad posible y cada día incorporaba una nueva técnica a sus procedimientos.

Una tarde subió al colectivo 526 y , cual un vendedor ambulante, expresó su propuesta ante los pasajeros. Aquella novedosa modalidad lo impulsó a incorporar un discurso ágil y revelador; simple y llamativo.

Fue así que decidió llevar su mensaje envuelto en el efectivo recurso de hablar en verso:

Estimados pasajeros, les robaré su atención;
me presento : soy El Diablo, su seguro servidor.
No vengo a comprarles el alma porque soy un diablo pobre,
ni a prometerles la calma, sino más bien el desorden.

Soy el caos, la malaria; soy Belsevou y Astaroth;
Soy el licor del olvido para aquel que ya olvidó.
Soy ese ángel caído que ha desafiado a su Dios;
soy el después y fui el antes en cada pena de amor.

Mi rostro está en las barajas y en las piernas de mujer;
mis manos son las espadas que se adueñan del poder;
mi deseo es la venganza y mi norte es la maldad.
¡Señores, Yo soy el Diablo! ¡Es la hora de temblar!

Terminada su presentación, se despachaba con algún artificio a modo de remate: una llamarada o la rotura de un vidrio con solo mirarlo. Esto borraba la sonrisa de cualquier desprevenido que lo hubiese tomado por loco.

Sin embargo, advirtió que su actuación no resultaba demasiado productiva en la recolección de almas. Comprendió que nadie habría de condenarse infundido por el temor y, entonces, una vez más, decidió cambiar de táctica.

A partir de allí sus apariciones fueron menos frecuentes. Ahora elegía sus batallas, y sus contrincantes no eran personas temerosas sino desesperadas. Amantes no correspondidos, viudas y cornudos fueron su  ¨carne de cañón¨ .

Un atardecer de verano, mientras el sol se iba abrigando con las tejas de las casitas de la calle Posadas, Fausto se presentó en la casa del poeta Edmundo Morales, quien acababa de cosechar una nueva decepción amorosa. Fausto empuñó la guitarra de Morales y descargó su ¨milonguita¨ :

Muy buenas tardes poeta,
me presento:... soy Damico
y enseguidita le explico
la razón de mi presencia...
solicito su paciencia
porque tengo seco el pico...
si me invita algún vinito
lo pagaré con sapiencia

Pero el poeta no se amilanó y descargó su respuesta:

Aquí usted no es bienvenido
ni su mal fingida calma…
…no venga a buscar mi alma
puesto que ya la he perdido
en los ojos y el olvido
de una mujer despiadada
Por lo tanto ¡ no hay patriada!
váyase por donde vino...
...y diga que estoy tranquilo
que si no... lo echo a patadas

Tras la respuesta del poeta, Damico decidió marcharse, amparándose en el dicho de que ¨el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo¨.

Y así fue que cada tarde, el demonio de la calle Magdalena salía a recolectar almas entre los desesperados.

Pero un día ocurrió lo no previsto. En un banco de la plaza Villa Obrera, Damico se acercó a una muchacha que lloraba silenciosamente. Nuestro diablo se frotó las manos, se acercó a ella y repentinamente la joven alzó la mirada. El demonio se deslumbró ante el brillo verde mar de aquellos ojos. Y si… lo no previsto: Damico se había enamorado.

Fue así que concurrió cada tarde a la plaza tan solo para verla. Él la tomaba de la mano y se maravillaba con el mágico momento. Damico observaba con curiosidad un anillo escarlata que ella llevaba en el meñique.

Un espléndido anillo que brillaba con las primeras luces lunares que precedían a la noche.

Luego de varias tardes compartidas con la bella muchacha, Damico pudo adueñarse de sus labios. Ella se sintió turbada, pero alentó a Damico a seguir insistiendo. Finalmente, la muchacha se incorporó y prometió volver al día siguiente, a la misma hora.

Y Damico estuvo allí a esa hora, y también la hora subsiguiente; y las dos que le siguieron. Finalmente, cuando las sombras se habían adueñado de la plaza, entre la espesura de la niebla otoñal apareció un hombre. Éste se acercó a Damico y le dijo:

-Ya no la espere, Damico!… Ella no vendrá…!

- Pero… ¿usted qué sabe?... ¿usted quién es?

-¿Pero cómo quién soy?... Yo soy el rey de las sombras… el embajador del oprobio… yo… soy… el diablo… 

Dicho esto, el hombre alzó su mano y un relámpago iluminó su siniestra figura.

- Damico… has intentado servirte de mi nombre, pero sólo has sido un torpe amateur…!!! Te has dejado vencer por un amor vulgar….

Damico palideció… aquel personaje sonrió maléficamente y -a modo de despedida- se quitó de su meñique el espléndido anillo escarlata que brillaba ante la luna y lo arrojó en un aljibe de lava y serpientes.

Damico desapareció por un tiempo. Jamás volvió a ejercer aquel maléfico oficio. Durante un tiempo trabajó vendiendo seguros, pero los vecinos se preguntaban si su oficio anterior no había sido mucho más decente.

Damico envejeció sin amores y sin odios. Ya no se lo ve arrojando llamaradas en el colectivo 526.

Sin embargo, algunas personas aseguran haberlo escuchado en los pasillos del desvencijado colectivo recitando un nuevo y melancólico pregón:

- A dos caricias, mi alma... ¿quién quiere comprar un alma?...

Publicar un comentario

9 Comentarios

  1. Un demonio con mala suerte. Y un poeta sin paciencia.

    Hilarante. Gran destreza narrativa. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Un demonio expulsado de las tinieblas por inepto, que debe lidiar con el descreimiento, la falta de respeto, la ausencia de humor, la inflación, los anti K, los K, las amenazas de pateaduras y una amada transexual.

    ¡Qué panorama está pasando nuestra gente en estos días!

    Estoy intrigado, además, respecto a ese tal poeta Edmundo Morales. Alguien le destrozó el corazón, igual que al holandés errante, y ya ni las señales del infierno lo impresionan.

    Buenísimo.

    Un abrazo grande amigo Edu.

    ResponderEliminar
  3. Chamullero, versero.. esos son las características discursivas de un buen diablo o vendedor de colectivo. Al primero no tuve la desgracia de conocerlo pero a los otros sí y por lo tanto me doy una idea del poder de convicción que tiene tu mítico personaje!!
    Divertido, ocurrente y entrañable. Muy bueno, un gran abrazo querido amigo.

    ResponderEliminar
  4. Rolf Ohlendorf7/11/12

    Huele a periferia bonaerense. Acá los demonios son puros patos malos. Muy bueno.

    Rolf

    ResponderEliminar
  5. Gracias Eduardo, muy gracioso y entretenido. Ya lo ves, "el amor es mas fuerte"

    ResponderEliminar
  6. Hay tantos demonios sueltos por la ciudad causando pánico y estupor, pero este me causa una misteriosa adhesión ¿será porque luce sincero?
    Me gustó mucho!
    Abrazos.

    ResponderEliminar
  7. Muchas gracias a todos. Son enormemente generosos.

    ResponderEliminar