ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Por estos años, como continuidad de una tradición escondida, la voz, el gesto, el sueño de las mujeres aparece con una voluntad renovadora frente a un mundo atollado en las rutinas de su imposibilidad.
Una muestra particular del tejido que hacen las mujeres, no por oficio impuesto que amansa los aburrimientos de la exclusión sino por el conocimiento alucinado de las redes de Remedios Varo, sus molinos de astros, sus objetos impregnados de vida, sus bosques de revelaciones, se puede examinar en quienes escriben en los periódicos y revistas.
Escritoras de rigor en la información, de responsabilidad en las investigaciones, de gracia en el estilo y de una valentía arrojada, sin fronteras, despojadas de intereses baratos y de adhesiones fáciles, constituyen una hoguera en la cual quemar la hojarasca de las desesperanzas y las cobardías disfrazadas de saberes inmodificables.
Así, por nombrar algunas, y para que no haya confusión con el día de la mujer, de la reina, de la secretaria, de las solteras, Cecilia Orozco, Marianne Ponsford, Elisabeth Ungar, Arlene B. Tickner, Ana María Cano, Socorro Ramírez, Natalia Springer.
Justo alguna de ellas ha escrito una de las reflexiones severas en relación con el maremoto de esta semana y sus hipócritas náufragos. Mar de leva que con delicada perspicacia advirtió la Ministra de Relaciones Exteriores de Colombia. Ese aviso, destello de boya que bambolea la tormenta, apenas sirvió para que la inepta marinería clamara contra una supuesta traición.
El análisis es de Tickner. Su espléndida factura parece un Jeremías contemporáneo capaz de ver sus lamentos. Empieza con la ubicación del territorio donde la decisión de la Corte Internacional de Justicia tiene recepción de herida, algo tangible en la vida diaria y por supuesto un aumento en el rencoroso desinterés con que muchas regiones de Colombia soportan a Colombia, lo que llaman Colombia. En el Pacífico y en la Guajira.
Ahora la desolada San Andrés, con sus almacenes de turcos en remate, con una novelista que los revela, Hazel Robinson, con el estupendo libro de cuentos y la novela de Fany Buitrago, hará memoria. Desde los años en que sus expertos constructores de goletas apoyaron las gestas de independencia, sus cultivos de coco, su puerto libre, los empeños de Simón González por encontrar símbolos, barracudas y calypsos. Y los trabajos empecinados de la Universidad Nacional y de la poeta María Matilde y del Banco de la República por unir el rondón y el ajiaco, no como fusión, si como conocimiento de lo distinto que somos.
Arlene B. Tickner se refiere a un tema sensible. No resuelto. Y es pertinente que lo trate ella. El tema tiene entradas. La escritora apunta a “la soberbia andina”. A la ignorancia y menosprecio de las zonas costeras. Y a “la astucia caribeña de Nicaragua”.
Gracias Arlene, no será el momento de definir la república de los Andes, mandada por el emperador Evo, y la república del Caribe pastoreada por algún anciano dictador jubilado¿?
Así vamos llave.
5 Comentarios
Valentía, frescura, nuevos senderos reflexivos. También sucede en Chile, aunque de un modo levemente distinto. Las mujeres salvarán el continente de la desidia mental, de la corrupción de las formas.
ResponderEliminarNotable, estimado Roberto.
Lo siento por Nicaragua.
ResponderEliminarSaludos
En Chile no conozco a nadie de esa altura. Escriben las columnistas de la derecha que no valen un centavo, y muchas poetas excesivamente intimistas. Me gustaba Isabel Allende como periodista.
ResponderEliminarDesconozco los antecedentes históricos de esa disputa territorial. Me informaré para comentar con más conocimiento.
Saludos
Qué poco sé de las autoras que cita, ojalá pudiese tener más acceso a sus obras. Por mientras veré que encuentro en la red.
ResponderEliminarInteresante artículo. Saludos.
Cecilia Orozco, Marianne Ponsford, Elisabeth Ungar, Arlene B. Tickner, Ana María Cano, Socorro Ramírez, Natalia Springer. Apuntado, me buscaré algo que leer de ellas. Yo quiero ver el mar de sus palabras y bañarme en sus letras.
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