Gobernar y complacer

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Como tantas herramientas, las encuestas servían para establecer percepciones de necesidades, cuántos disponen de agua potable, quiénes se han vacunado contra el polio y la viruela negra, cuántos niños y ancianos viven en este paraje, cuántos van a la misa dominical, quienes desayunan y almuerzan con agua de panela, y la carne de pollo, res y puerco la come a diario. Informaciones de exactitud permitían el diseño de políticas públicas razonables y un mejor reparto de la carencia.

Era normal que el comercio también indagara con las encuestas los hábitos de consumo o los indujera mediante la exacerbación perversa de esa compulsión de vida que es el deseo. Y en los casos virtuosos corrigiera carencias como la del yodo en la sal, la del fluor para la dentadura, la de las frutas para la digestión.

Una vez las encuestas empezaron a intervenir en la política, en los actos de gobierno, y en las decisiones judiciales, se creó una distorsión que afecta a la democracia y legitima una aprobación o rechazo ulterior de decisiones cuyos mecanismos de refrendación o rechazo los establece la ley.

No debe mencionarse que con la modalidad de ordenar encuestas los gobiernos le resultan a los contribuyentes más gravosos y aumentan a niveles de psiquiatra las incertidumbres del gobernante, sus indecisiones. Por un lado el presupuesto se reduce pagando encuestas. Por el otro la demora en las ejecuciones urgentes agrava las dificultades.

Una de las consideraciones más sofisticadas de los encuestadores la constituye aquella que concluye con el estado de ánimo de una nación o de un grupo social.

La de estos días en que el delirio humano hace ruidos como cangrejos de semana santa en lata con quiebras que suponen fraudes y laxitud de las autoridades, con conversaciones para pactar la paz, con sentencias de La Haya que pocos han leído y todos interpretan igual que loros borrachos, con dos o tres melodramas judiciales que avanzan más en televisión que en el augusto recinto de la majestad ciega de la justicia; esa de estos días es la que dice urbi et orbi que Colombia está pesimista. Con titulares de mayúsculas fijas y en rojo.

Para quienes intentamos sobreaguar al vértigo, no pasa desapercibido que el termómetro del ánimo de Colombia (qué será Colombia ¿?) hasta el año pasado, sin saber si los encuestadores lo pusieron bajo la lengua, entre el sobaco, o en un lugar pudendo, marcaba una anomalía igual a la presente: Colombia era uno de los países más felices del mundo historial.

Nadie ha dicho que gobernar es contentar. Menos de menos en un país fracturado por intereses mezquinos que se visten de ideologías celestiales para conservar inequidades. Nadie serio sufre aflicciones por el pesimismo, sabia mirada de la vida previsiva. Nadie sensato confía de la felicidad que surgió como aplauso al estado natural de los colombianos: el desmadre para que cada quien se gobierne.

Hasta Goyeneche entiende que un propósito de enmienda en San Andrés pasa por la presencia de la Universidad de Cartagena y la Nacional y unos pensadores del Caribe, Meisel, Múnera, Posada, Heizel Robinson, Lenito, Abello, Santiago Moreno, a ver si entendemos.

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5 Comentarios

  1. La relación estadística-política siempre agarra mal sabor.

    Muy bueno

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  2. Raúl de la Puente8/12/12

    Lúcido análisis. Felicitaciones. La razón no hay que buscarla en los organismos oficiales.

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  3. Claudia Bustos10/12/12

    Encuestas serias. Se les agrega ese adjetivo ahora, para darles un apoyo. Pero cada vez hay menos personas que confían en las matemáticas movidas por grandes intereses.

    Saludos

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  4. Las encuestas oficiales dicen una verdad, las encuestas de la oposición dicen otra verdad. Ante tanta contradicción crece la confusión y la gente acaba creyendo que todos dicen una gran mentira. Los ánimos decaen y cómo cuesta recuperarlo!
    Interesante análisis.
    Saludos.

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  5. Si las encuestas tienen entre sus elementos de medición a las estadísticas, sus certezas me parecen cuanto menos muy cuestionables.
    Su análisis me da que pensar.

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