La fruta olvidada la llama una columna inglesa de cocina. Afirma ser la Ășnica que debe ser cocida para comerse, y desdeña informes desde Egipto que allĂ se la devora cruda. Texto breve, interesante, incompleto en el sentido que el reportero-chef no indagĂł mĂĄs acerca de esta antigĂŒedad natural, de la que comenta, sin embargo, gracias a una famosa receta britĂĄnica de membrillo asado a la Newton, haber posiblemente sido testigo activo de la “manzana” del fĂsico que, sospecha, fue membrillo… quince en inglĂ©s.
Junto al higo, el damasco y la granada, el membrillo habla del origen de la humanidad, y de los fĂ©rtiles valles rodeados por desiertos que aĂșn quedan en las gargantas de TajikistĂĄn y Armenia, con ĂĄrboles florecidos y olorosos frutos. La enciclopedia señala su nacimiento en el CĂĄucaso, y retornamos a la imagen de inmensas soledades montañosas, donde las aldeas que se juntan alrededor de arroyos cultivan huertos de la misma forma que cuando AdĂĄn eligiĂł el pecado y no la adusta y aburrida salvaciĂłn.
Membrillos fueron las doradas manzanas del JardĂn de las HespĂ©rides, y en Plutarco se dice que las novias momentos antes de subir al tĂĄlamo le daban un mordisco para impregnarse de su aroma y causar una buena primera impresiĂłn. Entonces no habĂa colgate de menta ni avezados industriales aymaras inventaban pasta de dientes de coca como antesala del paraĂso.
Acerca del ParaĂso, rincĂłn donde trashumaba Dios furioso con el cilicio en su voz, leo que la discusiĂłn acerca del fruto prohibido, confrontados higo y manzana, tiene otro que tercia: el inefable membrillo, que se supone de cultivo mĂĄs anciano (lo conocĂan los acadios) y que por ende tendrĂa que ser el elegido. Pero es de sabor ĂĄcido, y ello tal vez muestra otra gran metĂĄfora bĂblica de que el conocimiento quema. QuiĂ©n sabe.
Yo que consumĂ la infancia jugando a troyano y argivo en la intemperie polvosa de Cochabamba, que reciĂ©n de viejo me di cuenta que por esos lares no corrĂa el veloz Eneas ni EstĂ©ntor atronaba el cielo con gritos, que Protesilao no muriĂł allĂ porque conociendo a mi gente ya lo habrĂan desplumado antes de desembarcar y hubiese retornado a Tesalia en calzoncillos si los usaban los griegos, veo ahora que en este fruto sencillo, irregular, velludo cuando no estĂĄ maduro, puedo conjugar ambos mundos. Porque si AristĂłfanes hablĂł del membrillo, yo con amigos lo robĂĄbamos de los jardines vecinos, acechando el momento en que los perros guardianes dormĂan. Los recogĂamos en bolsa, acarreando a la vez racimos de vid en temporada. Y los comĂamos crudos, igual a los egipcios, aunque un tratado de agricultura narra que eso es solo posible con una de sus especies. Las otras deben cocinarse, hasta alcanzar el color “de Petra y de Jaipur”, como escribe Rowley Leigh, el autor del texto que inicia la digresiĂłn.
Paris, el bello Alejandro PriĂĄmida entregĂł un membrillo a Afrodita como la reina entre las diosas. AllĂ, en tontas envidias de mujer, se tejiĂł el destino de IliĂłn y del mundo antiguo. Otra hubiese sido la historia si la señora vanidad no se cruzaba por su paso. JamĂĄs lo hubiera pensado, cuando de niño, apoyado en los tibios muros que calienta el sol cochabambino, masticaba el algo incĂłmodo –hay que decirlo- fruto y su dura cĂĄscara. Actividad que se fue reduciendo con los años porque los membrillos fueron atacados por enfermedades, y algĂșn tipo de mosca desovaba allĂ. Bastaron un par de gusanos para que por cuarenta años no los probase de nuevo. Pero, en realidad, nunca mĂĄs los vi, como si se hubiesen extinguido, igual que la granada en los patios señoriales de mi ciudad compleja.
Cuando lleguĂ© a los Estados Unidos se vendĂa en muy pequeñas cantidades. HarĂĄ una dĂ©cada que desapareciĂł, y ni siquiera en los recintos de comida natural ya existen. Aparentemente su cultivo terminĂł aquĂ en el norte por su propensiĂłn a incubar moscas y pestes semejantes. Dada su mĂnima comercializaciĂłn, igual que en Inglaterra, lo esfumaron bien sencillo. Era una feliz odisea encontrar algĂșn paquete de carne de membrillo, product of Argentina, en las tiendas latinas. Eso entonces, porque al presente, con la explosiĂłn demogrĂĄfica del español y sus culturas, sobra, y ya casi no viene del sur de AmĂ©rica sino de MĂ©xico, que en volumen no es notable productor.
Mi madre horneaba, y mis hermanas todavĂa lo hacen, deliciosas pasta frolas, tartas de dulce de membrillo con una suave masa, que sugieren viene de la crostata italiana. Lo cierto es que se colaron a Bolivia en las maletas de Alicia Coqueugniot Espeche, cuando se despedĂa de los suyos en los años cincuenta para iniciar la epopeya de trasladarse a Bolivia. De ahĂ venimos nosotros, de la conjunciĂłn de la lluvia de CĂłrdoba y lo impertĂ©rrito del Ande, del membrillo y el amaranto.
Con Julio tuvimos nuestra temporada en el infierno, averno gustoso de tallarines caseros, vino y cerveza Salta. Fuimos metalĂșrgicos eventuales, temporales, circunstanciales en una fĂĄbrica de aluminio de mi primo Ricardo. RecibĂamos cien dĂłlares mensuales por el trabajo, monto que para Bolivia significaba una fortuna. Cuando no habĂa parrillada, los obreros cordobeses tenĂan por almuerzo carne de membrillo, tinto y parmesano. Comida de pobre ¡vaya! si recuerdo la fortuna que un gramo de parmesano costaba en Cochabamba. Lo que la aristocracia valluna consideraba signo de distinciĂłn, lo almorzĂĄbamos entre obreros, pelando con cuchillo el negro caparazĂłn y lamiendo en los dedos el fuerte jugo del queso joven. Desayuno a las cinco, noche aĂșn; humeante cafĂ© con leche, medialunas y pasteles rellenos de mermelada. Antes del sonar de las mĂĄquinas, el pulimentar el aluminio, las sierras que cortan metal y tiran al aire galaxias de candentes estrellas…
Imagino, a la manera siria, kibbehs de carne, granada y membrillo. Como retornar al principio, a la artesanal mesa de los antepasados, en el reducido mundo de entonces que terminaba en el Indo y comenzaba en el BĂłsforo.
22/11/11
22/11/11
Publicado en Ideas (PĂĄgina Siete/La Paz), 27/11/2011
Publicado en Semanario Uno 437 (Santa Cruz de la Sierra), 25/11/2011
Imagen: Naturaleza muerta/membrillos
6 Comentarios
Bello texto.
ResponderEliminarEn Chile tambiĂ©n lo comemos crudo. Y era un botĂn muy valorado en Ă©poca colegial. Los muchachos solĂan machucarlo contra las paredes y asĂ disfrutarlos mĂĄs jugosos. De ahĂ naciĂł el dicho "mĂĄs molido que membrillo de colegial" con el que se moteja a quien le han dado una paliza.
Se comĂa y se sigue comiendo solo o con una pizca de sal. TambiĂ©n en dulce, como postre o mermelada que se esparce sobre el pan.
Un abrazo, estimado amigo.
Muy interesante, Jorge. Me pregunto si sigue asĂ, porque en Cochabamba ha prĂĄcticamente desaparecido. Antes cada casa tenĂa al menos un ĂĄrbol en su jardĂn. No los he visto mĂĄs, y tampoco en los mercados. Supongo que resulta de la globalizaciĂłn; dudo que alguien tenga el tiempo ahora de cocer la fruta por horas hasta hacerla mermelada.
EliminarQueda para el mito y la memoria. Abrazos.
Me atrevo a afirmar que en Argentina lo conocemos mĂĄs empaquetado que en su versiĂłn fruta. Lo saboreamos en tartas, facturas, pastelitos y entre dos lonjas de queso cuando no hay dulce de batata.
ResponderEliminarMuy buen relato, un gusto leerlo.
En Chile aĂșn quedan memobrillos en algunos jardines. Son apreciados. Se venden en casi todas las fruterĂas. En mi casa campestre tenemos un viejo membrillero, de una variedad mĂĄs dulce llamada membrillo-lĂșcuma. Son muy olorosos, y a veces basta uno para que aromatice toda la casa. Mi madre los suele convertir en dulce de conserva.
ResponderEliminarOtro uso que antiguamente le daba mi madre era el de convertirlo en gomina para el pelo de nosotros, sus retoños. Usaba el interior del membrillo y preparaba una pasta con la cual nos dejaba el cabello como lengĂŒetazo de vaca. No se nos movĂa un pelo en todo el dĂa.
Pago por ver una de esas plantas, como dice Alejandra por acå sólo vemos el dulce preparado. Personalmente prefiero el dulce de membrillo negro, hay otra variante mås roja que parece tener demasiado colorante. Qué ganas de darle un mordisco al fruto.
ResponderEliminarSaludos.
tantas variantes, colores, sabores para esta fruta tan antigua. Nada raro que fuese, y no el higo o la manzana, el fruto de la perdiciĂłn.
ResponderEliminarAlejandra me hizo recuerdo a la pasta frola que hacĂa mi madre y que no pruebo hace muchĂsmo tiempo. Y, Jorge, cuando cuentas el asunto de la gomina, recuerdo lo pegajoso del interior del membrillo aunque no sabĂa de tal uso. Abrazos.