CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
En ocasiones el ser humano crea realidades paralelas que presentan un aspecto mucho más atrayente que aquella insoportable “verdad” que nos quieren imponer los herederos de Renato Descartes, Milton Friedman y el materialismo histórico. Independiente de si se trata de mentiras deliberadas o de errores involuntarios, siempre está la posibilidad de sucumbir ante la armonía de tal imperfección y dejarse llevar por esta corriente de pensamiento desechada de plano por los “sabios” occidentales.
Acabo de ser participe de una experiencia de este tipo, donde dejé fluir a propósito la ignorancia de terceros en toda su naturalidad, sin hacer intervención de ningún tipo, aún sabiendo de las imprecisiones flagrante en material de autores, obras, fechas y, más aún, sacrificios y penurias.
Asumí con gusto y no sin cierta culpabilidad, mi condición de simple observador frente a una construcción edificada sobre cimientos con la consistencia de la ceniza o la crema pastelera.
Asumí con gusto y no sin cierta culpabilidad, mi condición de simple observador frente a una construcción edificada sobre cimientos con la consistencia de la ceniza o la crema pastelera.
Como ya he mencionado antes, René Gutendorf fue transferido nuevamente a la oficina de Fondos Concursables. (MaritzaCastellanos arma y desarma jefaturas como por arte de magia, aunque más bien por delirio de persecución). Consciente de su particular ritmo de trabajo, muy similar al de una estudiante en práctica, le asigné a René la tarea de recepcionar los antecedentes de los ganadores de los Fondos Concursables de ese año. Al margen de sus varias chambonadas como convenios de menos, hojas cambiadas, fechas alteradas, cifras invertidas, nombres mal escritos, firmas en blanco y un largo etcétera de malos entendidos, tengo que reconocer su buena voluntad -no coincidente con su nivel de energía, por cierto- y la capacidad de mantener calmados a los usuarios, durante los quince minutos o media hora que dure el trámite, sólo con su labia. Con eso, dada la avalancha de instrucciones de fin de año y la prepotencia ciudadana generada por la fobia antiestatal, me puedo dar por pagado, aunque vaya en detrimento de la prolijidad y la exactitud que la formalidad del proceso requiere. Por lo general, cuando René lleva adelante sus tareas opto por concentrarme en el manual del buen burócrata del siglo XXI y el resto lo dejo a la suerte.
Sin embargo, en esta oportunidad me llamó particularmente la atención sus disquisiciones con el usuario que tenía al frente, un joven director de teatro apodado Rolo. El muchacho se disponía a entregar documentos oficiales para el financiamiento de su versión maulina de “Otelo”, cuando recibió de parte de René una larga disertación sobre la excelente novela del escritor Patrick Süskind titulada “El hombre del jardín”. En ella se cuenta la historia de un jardinero que, de un momento a otro, debe abandonar la mansión que ha habitado toda su vida tras la muerte de su patrón. Su único patrimonio son un par de ternos de fino corte y una maleta de buena calidad, ambas heredadas del difunto, más el control remoto del televisor que le ha enseñado todo lo que sabe del mundo. Deambulando por la ciudad sin un rumbo fijo, el jardinero es atropellado por la limusina de una mujer madura pero sexualmente activa, esposa de un potentado de Nueva York que la supera en edad. La pareja confunde al jardinero con un importante hombre de negocios, deciden alojarlo en su penthouse mientras dure su recuperación, le brindan todo tipo de atenciones pues valoran sus enigmáticos silencios y sus metáforas sobre los ciclos de la naturaleza. Estos últimos sirven de inspiración, inclusive, a los discursos del Presidente de Estados Unidos, quien acaba encandilado por las palabras “sabias y poéticas” del huésped de su gran amigo, tras una breve tertulia que incluyó un sinfín de medidas de seguridad desplegadas dentro del penthouse. Cuando el dueño de casa fallece, la viuda (con el asentimiento en vida del propio marido) desea convertirse en la amante y, porqué no, en la esposa del jardinero y los hombres más poderosos del país (socios del difunto) lo estudian como posible candidato a la presidencia, mientras los servicios secretos de todo el mundo –desde la CÍA hasta la KGB por cuanto la historia transcurre en plena Guerra Fría- buscan infructuosamente algún dato, por menor que sea, sobre él.
Rolo, que escuchaba boquiabierto la disertación de Redford, le comentó que de Patrick Süskind sólo había leído “El perfume” y visto, además, la película basada en esta novela que narra la vida de un asesino en serie de jovencitas llamado Jean Baptiste Grenouille, a las cuales les extrae el aroma de la virginidad. Sin embargo, Gutendorf se limitó a asentir con la cabeza, hizo un gesto de que el comentario no le parecía relevante y continuó disertando sobre los alcances de la novela “El hombre del jardín” de Patrick Süskind. Ante la insistencia de Rolo sobre la calidad de “El perfume”, Gutendorf replicó sobre lo bien que le haría leer la novela de Süskind y ver la película “El hombre del jardín”, esta última una acertada versión del cine europeo, ajena al efectismo barato de Hollywood.
Saber que el verdadero nombre de la novela corresponde a “Desde el jardín” y su autor es el polaco radicado en Estados Unidos Jerzy Kosinski y que el alemán Patrick Süskind escribió efectivamente “El perfume” pero nada relacionado con “El hombre del jardín” no me pareció suficiente motivo para intervenir en la conversación. Tampoco estar al tanto del suicidio del mitómano Kosinski con una bolsa plástica en el cabeza y metido dentro de una tina. Ni menos tener consciencia de la misantropía de Süskind, huyendo de los efectos de ser un best seller mundial desde 1985 por su fobia a las entrevistas y los premios (según la realidad que entrega permanentemente renovada es.wikipedia.org). Tampoco los angustiosos años finales del director de cine Hal Ashby, responsable de la versión estadounidense de “Desde el jardín”, protagonizada por el inglés Peter Sellers y Shirley Mac Clain, huyendo descalzo, con una toalla en la cintura y ya sin plaquetas por efecto de la cocaína, con las latas de su película bajo el brazo por el miedo a la rapiña de los productores… La verdad inventada por René sonaba ante mis oídos mucho más agradable que el contenido de libros, enciclopedias y páginas de Internet que he revisado y que seguiré revisando en el futuro para olvidar por unos minutos mi historia de burócrata casual.
Las puertas de la distracción se abren de par en par a la armoniosa ignorancia entregada por mister René Gutendord Jardiner Grenouille. No será la primera ni la última vez en que debamos ser testigos de tales aberraciones.
3 Comentarios
Probablemente(y reconozco que en este punto me esfuerzo por pensar bien) Gutendorf padezca una especie de incontinencia borgeana para inventar historias alternas.
ResponderEliminarPor mi parte, creo que la dureza de las historias reales de los creadores superó largamente cualquier ficción.
Sabroso escrito, estimado amigo.
Crear realidades paralelas es derecho de todo ser cansado de la rutina de la vida que le tocó y no me vengan con que uno elige el destino de sus días que me muero acá mismo...!
ResponderEliminarFantástico relato, si es real o ficción la misma anécdota para mí ya es intrascendente porque le esencia de lo que cuenta ya es parte de mi realidad y la anexo a mis archivo mental como referencia de lo bien que se puede plasmar la realidad absurda en pocas líneas.
Saludos :)
René debió haber nacido en otro momento (algunas décadas atrás) y en el campo chileno. Allí habría desarrollado a plenitud sus dotes de " Mentiroso profesional", hombres que tomaban un par de hechos reales y luego los relataban a su arbitrio, manteniendo a toda la concurrencia que lo escuchaba muy atentos y entretenidos, a veces por largas horas.
ResponderEliminarLos tristes finales de los autores y directores aquí relatados,¿son reales?
Un abrazo