ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Después de tantas fotografías cuya visión ha transformado el horror en asco, asco a nosotros y asco al cuerpo humano deshumanizado más allá de Bacon, veo una foto que me devuelve un estremecimiento de humanidad. Quizás el dolor.
Es posible que la reiteración de la carnicería donde el ensañamiento destruye la imagen reconocible y la convierte en sangre quemada y tierra, en pedazos de huesos y la imposibilidad del grito, le impriman a los muertos el peor de los abandonos: la ausencia de historia.
En la fotografía el salón de una vivienda. Ángulo superior izquierdo: una vitrina. Conserva reliquias familiares, adornos que son más que ornamentos, de loza. Una figura que semeja una mujer con vestido nupcial. En la pared un barómetro de trasatlántico y un reloj de péndulo que marca las diez menos diez minutos. Es probable la mañana porque la lámpara de pie entre los dos aparatos no ilumina. Frente a ella una mesa de sala que guarda otras como muñecas rusas. Encima una revista enrollada y un libro que debe ser un álbum. Al lado un sofá de tres puestos, cojines abullonados al espaldar y los de sentarse cubiertos con una pieza de tela gruesa, labrada. En un extremo reposa un cojín suave que invita a poner la cabeza, y sobre el espaldar una cobija doblada. Hay más objetos: el teléfono de bocina y manivela, los gnomos sobre una repisa, otro reloj con otro tiempo, sillones.
Sin aparecer en el centro de la fotografía, lo que hace girar cuanto allí aparece, lunas alrededor de Júpiter, es la mujer casi al extremo derecho del sofá. Se viste con ropa de entrecasa y una pantufla de paño se apoya en la otra que pisa el tapete.
La mujer representa esos años de edad que permiten decir que es mayor. El brazo derecho cruza contra el vientre y la mano queda debajo del codo del izquierdo. Las mangas de su blusa apenas si se alargan unos centímetros sobre el ante brazo. La mano izquierda con los dedos extendidos soporta la cabeza a la altura de la ceja. La inclinación a un lado y hacia adelante es leve. Algo en los párpados cerrados sin apretar, en los labios todavía con besos, en la marca de los años que rotura el rostro desde las mejillas y parece ya un canal para las lágrimas, anuncia con expresión sutil, misteriosa por el imán de lo extraño, una llamada.
El pie de foto es torpe: Una estadounidense muere en combate. Debió ser puesto por uno de los pintores brutos a quienes Picasso les pedía que se destriparan los ojos a ver si cantaban mejor.
La mujer es Carole Mansfield a quien le avisaron que su nieta, Nicole, la mataron en combate en Idlib luchando del lado rebelde.
En medio de la tristeza es bueno que cuenten de los vivos. La abuela en ese salón donde los objetos transmiten la vida. Abrir el álbum. Y el despertar de lo universal. Una gringa de 33 años lucha por algo que no depende de nacionalidades ni religiones. La calle otra vez de todos. Esta abuela igual a la de Kurosawa resiste el ventarrón del dolor y murmura justicia.
5 Comentarios
"En los labios todavía con besos"
ResponderEliminarMe quedo con esta frase en la que caben los recuerdos y la nostalgia de un tiempo pasado que hace estremecer la memoria.
El dolor queda impregnado en todas las cosas que quedan detrás de una partida.
ResponderEliminarEsa imagen fue la foto del día de muchos sites, para esa mujer fue el resumen de una vida.
ResponderEliminarLa fortaleza de ciertas personas para sobreponerse al dolor, para sobrevivir a esas muertes del alma, la suelo emparentar con los alerces, monumentales árboles que resisten miles de tempestades, sequías y diluvios, y ven nacer y morir a tantas generaciones de especies diversas, mientras ellos, casi inmortales, sólo les queda seguir viviendo.
ResponderEliminarLas imagenes refuerzan la vida y el dolor, es una paradoja con la que hay que vivir.
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