A diez años de su muerte, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona dedicó a modo de conmemoración una exposición con novelas, cuadernos, manuscritos, correspondencia, mails de Roberto Bolaño. Una de las atracciones del Archivo Bolaño fue una novela escrita en 1984 llamada El espíritu de la ciencia ficción que no quiso publicar en vida. Pasada la polémica desatada por Mónica Maristain, autora de la última entrevista y que resucitó el resentimiento bolañista, y concluida la exposición, que a fin de año podría llegar a Santiago y luego a Buenos Aires, ya se puede mirar libre de polémica y sobre-exposición la obra del autor de Amuleto, Llamadas telefónicas, Los perros románticos y Los detectives salvajes.
Nacido en Chile en 1953, pasó su adolescencia en México y toda su vida adulta en España, donde murió un 15 de julio de 2003 a causa de una insuficiencia hepática. En su momento el poeta chileno Nicanor Parra en uno de sus famosos artefactos escribió: “Le debemos un hígado a Bolaño”. El caso de Bolaño es particular: comenzó como poeta, bautizando a un grupo de poetas mexicanos con el nombre de “infrarrealistas”, y luego derivó en la narrativa. ¿Poeta fracasado o narrador asumido? Es una respuesta difícil de contestar, aunque el ejemplo de Bolaño, es decir comenzar desde la poesía para luego expandirse, ha sido seguido por autores chilenos más jóvenes. En la poesía estaba, está, la tradición literaria más importante de Chile y desde ahí Bolaño apuntó sus misiles, al menos de la boca para afuera.
Pero a veces hay una distancia entre lo que se dice y lo que se practica. Es el caso de Bolaño, para quien era muy importante la poesía chilena, como manifestó en entrevistas y cartas, por ejemplo en una de las que dirigió al poeta chileno Waldo Rojas en el dossier De Blanes a París publicado en 2012: “¿Cómo ponerme en contacto con Claudio Bertoni? ¿A dónde escribirle a Juan Luis Martínez? ¿Es verdad que ya no escribe –Dios no lo quiera– Diego Maquieira?”. Sin embargo sus poemas distaban mucho de recoger la tradición chilena, como se puede apreciar en su poema El burro: “Y a veces sueño que Mario llega /Con su moto negra en medio de la pesadilla /Y partimos rumbo al norte, /Rumbo a los pueblos fantasmas donde moran /Las lagartijas y las moscas”.
Se podría afirmar que para Bolaño era importante leer poesía chilena, pero que a la hora de escribir narrativa tomaba la tradición argentina. La literatura nazi en América es una muestra de eso: por allí desfilan biografías de escritores inexistentes, en una suerte de paródica enciclopedia, que lo sitúa como un libro argentino. De hecho se ha hablado muchas veces que es una especie de reescritura de Historia universal de la infamia. En la época de las reseñas se escribió en Letras Libres que “esa huella borgesiana es visible en el trasfondo del libro de Bolaño: lo mueve una intención paródica, de juego ilustrado, lleno de guiños irónicos y de burlas a veces encarnizadas, a veces benévolas. Con frecuencia, Bolaño mezcla, como su maestro, lo ficticio con lo real para crear una sensación de verosimilitud en lo disparatado”. Pero no sólo está Borges en este libro, sino también una cierta tradición argentina donde ubicarlo: Siluetas, de Luis Chitarroni, y La Librería Argentina, de Héctor Libertella, son dos libros que podrían formar parte de la misma familia que La literatura nazi…
Si emprendemos el ejercicio de comparar el libro de Chitarroni con el de Bolaño, podríamos obtener resultados muy interesantes, sobre todo en relación al estilo. En el prólogo de De Blanes a París se establece que Bolaño, en oposición a lo que señalaba Libertella sobre el resplandor del estilo en Siluetas, no creía ni el estilo y establece además la importancia del desierto en la literatura de Bolaño, un desierto particular, ya que está siempre por hacerse, “y hay que producirlo, como ruina u origen… Sólo en ese doble riesgo del desierto podríamos pensar en Bolaño como parte de un estilo americano que no es otra cosa que un modo singular de producir territorio”. En este sentido podríamos preguntarnos qué es un pampa; la RAE dice que es “cada una de las llanuras extensas de América Meridional que no tiene vegetación arbórea”, es decir una clase de desierto, una posibilidad narrativa, o de ficción.
El desierto es un paisaje que se repite en la narrativa de Roberto Bolaño. Y desiertos hay en México, Chile, Argentina. “América: lugar de grandes extensiones territoriales, de la inmensidad (inclemencia del medio, medio de conquista), territorio violado, desolación. Sea, pues, la cuestión del espacio en América referida a la extensión del desierto y su inmensidad en despliegue”. América ya no como territorio geográfico solamente, sino como literatura o ficción. Y es aquí donde tal vez revivió, sin querer, algo que estuvo muerto por varias décadas: el concepto latinoamericano. Lo latinoamericano después del boom y antes de los populismos de Hugo Chávez, de Evo Morales, entre un fenómeno literario y un fenómeno político. Y antes de la moda Bolaño, que hoy un chacal devenido en agente literario pretende internacionalizar desde Nueva York.
Para ahondar en su carácter argentino (y ojo que como chileno, soy consciente de que todo esto puede ser utilizado en mi contra), basta recordar su texto Derivas de la pesada, en el que aborda la literatura argentina bajo tres puntos de referencia: “Si [Roberto] Arlt, que como escritor es el mejor de los tres, es el sótano de la casa que es la literatura argentina, y [Osvaldo] Soriano es un jarrón en la habitación de invitados, [Osvaldo] Lamborghini es una cajita que está puesta sobre una alacena en el sótano”. Bolaño no tuvo interés en participar de la tradición narrativa chilena, pero su obra es estudiada por la academia y seguida por jóvenes escritores chilenos. Mientras tanto las librerías aún no se deciden si poner sus libros en literatura universal, literatura latinoamericana o literatura chilena.
*Una parte de este texto fue leído en el homenaje organizado por Librería El Ateneo Splendid el jueves 4 de julio. En la ocasión también estuvieron Luis Chitarroni y Pedro B. Rey.
Pero a veces hay una distancia entre lo que se dice y lo que se practica. Es el caso de Bolaño, para quien era muy importante la poesía chilena, como manifestó en entrevistas y cartas, por ejemplo en una de las que dirigió al poeta chileno Waldo Rojas en el dossier De Blanes a París publicado en 2012: “¿Cómo ponerme en contacto con Claudio Bertoni? ¿A dónde escribirle a Juan Luis Martínez? ¿Es verdad que ya no escribe –Dios no lo quiera– Diego Maquieira?”. Sin embargo sus poemas distaban mucho de recoger la tradición chilena, como se puede apreciar en su poema El burro: “Y a veces sueño que Mario llega /Con su moto negra en medio de la pesadilla /Y partimos rumbo al norte, /Rumbo a los pueblos fantasmas donde moran /Las lagartijas y las moscas”.
Se podría afirmar que para Bolaño era importante leer poesía chilena, pero que a la hora de escribir narrativa tomaba la tradición argentina. La literatura nazi en América es una muestra de eso: por allí desfilan biografías de escritores inexistentes, en una suerte de paródica enciclopedia, que lo sitúa como un libro argentino. De hecho se ha hablado muchas veces que es una especie de reescritura de Historia universal de la infamia. En la época de las reseñas se escribió en Letras Libres que “esa huella borgesiana es visible en el trasfondo del libro de Bolaño: lo mueve una intención paródica, de juego ilustrado, lleno de guiños irónicos y de burlas a veces encarnizadas, a veces benévolas. Con frecuencia, Bolaño mezcla, como su maestro, lo ficticio con lo real para crear una sensación de verosimilitud en lo disparatado”. Pero no sólo está Borges en este libro, sino también una cierta tradición argentina donde ubicarlo: Siluetas, de Luis Chitarroni, y La Librería Argentina, de Héctor Libertella, son dos libros que podrían formar parte de la misma familia que La literatura nazi…
Si emprendemos el ejercicio de comparar el libro de Chitarroni con el de Bolaño, podríamos obtener resultados muy interesantes, sobre todo en relación al estilo. En el prólogo de De Blanes a París se establece que Bolaño, en oposición a lo que señalaba Libertella sobre el resplandor del estilo en Siluetas, no creía ni el estilo y establece además la importancia del desierto en la literatura de Bolaño, un desierto particular, ya que está siempre por hacerse, “y hay que producirlo, como ruina u origen… Sólo en ese doble riesgo del desierto podríamos pensar en Bolaño como parte de un estilo americano que no es otra cosa que un modo singular de producir territorio”. En este sentido podríamos preguntarnos qué es un pampa; la RAE dice que es “cada una de las llanuras extensas de América Meridional que no tiene vegetación arbórea”, es decir una clase de desierto, una posibilidad narrativa, o de ficción.
El desierto es un paisaje que se repite en la narrativa de Roberto Bolaño. Y desiertos hay en México, Chile, Argentina. “América: lugar de grandes extensiones territoriales, de la inmensidad (inclemencia del medio, medio de conquista), territorio violado, desolación. Sea, pues, la cuestión del espacio en América referida a la extensión del desierto y su inmensidad en despliegue”. América ya no como territorio geográfico solamente, sino como literatura o ficción. Y es aquí donde tal vez revivió, sin querer, algo que estuvo muerto por varias décadas: el concepto latinoamericano. Lo latinoamericano después del boom y antes de los populismos de Hugo Chávez, de Evo Morales, entre un fenómeno literario y un fenómeno político. Y antes de la moda Bolaño, que hoy un chacal devenido en agente literario pretende internacionalizar desde Nueva York.
Para ahondar en su carácter argentino (y ojo que como chileno, soy consciente de que todo esto puede ser utilizado en mi contra), basta recordar su texto Derivas de la pesada, en el que aborda la literatura argentina bajo tres puntos de referencia: “Si [Roberto] Arlt, que como escritor es el mejor de los tres, es el sótano de la casa que es la literatura argentina, y [Osvaldo] Soriano es un jarrón en la habitación de invitados, [Osvaldo] Lamborghini es una cajita que está puesta sobre una alacena en el sótano”. Bolaño no tuvo interés en participar de la tradición narrativa chilena, pero su obra es estudiada por la academia y seguida por jóvenes escritores chilenos. Mientras tanto las librerías aún no se deciden si poner sus libros en literatura universal, literatura latinoamericana o literatura chilena.
*Una parte de este texto fue leído en el homenaje organizado por Librería El Ateneo Splendid el jueves 4 de julio. En la ocasión también estuvieron Luis Chitarroni y Pedro B. Rey.
Publicado originalmente en Suplemento Cultura de Diario Perfil, y en el blog del autor (11/08/2013)
2 Comentarios
Gracias por esta exhustiva y clara exposición. Nos explicas todo lo relevante de este autor, despertando un interés inmediato de saber algo más de él.
ResponderEliminarDe acuerdo con lo anterior, y también agrego que ahora voy a leer a Luis Chitarroni y Héctor Libertella. Gracias!
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