Veo a un general  muy entorchado con medallas  y honores que es Presidente de un país sin haber sido nunca elegido en las urnas, y  observo que las figuras que junto con él toman las decisiones de gobierno son también generales, coroneles, o  comandantes  ¿De qué estoy hablando?
¡De una dictadura militar!  me dirán ustedes, mientras piensan qué tontería la mía.  Pero no lo es, al menos en América Latina, donde la respuesta  para dicha adivinanza depende de si el general en cuestión es derechista, o no: si es de derecha es un dictador, si no, es un presidente auténtico que merece todo respeto.
Para los medios de comunicación, los políticos y los gobiernos de Latinoamérica, Pinochet, los Somoza, Alfredo Stroessner, Trujillo, Batista,  Pérez Jiménez, Jorge Rafael Videla, Francois Duvalier, Juan Vicente Gómez, Porfirio Díaz,  Juan Manuel  de  Rosas, o el “Supremo” doctor Francia,  son ex dictadores, pero Fidel Castro es el ex presidente de Cuba, y su hermano Raúl es el Presidente.
¿En qué comicios democráticos fue elegido presidente al general Raúl Castro, y antes  su hermano Fidel? ¿Hay dictadores buenos que sí son presidentes y otros malos que sólo son dictadores a secas? ¿Es la dictadura castrista es invisible para el resto del mundo?
El vocablo presidente aplicado a los Jefes de Estados vio la luz en las postrimerías del siglo XVIII. Cuando George Washington fue elegido y tomó posesión como primer presidente de Estados Unidos, en abril de 1789 (tres meses antes de que estallara la Revolución Francesa) se inauguró la era de los presidentes republicanos de los tiempos modernos elegidos democráticamente.
La elección popular de presidentes como jefes de Gobierno y Estado se extendió luego hacia las naciones de América Latina ya independientes de España y Portugal. Sin embargo, en esa propia centuria, y luego en la siguiente, dictadores, caudillos e "iluminados" tomaron el poder por la fuerza en las jóvenes repúblicas latinoamericanas y de manera intermitente echaron las urnas a un lado.
Muchos no saben es que el caso más escandaloso es el de Cuba, pues en 72 años de los 111 transcurridos desde que obtuvo su independencia en 1902  ha sigo gobernada por dictadores militares: el general Gerardo Machado (4 años), el general Fulgencio Batista (14 años en dos períodos distintos) el comandante Fidel Castro (52 años) y el general Raúl Castro (2 años, desde que en abril de 2011 fue designado como Primer Secretario del Partido Comunista).
O sea, casi dos terceras partes de su historia republicana los cubanos han vivido bajo los regímenes dictatoriales de cuatro “líderes patrióticos” militares.  Sólo  Fidel y Batista ocuparon 66 años.
Con sus 52 años como “hombre fuerte” en Cuba, Fidel Castro  pasó a ser en el único terrícola en la historia moderna que sin ser rey, emperador, príncipe o jeque, ha gobernado durante más  de media centuria  (1959-2011). El  1 de junio de 2007 (Fidel seguía siendo el jefe del Partido Comunista) desplazó al  recordista mundial anterior, Kim Il Sung, quien gobernó Norcorea  durante 48 años, 4 meses y 29 días, de 1946 a 1994.
Cuba es  la nación de Occidente  que lleva más tiempo sin realizar comicios democráticos: 65 años, desde 1948. Y es el país latinoamericano que más tiempo ha sido sometido  por dictaduras militares consecutivamente:  61 años (desde el 10 de marzo de 1952). 
Hija natural del caudillismo heredado de España –en  hibridación con el caciquismo precolombino--, y condimentada con el nacionalismo y el populismo retrógrado, las dictaduras militares se arraigaron de tal manera en Latinoamérica que generaron un género dentro de la narrativa literaria continental: la novela de dictadores.
Obras sobre el  tema  han proliferado en la región, desde el “Facundo” de Domingo Sarmiento, y “Amalia” de José Mármol , a mediados del siglo XIX, hasta “El Señor Presidente”, de Miguel Angel Asturias; “Tirano Banderas”, del español Ramón del Valle Inclán; ; “La tempestad y la sombra”, de Nestor Taboada; “Fiebre”, de Miguel Otero Silva; “Oficio de difuntos”, de Arturo Uslar Pietri “Yo el Supremo”, de Augusto Roa Bastos; “El recurso del método”, de Alejo Carpentier; o “La Fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa, por citar solo algunos.
Pero es  “El otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez,  la más significativa, en cuanto a que recrea el prototipo de los dictadores latinoamericanos del siglo XX. El propio Gabo contó que para escribir su novela estuvo durante 10 largos años estudiando a varios dictadores latinoamericanos y luego armó al “patriarca” con pedacitos de cada uno de ellos, pero no incluyó a Fidel Castro,  bien por afinidad ideológica, o para no poner fin a su amistad personal con el comandante caribeño. 
El cubano Carpentier publicó su novela en 1974, cuando su compatriota Castro llevaba  15 años en el poder, y García Márquez publicó la suya en 1975. Ambos excepcionales escritores sufrieron  ataques de amnesia a la hora de caracterizar al  caudillo populista latinoamericano. No rozaron siquiera a Castro.  Creo que ese  puntual Alzheimer narrativo  constituye una mancha que el “realismo mágico” garciamarquiano y lo “real maravilloso” carpenteriano  legan a la literatura hispanoamericana. 
La dicotomía entre dictadores buenos y malos es ya incluso una doctrina hemisférica. En febrero de 2007, el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza,  declaró en Lima, Perú, que  ”la fuente de legitimidad del sistema cubano se llama Fidel Castro". Y remató:  “Fidel Castro es un líder carismático que ha marcado medio siglo de la vida hemisférica… y esa personalidad ha terminado por imponer como legítimo dentro del hemisferio o dentro de América Latina un régimen como el que hoy día tiene Cuba". 
O sea, ya no hay que someterse al voto popular por el que ya abogaba Jean-Jacques Rousseau antes de la Revolución Francesa para ser un jefe de Estado. Si  usted toma el poder  manu militari,  se autoproclama de izquierda y  se mantiene  en el poder contra viento y marea,  su mandato es  legítimo, pues el tiempo y el carisma personal  son "fuentes de legitimidad".  Y digo se autoproclama de izquierda porque la OEA no se la confirió  a los Somoza, a Trujillo, Stroessner o a Papá Doc, que igualmente marcaron décadas en “la vida hemisférica”. 
Los Somoza (padre e hijos) ciertamente eran dictadores, pero el sandinista Daniel Ortega, una vez derrocado la dictadura en 1979 se mantuvo en el poder por la fuerza hasta 1990 y nunca fue considerado dictador. El coronel Omar Torrijos dio un golpe de Estado en Panamá en 1968 que derrocó al presidente constitucional Arnulfo Arias Madrid.  Disolvió los partidos políticos, se autoascendió a general, asumió poderes absolutos con el título de “Líder Máximo de la Revolución”, y se mantuvo en el poder durante 13 años hasta su muerte en un accidente de aviación en 1981.  Jamás fue considerado dictador.
No es ético  que haya dictadores buenos y malos. Hay dictadores y punto. No hay líderes mesiánicos por derecho divino con la “misión histórica” de guiar a sus pueblos, como alegan los líderes populistas, tal y como hicieron también Hitler,  Mussolini y Franco, y hoy lo siguen haciendo los hermanos Castro, Robert Mugabe en Zimbabue, o Bashar al-Asad en Siria. 
Todos deben ser repudiados por igual no importa su afiliación política e ideológica. Quien gobierna por la fuerza y controla todos los poderes públicos, sin someterse al escrutinio popular, deviene negación de la modernidad. Está pisoteando el derecho del pueblo soberano a elegir  sus gobernantes. Y hace regresar la sociedad a la Edad Antigua. Como decía Simón Bolívar, “Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.
Pero la OEA, con su Doctrina Insulza, no sólo estableció que Fidel Castro es  fuente de legitimidad y un buen “presidente”, sino que le concedió el privilegio de transmitirla a otros. Así lo hizo el comandante e instaló a su hermano en el poder, con lo cual inauguró la primera dinastía latinoamericana del siglo XXI.
Lobo tropical vestido de ‘abuelita’
Luego de este preámbulo  sobre dictaduras buenas y malas,  vayamos al plato fuerte:  Cuba es el único país del mundo que teniendo un régimen militar se presenta como civil y así es aceptado, al punto de que el general Castro es quien hoy preside la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).  O sea, el Lobo Feroz se viste de abuelita y engaña a la Caperucita y a media humanidad
Lo cierto es que la sociedad cubana está tan militarizada que presenta fuertes rasgos fascistas.  Porque utilizando la imagen poética de José Martí sobre Cuba y Puerto Rico, el fascismo y el comunismo  son de un pájaro las dos alas. Se parecen como dos gotas de agua.  Por cierto, a  Fidel le encanta que le llamen  JEFE y así lo llamaban todos los altos funcionarios del régimen.  O sea, dicho en alemán, Fidel era el FUHRER.
Para empezar, desde enero de 1959 las posiciones más importantes en Cuba son ocupadas por militares, y el país se dirige como un CAMPAMENTO, exactamente como le dijo Martí al generalísimo  Máximo Gómez (en una carta de 1884) que no se podía hacer. No olvidemos la consigna de “Para lo que sea, Comandante en Jefe, ordene”. La agricultura y la construcción se ha dirigido desde “Puestos de Mando” a nivel nacional, provincial y municipal. 
Ningún dictador militar cubano fue tan lejos.  Batista en su  afán por presentarse como un civil demócrata nunca se vestía de general.  Pero  Fidel Castro  jamás se quitó su uniforme de comandante, salvo cuando el papa Juan Pablo II viajó a Cuba en 1998. 
Y Raúl sólo  viste de civil en algunas actividades oficiales. El resto del tiempo disfruta exhibiendo sus 4 estrellas de general de Ejército, ninguna de las cuales se ganó en combate, ni en el Moncada, ni en la Sierra Maestra, ni en guerras allende los mares como sí se las ganaron los generales y comandantes que lo rodean, con cicatrices en el cuerpo y experiencia en el campo de batalla en las montañas cubanas, Angola, Etiopía, Namibia, Siria, Argelia, Congo, Guinea Bissau y Nicaragua.  Paradójicamente, Raúl es hoy el general cubano con menos méritos acumulados en su carrera militar.
La oligarquía  político-militar
En las sociedades libres  la democracia se afinca  en la independencia de los tres poderes públicos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), algo que retomando a Platón y Aristóteles formuló el barón de Montesquieu hace 265 años.
En Cuba los tres poderes los ostenta una sola persona, auxiliado por una nueva clase (la misma de la que alertó el yugoslavo Milovan Djilas) constituida por una oligarquía político-militar que es la que ostenta  el poder real, y otra civil subordinada a la primera.
Esa burguesía comunista (y valga la paradoja) la componen 6 estamentos:
            Pirámide del poder
1)      EL DICTADOR  (Comandante en Jefe, Primer Secretario del PCC, Jefe de Estado y jefe de Gobierno)
2)     JUNTA  MILITAR 
3)     BURO POLITICO DEL PCC
4)     CONSEJO DE ESTADO
5)     CONSEJO DE MINISTROS
6)     ASAMBLEA NACIONAL
Los tres primeros constituyen la oligarquía superior, y los restantes la subordinada.  En la Administración de Fidel Castro  existía además el “Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe”, que ensamblado a la Junta Militar era el verdadero gobierno  de la nación, por encima del Consejo de Ministros, el Estado, y del propio PCC.  Cuando alguien de esa élite “adherida” al comandante telefoneaba a un ministro, o un dirigente del PCC, a éstos les temblaban las piernas. El Grupo dejó de existir con el retiro de Fidel.
El Dictador
El general Raúl Castro, como antes Fidel,  ocupa los 4 cargos más importantes del país:  Comandante en Jefe de las Fuerza Armadas, Primer Secretario del PCC, Presidente del Consejo de Estado y Presidente del Consejo de Ministros.
Aunque el mundo no lo acaba de entender, en Cuba  lo que confiere oficialmente la condición de dictador no es el cargo de Presidente, sino el de Primer Secretario del Partido Comunista.  El artículo 5 de la Constitución de 1976 establece que  “El Partido Comunista “es la fuerza dirigente superior de la Sociedad y el Estado”. O sea, la máxima instancia de poder constitucionalmente no es el gobierno,  sino el Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC) y su Primer Secretario. Pero hay más, eso tampoco es cierto, como veremos.
Y hablando de la Constitución, a mediados de los años 70 yo le pregunté a Blas Roca , el líder histórico de los comunistas cubanos desde los años 30, cuál Constitución había sido más difícil de elaborar, si la aprobada en 1940 en la que él había participado decisivamente, o la que estaba en aquellos momentos en  sus retoques finales y cuya comisión de redacción él presidía.
Me respondió que  en 1940 cada párrafo  tuvo que ser negociado “intensamente con los miembros burgueses” de la Asamblea Constituyente, pero que la que se estaba redactando era más trabajosa, y lo cito: “ porque no queremos copiar de nadie, pero a la vez tenemos que tomar en cuenta las constituciones y las experiencias de otros países socialistas”.
Tanta las tomaron en cuenta que el Consejo de Estado es una copia al carbón del  Presidium del Soviet Supremo de la URSS, al igual que considerar al Primer Secretario como “número uno” del país, etc.
Junta Militar, la ‘creme de la creme’
Sin embargo, no importa lo que diga la Carta Magna socialista sobre el papel rector del PCC, en Cuba la máxima instancia de poder  tampoco es exactamente  el Buró Político del PCC y su Primer Secretario , sino el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas y una selecta élite de generales y coroneles que rodean al dictador, algunos de los cuales incluso no integran el Buró Político. 
En toda autocracia  militar tercermundista el jefe de jefes es el Comandante en Jefe. Recordemos que el general Batista de 1933 a 1940 no era el Presidente de la República, pero sí era el “número uno” de la nación. En esos años hubo seis presidentes civiles formales, pero el poder político real no estaba en el Palacio Presidencial, sino en Columbia, entre cañones y tanques de guerra.
Fidel y Raúl han sido los “hombres fuertes”,  no por ser los jefes del partido, sino por ser  los jefes  militares indiscutidos desde 1959. Lo que pasa es que siempre ambos cargos  han sido monopolizados por una sola persona. 
Raúl Castro  y los generales, coroneles y comandantes históricos que hoy lo rodean constituyen de hecho una JUNTA MILITAR, que es poco visible porque opera tras bambalinas. Cuenta con 14 miembros titulares y tres “suplentes”. 
Encabezada por los hermanos Castro y por el comandante (equivalente al grado de general) Machado Ventura,  esta “creme de la creme” castrense que manda en Cuba  la conforman además los cuatro generales más poderosos de la Isla, todos con tres estrellas y Héroes de la República:  Leopoldo Cintras Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR);  Abelardo Colomé, ministro del Interior;  Alvaro López Miera, viceministro primero de las FAR y Jefe del Estado Mayor;  y Ramón Espinosa, viceministro de las FAR. Luego siguen el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, y el coronel de inteligencia Marino Murillo, vicepresidente del gobierno a cargo de la "actualización" del socialismo. Todos integran el Buró Político.
El grupo de integrantes de la junta no miembros del Buró Político es encabezado por el  coronel Alejandro Castro Espín, hijo y asistente personal del dictador, quien es cada vez más poderoso como  jefe de los Servicios de lnteligencia y Contrainteligencia de las FAR y el Ministerio del Interior. De hecho, es una versión moderna de Fouché (le “sabe algo” a todo el mundo) y  por eso es el hombre más temido por la propia nomenklatura. Le tienen pavor.  Y no es un secreto que su padre aspira a que sea el próximo dictador.
Estos son los 10 hombres más poderosos de Cuba. Luego siguen el general  José Amado Ricardo, secretario ejecutivo del Consejo de Ministros (primer ministro en funciones, cargo que ejercía Carlos Lage); general Carlos Fernández Gondín, viceministro primero del Interior; general Joaquín Quintas Solá, viceministro de las FAR. El otro integrante ha sido hasta ahora el coronel Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl, a cargo de la actividad empresarial de las FAR. Pero al divorciarse recientemente de Deborah Castro Espín, no se sabe si continuará en esa posición.
Finalmente hay tres miembros “suplentes” de la Junta Militar: el general  Lucio Morales Abad, Jefe del Ejército Occidental y comandante de las tropas que rodean  La Habana, que serían clave en una crisis política nacional; general  Onelio Aguilera,  Jefe del Ejército Oriental, y Raúl Rodríguez Lobaina, jefe del Ejército Central.
Otro general muy importante es Leonardo Andollo Valdés, segundo jefe de la comisión del gobierno (que dirige Murillo) que realiza las “reformas” raulistas. 
Estos 18 jefes conforman la élite suprema  del castrismo, que es encabezada por los siete más poderosos de todos: Raúl y Fidel Castro, Leopoldo Cintras Frías, Abelardo Colomé, Alvaro López Miera, José R. Machado Ventura y Alejandro Castro Espín. 
Y si Raúl (82 años) muriese de repente o quedase incapacitado por enfermedad, quien tiene más posibilidades de ser el nuevo “cacique en jefe” yo diría que es el general  Alvaro López Miera, a quien el dictador considera como un hijo, y que con 69 años es el más joven de los generales “históricos”.
Buró Político y el Partido Comunista
El Buró Político del PCC, que oficialmente es la mayor instancia de poder en la isla, tiene actualmente 13 miembros luego de la defenestración de Ricardo Alarcón el 2 de julio pasado (2013). Pero sólo cuentan realmente  los 8  militares, incluyendo al dictador, que son quienes deciden y “cortan el bacalao”. Los otros 5  escuchan, opinan si los dejan, y  votan disciplinadamente lo que deciden los jefes. 
Lo mismo ocurre en el Comité Central del Partido, de 118  miembros,  cuyos  plenos y  reuniones periódicas sirven para dar por aprobado lo ya decidido “arriba”. 
En cuanto al Partido Comunista  como institución hay que  precisar que  no se trata de un partido político propiamente, sino de  una organización paramilitar-estatal-administrativa,  de carácter represivo,  cuya  misión es controlar toda la vida nacional para mantener  la "lealtad revolucionaria” del pueblo. 
Los militantes no se reúnen  en locales regionales, provinciales o nacionales para debatir ideas y tomar acuerdos políticos. Los “núcleos del partido"  radican en  cada fábrica, escuela, comercio, hospital, unidad militar, o sea, en cada centro de trabajo de la isla. Y en ellos se reúnen con instrucciones de meter miedo, controlar y administrarlo todo.
Imaginémonos "núcleos" del Partido Demócrata  --en el poder ahora en EE.UU--en las fábricas y dependencias de General Motors,  o de McDonald’s,  en  el Yankee Stadium, en  el  Miami Herald,  o en Home Depot, con órdenes  de Obama de meter miedo y  decirle a cada gerente  cómo debe hacer su trabajo.
Y  si bien la cúpula partidista es poderosa, la masa de militantes de base no lo es. Esta obedece órdenes  y no tiene ni la capacidad ni las vías para cuestionar  lo que con fuerza de dogma  “baja” de las instancias superiores, sobre todo de la oficina de Machado Ventura. 
En síntesis,  el PCC es  una fuerza paramilitar que cuenta actualmente con 769,318 militantes (última cifra revelada por la revista oficial “Temas” hace dos meses)  para  garantizar la sumisión de la sociedad  al gobierno, mediante la intimidación –velada o explícita a militantes y no militantes--, la delación, y el bombardeo de propaganda política-ideológica, en medio de un mar de prohibiciones y de restricciones de las libertades más elementales  del individuo moderno.
Los jefes de los ministros
Una elocuente expresión del poder  estatal-administrativo del PCC es que los jefes de Departamento y de Sección en el aparato del Comité Central  son quienes dirigen a los ministros del gobierno y a los presidentes y directores de los organismos centrales del país.
Un jefe de departamento o de sección del CC del PCC es mucho más poderoso que un ministro. Por ejemplo, la política exterior cubana y el manejo de los embajadores cubanos no se instrumenta  en el Ministerio de Relaciones Exteriores, sino en el Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central, que dirige el comandante  “histórico” José R. Balaguer.  En tanto, Rolando Alfonso Borges,  jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido, dirige todos los medios de comunicación del país, incluyendo prensa escrita, televisión, radio y cine. Y al cardenal Jaime Ortega lo  “orienta”  Caridad Diego Bello, jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central.
No obstante, es importante destacar que  los militantes de a pie, que padecen a diario las vicisitudes para buscar comida y todo lo demás para sus familias, desde la desintegración de la Unión Soviética han venido “descubriendo” que el sistema comunista no funciona. 
Me consta que a mediado de los años 90 había núcleos del PCC  en los que entre un tercio y la mitad de los militantes ya no eran comunistas convencidos,  aunque simulaban serlo. Y mucho más de la mitad deseaba cambios  al estilo chino o vietnamita.  Otros se percibían a sí mismos como socialdemócratas.  Hoy la cifra debe muy superior.  De haber cambios profundos en la isla, creo que cientos de miles de militantes quemarían sus carnets  sin “conflicto de conciencia” alguno, como pasó en Europa del Este.
Realmente  el PCC sólo cuenta en las altas esferas del poder, desde donde intimida a las de nivel y medio, y a la población . En la base el PCC es cada vez más un CASCARON  HUECO que puede  desaparecer rápidamente sin dejar rastro.
La oligarquía subalterna
Con respecto al Consejo de Estado, el Consejo de Ministros y la  Asamblea Nacional del Poder Popular, es poco lo que hay que decir. No deciden nada importante. Están totalmente subordinados a la jerarquía político-militar-partidista. 
El Consejo de Estado (de 31 miembros) es el órgano que actúa a nombre del poder legislativo (cada legislatura tiene un mandato de 5 años) durante los 359 días en que ésta no sesiona,  y ostenta la representación del Estado. 
Del Consejo de Ministros lo más interesante es que 4 de sus 7 Vicepresidentes son también generales y coroneles. El ala formalmente ejecutiva del gobierno castrista está  acogotada por la Junta Militar, el Buró Político y la burocracia administrativa del Comité Central del PCC.
La Asamblea Nacional del Poder Popular  es una gran maqueta institucional vacía de contenido real. Sesiona ordinariamente sólo seis días al año (algo único en Occidente).  Sus 612 “diputados” escuchan,  obedecen y  levantan la mano para aprobar por unanimidad  lo ya cocinado por el dictador y su claque. Nunca en sus 37 años de existencia  un diputado ha cuestionado una “orientación” de la cúspide castrista. Es un triste espectáculo.
Patriciado marxista
Constitucionalmente hablando, lo más escandaloso del castrismo es que  el derecho a elegir al núcleo institucional de poder en el país es privilegio exclusivo de una especie de patriciado romano al que pertenece únicamente el 8.7% de la población adulta de la isla.  Sólo los militantes del PCC pueden elegir a los delegados a los congresos del PCC que designan a los jefes de la “fuerza dirigente superior” de la nación.  Los millones de  adultos restantes no tienen ese derecho. Son ciudadanos “satos”, de segunda clase,  la plebe. Es decir, en Cuba el poder podrá ser constitucional, pero no legítimo.
¿Qué va a pasar en Cuba?
Con respecto a  qué va a pasar en Cuba, siempre me acuerdo de lo que me dijo Carlos Alberto Montaner hace algo más de dos años en Los Angeles: “En Cuba puede pasar cualquier cosa”.
Cuando llegué a Estados Unidos, en 1995, me pareció genial la consigna de “NO CASTRO, NO PROBLEM”. Eso ha cambiado bastante. El postcastrismo ya se gesta en la isla. Los generales, coroneles y sus familiares, y las familias de los Castro y los grandes jerarcas civiles de la burocracia hoy se entrenan  como gerentes de las únicas industrias y actividades que son rentables o podrían serlo, para convertirse luego en sus propietarios neoliberales. Y van a querer sustentar el poder político para adentrarse bien protegidos al  capitalismo de Estado que ya comienzan a erigir en la isla.
Que lo logren, o no, o si el postcastrismo se parecerá al modelo chino, o al de Putin, o al chavista, o si será una azarosa transición real a la democracia,  nadie lo puede saber. Lo que sí sabemos es que para hacer cualquier pronóstico sobre el futuro de Cuba  es requisito sine qua non  considerar este gradual posicionamiento de los militares y sus familiares de todos los estamentos del poder económico y político en la isla. Ellos no van a renunciar y entregar el poder fácilmente. 
La buena noticia es que en política las cosas casi nunca ocurren como son pronosticadas.  Esa es mi esperanza.  Con los Castro fuera de escena los acontecimientos podrían suceder de  forma  muy diferente a como hoy los  podemos avizorar cuando  competimos  con los oráculos de la antigua Grecia. 
Ojalá pronto veamos la  luz al final del túnel.


1 Comentarios
Mi experiencia de vivir bajo una cruel dictadura de derechas y luego bajo gobiernos con apariencia y legitimidad democrática, pero muy lejos de ser verdaderamente democráticos, no me ha llevado a sobrevalorar sus opuestos. Sin embargo, cuando se vive bajo una dictadura se suelen tejer relatos que idealizan su opuesto, y en el caso de Pinochet encontrábamos su opuesto en la URSS y en Fidel y su Cuba comunista. Por cierto que no tardamos en conocer la cara menos amable del socialismo soviético y la revolución cubana.
ResponderEliminarHoy intentamos buscar un camino nuevo, alejado de sistemas opresivos y democracias tan imperfectas como corruptas, algo que de verdad valga la pena y le de sentido al deseo de organizarnos políticamente para contribuir al bienestar común. Creo que todo se puede y se debe hacer mucho mejor que como se ha hecho hasta ahora y en eso estamos, haciendo un nuevo camino al andar, con sensatez, responsabilidad, prolijidad, respeto y mucho entusiasmo.
Por mi parte, les deseo lo mejor al pueblo cubano y que logren un reencuentro pacífico, realmente democrático (no como nosotros, sino mucho mejor)y sin aplastar lo objetivamente bueno que se hizo en los últimos 50 años.
Excelente artículo, estimado Roberto.