En una entrevista, el brasileño Ronaldinho, ante la pregunta de cuál, en su opinión, había sido el jugador más grande de la historia, contestó: Diego Armando Maradona. Supongo que el público de Brasil no se sentiría cómodo, a pesar, aunque hablo de veinte años atrás y más lejos aún, que no había acuerdo entonces entre paulistas y cariocas sobre el mismo tema: unos reclamaban a Pelé mientras los otros decían Garrincha. Zico, dado el estrellato de Maradona en los años 70 y 80, surgió como el lógico contrapeso de los luso- americanos ante el astro rioplatense. Luego Zico se perdió, tuvo una gloria -no efímera porque fue el mayor goleador del Flamengo en sus años de historia- pero nada comparable a la de su rival. Otros grandes: Alemão, Toninho Cerezo, Sócrates, Marinho, Falcão, etc, formaron una corte de honor para el pequeño futbolista de Argentinos Juniors y de Boca, igual que compatriotas suyos no menos notables: Valencia, Villa, Kempes, Bochini, por mencionar algunos que jugaron en la misma posición, con la número 10.
Ver jugar en televisión no es lo mismo que ver a los actores en carne y hueso. El Maradona que vi casi siempre se condicionó a los bordes limitantes de una pantalla. No fue el caso de Norberto Alonso, a quien admiré en persona y que me dejó la imborrable impresión de que no existiría otro igual. Hablo de un Alonso previo al famoso Diego, entre 1972-73, cuya hegemonía sólo podría ser disputada por aquel gran uruguayo que fue Pedro Rocha, capitán del São Paulo y la selección uruguaya, con una prestancia como la que tendría Obdulio Varela en el mundial del 50 cuando convirtió a los jugadores brasileros en japoneses... De Pelé poco podría hablar porque su presencia es de videoteca, de partidos interrumpidos, jugadas magistrales y mucha literatura desde aquel memorable partido contra Suecia, por el título mundial, en 1958.
Ante una casi ausencia de Pelé en la balanza, me queda Maradona, contemporáneo y luchador además, un hombre que hizo mucho por los trabajadores del fútbol en contra de los empresarios que son los que sacan la mejor tajada. Toda la propaganda anti-Maradona, las exageraciones acerca de su drogadicción, algún momento transvestista, etc, tienen origen en la campaña de descrédito de un fogoso defensor de los derechos de los futbolistas. ¿Por qué, si hay sindicatos de músicos de tango, de putas y demás oficios, no podrían tener los deportistas acceso a un medio de posibilitar mejores condiciones? Eso no se lo perdonó Havelange, ni ningún otro jerarca de este fructífero negocio. Que Maradona combinara su extraordinario talento, sumado a una aguda inteligencia, con una también forma de lucha social lo hace único, grande por los dos lados. El vicio no desacredita su calidad de artista; si así fuera nos quedaríamos sin Jimi Hendrix en la música, sin Pollock en pintura... sin los poetas malditos, los fumaderos de opio, Estambul, Copenhagen...
La disputa es en realidad un absurdo. Hay algo que se llama gusto y quiérase o no, escríbase o no, será éste el que decida la jerarquía de los libros, los deportistas, las mujeres (los hombres), las comidas. Un par de fintas del Beto Alonso, con la camiseta de raya cruzada del River Plate, bastan para impugnar cualquier grandeza. A Pedro Rocha lo vi una noche en Cochabamba (el São Paulo enfrentó a la ya mítica formación del Wilstermann de entonces. El equipo cochabambino salía así: José Issa, de negro, especie de Yashin árabo-criollo, Cabrera Busett y Olivera, Pérez, Ponce y Bravo, Gangas de puntero izquierdo, Vargas de 8 y Milton con la 10, Limbert Cabrera Rivera de ariete, más Sánchez de wing derecho, magnífico carmesí que arrasó con el Palmeiras, River Plate, San Lorenzo). Pedro Rocha parecía no moverse en la noche cochabambina, cada pelota pasaba por él y, como mágico, las repartía preciso. Bastó para ganar y jamás se borró de mi mente su sobria figura de central perfecto.
Si hacemos historia y consideramos el fútbol sudamericano en estadísticas disponibles desde alrededor de 1906, Argentina supera con mucho a su rival. Pero la actualidad no recuerda 1906, ni el 24, el 28 o el 30. Entonces eran Uruguay y Argentina. Brasil comienza a ser protagonista por el 34. Hay figuras notables: Leónidas da Silva, el Diamante Negro, Domingo da Guia. En los años precedentes a la guerra del nazismo, Argentina no tenía rival. Su tragedia, porque el recuerdo perece mientras los números persisten, resultó aquel mundo revuelto y pervertido. No cabe duda que con Moreno, Loustau, Pedernera, Di Stéfano, Labruna (la Máquina de River), Muñoz y otros nombres que tristemente se me escapan, los campeonatos mundiales del 42 y el 46 hubieran sido platenses. El 50 no asistieron a Maracaná por asuntos de minucias envidiosas. Pero no vivimos en el pasado y las décadas del 60 adelante trajeron un fabuloso Brasil, el conjunto maravilla del México 70 con su innovativo juego de poner a cinco números 10 jugando juntos; el resultado: campeón, a pesar de Facchetti, de Luigi Riva, Sandro Mazzola, el fino Gianni Rivera.
Me pregunto ¿cuál el mejor puntero que recuerde? Diría Zequinha -Botafogo- Pero temo errar porque vi a Ortiz con San Lorenzo de Almagro y tuve la dicha de observar a René Houseman (Huracán que creció hasta el cielo con Babington, Brindisi, Carrascosa -el gran capitán-). Y así cada una de las posiciones. Contrapartes no rivales sino fraternas en la magia del deporte. A Pelé, Maradona, A Alonso, Tostão, a Didí, Perfumo, a Rattín, Gerson, Marzolini a Djalma Santos.
Argentina y Brasil, Brasil y Argentina, Scotta, Vavá, Bellini, Corbatta, Messi y Ronaldo, lujo de los pobres del sur que como niños malcriados y hambrientos se esfuerzan por bruñir sus favoritos y chiflar a los contrarios. Ahora Argentina y Brasil se enfrentan en otra Copa América, el mítico Campeonato Sudamericano, que ya incluye a selecciones como México y los Estados Unidos. El resultado vendrá del vaivén de la historia, del péndulo que ora se inclina por uno, ora por otro: el destino de los grandes.
Brasil se presenta con una formación buena, con futuras estrellas rutilantes, caso Robinho, el oficio de Juan y Maicon, el poderío físico de un par de fornidos delanteros. Argentina trae un equipo maduro, dirigido por Alfio Basile, el inolvidable centrocampista de Racing y de la selección. Basile que rescató a Verón, con la 20, para añadir su experiencia a esta troupe que trae las genialidades de Messi y de Tévez en punta, hábiles e intercambiables en sus posiciones (me recuerda a la dupla Houseman/Ortiz), el más que oficio de Zanetti y la calma chicha del "torero", el del pase inmaculado: Riquelme.
14/06/06 y 12/07/07
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), año 2007
Imagen 1: Roberto Rivelino con la selección brasilera
Imagen 2: Carlos Babington con la selección argentina
2 Comentarios
Si dios es argentino o brasileño no hay cómo saberlo, pero al menos tenemos claro que benefició a Sudamérica con el mejor fútbol mundial. Los duelos Argentina- Brasil son la estelaridad total, el olimpo de la entretención, toda la perfección, la garra y la astucia futbolera llevadas al más alto nivel. Encuentro muy interesante la visión planteada sobre Maradona, esa oposición resuelta a la mafias del balompié y la valorización de los jugadores como trabajadores con derechos y figuras relevantes en el accionar deportivo.
ResponderEliminarY el texto, tal como una gran jugada, simplemente extraordinario.
Un abrazo, estimado amigo.
Escribí este texto antes del fenómeno Messi, y del todavía fenómeno escondido Neymar. Hoy los vi jugar juntos: la habilidad innata de ambos y, al menos en este partido, la garra del argentino. Tener al frente a uno de tu talla solo puede mejorar tu producción. Mi dio la impresión.
EliminarEn mí el fútbol se asocia a la nostalgia y por eso el mejor fútbol será el que vi de niño, "arte puro". Un abrazo, Jorge.