Cuarenta
años: la mitad de una vida. Mi propia edad. La cantidad de años que conmemoraremos
del Golpe de Estado que acabó con el gobierno de Allende.
Los
mismos cuarenta años que, como dice el relato bíblico, el pueblo israelita vagó
por el desierto tras la tentación de haber pretendido construir sus propios becerros
de oro con pies de barro. En los 60 y 70 nuestra sociedad construyó sus propios
dioses basados en la violencia, la intolerancia y el irrespeto.
Somos
herederos de quienes rindieron culto a falsos ídolos. La ofrenda que nuestros
padres y abuelos le tributaron fueron la violencia, la odiosidad y la
descalificación. Aquella que detonó en 1967 con el PS declarando que “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima”.
Hijos y nietos de aquella absurda e injustificable pero entendible reacción de
la izquierda ante las oportunidades que la sociedad chilena negó a gran parte
de sus hijos. Descendientes de aquello que desembocó en la Moneda ardiendo en
llamas y una larga dictadura militar. Porque en eso Eugenio Tironi acierta: no
habría habido un Pinochet sin un Allende. Nos ganamos nuestro peregrinar por el
desierto: cuarenta años viviendo de odios y resentimientos.
Salir del páramo requiere analizar sin tabúes ni consignas los hechos ocurridos. Propongo algunos puntos de reflexión al respecto:
Salir del páramo requiere analizar sin tabúes ni consignas los hechos ocurridos. Propongo algunos puntos de reflexión al respecto:
Uno:
Allende no fue derrocado por su mal gobierno, sino por trasgredir gravemente el
Estado de Derecho, la democracia y las garantías fundamentales de chilenos. Su
gobierno pretendió, según la mayoría de la Cámara de Diputados, la “instauración de un sistema totalitario,
absolutamente opuesto al sistema democrático representativo” e hizo de la
violación a la ley “un sistema permanente
de conducta”. El riesgo de un autogolpe de los sectores más radicalizados, obnubilados
por el ejemplo cubano es algo difícilmente refutable.
Dos:
la caída de un régimen que deviene en ilegítimo es algo razonable, justificable
y plausible. ¿Legitima aquello las infames violaciones a los derechos humanos
cometidos por la dictadura? En absoluto. Pero la sociedad tiene derecho, como
última medida, a hacer respetar el Estado de Derecho y la libertad.
Tres:
en Chile agentes del Estado violaron orquestadamente derechos humanos y merecen
sanción ejemplar por ello. Eso es un baldón para toda la sociedad. Por aquello
el Estado, en forma correcta, ya pidió perdón: en 1991 Patricio Aylwin, en ese
entonces Primer Mandatario, lo hizo a nombre del Estado en cuyo nombre se cometieron
delitos de lesa humanidad.
Cuatro:
hechos tan graves ameritan peticiones de perdón. Ojalá de sus autores, quienes lamentablemente
no las han hecho y parecen aún orgullosos de haberlas cometido. A falta de
ellos, son válidas las de los políticos que respaldaron al régimen que las
provocó.
Pedir
perdón no es fácil. Coloca en aparente posición de menoscabo a quien lo
solicita. "Todo el mundo dice que el
perdón es una idea maravillosa hasta que tienen algo que perdonar",
diría C.S. Lewis, lo que hace más grandes a quienes pueden arrodillarse para
hacerlo. Pero el perdón es un acto individual y no colectivo. En cuanto tal no
puede impedirse que alguien que quiere pedir perdón lo haga, ni tampoco forzarle
a hacerlo.
Cinco:
resultan tan irracionales los perdones forzados como las exigencias a otros
para que perdonen. Ambos devienen en respuestas poco sinceras. A las víctimas,
de uno u otro bando, si es que pueden hacerlo, les toca absolver algún día a
quienes les causaron dolor. Más que por sus victimarios, por ellos mismos y por
los demás.
Por
cierto, eximir a quien provocó un enorme daño requiere una disposición
especial. Casi sobrehumana. Perdonar lo inexcusable, diría Lewis, nace de la
caridad. Sin embargo lo excusable debe ser perdonado por mera justicia. Así ¿podemos
seguir culpando a los reclutas que cumplían órdenes? ¿O a los hijos de
asesinados que tomaron las armas contra la dictadura que mató a sus padres?
Seis:
podrá ser que no llegue a existir suficiente justicia o toda la verdad, pero en
la vida real no hay soluciones perfectas. Cuarenta años hacen casi imposible
hacer justicia con propiedad. Las pruebas inculpatorias y exculpatorias, lo
mismo que los autores de los actos, se extinguen con el paso del tiempo. Es
duro decirlo, pero incluso la justicia tiene fecha de vencimiento, y en muchos
casos, a 40 años, parece más reyerta que virtud.
Siete:
exijamos a todos por igual. Lo que hoy se le imputa a Cheyre, "culpa ética", por un acto en el que
no pudo actuar de otro modo, y que justifica que se le fuerce a renunciar a su
cargo, no es la misma consideración que se tiene, por ejemplo, para exigirle a Guillermo
Teillier que renuncie a su escaño, tras confesar su participación intelectual
en hechos de sangre contra chilenos.
Cuarenta
años vagando por el desierto de la intolerancia es más que suficiente. Ya es tiempo
de jubilar a una generación política completa que aún parece vivir en la lógica
de la Guerra Fría, azuzando a conveniencia a sus propias “Barras Bravas” de
odio e intolerancia. Chile requiere salir de su desierto. Sin olvidar, parece
forzoso perdonar y prometer evitar cometer los errores de antaño.
No
sería justo que en 10 años más fuera necesario escribir esta misma columna.
9 Comentarios
Un esfuerzo solemne por sacarse el pillo. La argumentación parte de burdos supuestos exculpatorios que instauró la historia más conservadora en Chile. Historia, por cierto, ampliamente superada por el revisionismo crítico. El artículo está, por tanto, desfasado desde el punto de partida.
ResponderEliminarEl tema de los falsos ídolos y becerros de oro me retrotraen a un conceptualismo propio del integrismo religioso, intentando aplicarlos desdeñosamente a procesos mundiales aperturistas y democratizadores ampliamente conocidos.
Sospechosamente, no veo en el artículo nada sobre la injerencia estadounidense en nuestro país, ni sobre el dinero que se entregaba desde Washington al Mercurio y a los gremios de camioneros para que incitaran al odio, bloquearan caminos y volvieron ingobernable nuestro país. Debo decir, a título personal, que si existieron verdaderos vendepatrias en Chile, fueron precisamente los golpistas y adherentes que entregaron parte importante de nuestra soberanía y recursos al intervencionismo de Estados Unidos y a unas cuantas transnacionales.
Sobre el perdón, creo que los militares y ciertos grupos hegemónicos de vieja raigambre contribuirían en algo a restaurar su alicaído honor si expresaran públicamente el profundo arrepentimiento que los embarga por haber sido partícipes, por acción u omisión, de una dictadura que desencadenó una horrorosa y nunca justificable carnicería entre los chilenos.
Tengan ustedes buenas noches
Se equivoca señor Qaseem, de no haber sido por el pronunciamiento hoy seríamos una ratonera de aislados y pobres sujetos en el confín del mundo. Hay que partir por reconocer las causas de lo que pasó en Chile.
ResponderEliminarBien, señor, Brunet. Justicia es poner las cosas en su lugar y decir que los rojos desgraciados empezaron todo. Y los perlas querían que no hicieramos nada mientras destruían el país. Brindo por la gesta heroica del 11 de septiembre de 1973.
ResponderEliminarEl viudo.
Una valiosa contribución a la comprensión de una época compleja.
ResponderEliminarUn saludo cordial, estimado Marcelo.
Saludos, Marcelo! Que bueno volver a leerte!
ResponderEliminarDespués de haberlo leído me vino a la mente el fragmento de una canción de un grupo noventero que rememora los sentimientos de los que sobrevivieron a aquellos años.
ResponderEliminarSoy un simple soldado y en esta guerra
muchos me quieren ver bajo la tierra.
No siento odio, no guardo rencores,
nunca les caí bien a los represores. Por suerte.
No hay olvido ni perdón,
a los que arruinaron mi nación.
No hay olvido ni perdón,
a los que arruinaron mi nación.
(..)
No temo equivocarme al decir que el sentimiento como nación está atravesado por la idea de no perdonar ni olvidar los crímenes de la dictadura y a ellos les decimos NUNCA MÁS. Los que se atreven a esbozar una defensa o justificación pronto reciben un repudio que les hace ocultarse y avergonzarse.
Muy buen escrito. Lo felicito y saludo.
jajajaja... tibieza socialdemócrata... los asesinos al paredón... si no hay justicia, habrá venganza... el pueblo hierve de rabia... junten miedo desgraciados...
ResponderEliminarJugo
Estas son justamente las palabras que, en parte, llevaron apueblo a pedir el pronunciamiento militar... el odio, la envidia, y siempre dicho en forma gneral y anónima, por eso pagaron justos por pecadores.
EliminarBajo un razonamiento económico del asunto, estimo que el golpe de estado fue un mal necesario para evitar, tal vez, una potencial guerra civil bajo las circunstancias vividas en la época, lo que, como bien dice esta columna no justifica de forma alguna los crímenes de lesa humanidad cometidos.
ResponderEliminarLo que hay que tomar de esa experiencia son a mi juicio 2 cosas muy importantes:
Primero: La llamada "Vía chilena al socialismo" No funcionó y Chile no es apto para un sistema social ni mucho menos comunista (Sin caer en detrimentos de tipo alguno).
Segundo: Ojala nunca mas la humanidad tenga que vivir matanzas y torturas de ningún tipo, ojala con ello apreciáramos mas nuestra inteligencia y voluntad basadas en la razón para que las decisiones futuras nos lleven a relaciones de diplomacia y dialogo, ante que a la fuerza que solo debería operar como ultima ratio.
Una Humilde opinion de un estudiante de Derecho.
Oscar A. Donoso H