GONZALO LEÓN -.
Una amiga escritora me dijo hace unos meses que una revista mexicana le había encargado un artículo sobre los cuarenta años del golpe de estado en Chile, y que lo que en un principio pareció fácil, lentamente comenzó a complicarse, porque escribir algo nuevo, que no se haya dicho –o incluso pensado– en estos cuarenta años, era una tarea casi imposible. Pasaron los días, las semanas, y mi amiga seguía sin escribir una sola línea: pasmada ante la amenaza de caer en el abismo del lugar común. Desconozco si consiguió su objetivo, si cayó en el abismo o si al menos envió “algo” a la revista. Eso ahora carece de importancia para mí, cuando por “sugerencia” de mi editor debo escribir sobre el 11 de septiembre de 1973.
Esta “fácil” tarea la vengo masticando hace dos semanas, pero recién ahora cuando llego de comprar verduras, y antes de tomar un café frente al Congreso, y antes de pagar la cuenta del gas subsidiada por el estado nacional (cada dos meses el equivalente a $2.100), constato la imposibilidad de decir algo nuevo sobre el tema. Quiero, o mejor dicho me propongo asomarme al lugar común, sin caer en el abismo (aunque eso se verá más tarde), y decir simplemente: Nunca Más. Los golpes de estado no pueden suceder nunca más, no porque la democracia sea un sistema perfecto, sino porque su interrupción implica necesariamente violaciones de los derechos humanos. No hay posibilidad alguna de dar un golpe de estado sin violar los derechos humanos. En esto hay un aprendizaje.
Pero como la idea es asomarme al lugar común, es el momento de analizar las construcciones que cierta izquierda ha hecho post golpe. El año pasado, el mismo día del aniversario del golpe en Argentina, fui hasta el Centro de Cooperación a escuchar a Karen Cariola y Camila Vallejo exponer sobre el golpe chileno. Fue sorprendente cómo mujeres que no vivieron el 11 (yo recién había cumplido los cinco años) repetían como loro una construcción: el 11 de septiembre había servido para imponer el neoliberalismo en Chile. No recuerdo si lo dijo Karen o Camila, o ambas, eso no importa. Lo que sí recuerdo es que uno de los moderadores, que sí había vivido el golpe argentino, espetó algo como “ah, igual que acá”. Lo cierto es que la Junta Militar en Chile no llegó para imponer el neoliberalismo, a diferencia de acá. Pero bueno, se entiende que después de unos años la construcción de nuestro golpe para Karen y Camila sea la misma en todas partes de América Latina, esto es imponer el neoliberalismo, como finalmente se impuso.
Para algunos entonces el 11 de septiembre, aparte de violar los derechos humanos, implicó la construcción de un modelo económico. Fue, en otras palabras, la oportunidad para hacer negocios para los mismos de siempre. El punto en cuestión es que para la época del golpe en Chile eso no estaba tan claro: se quería interrumpir un orden político-económico-cultural, que la derecha había llamado “caos”. Lo que para unos era orden para otros era caos y viceversa. Una vez instaurado ese orden, que ha hecho famoso a Chile en todo el mundo (el orden de su economía, de su política, de sus calles, de su gente), se podía hacer cualquier cosa. A partir de 1973 entonces se pudo haber instaurado una monarquía militar, si así hubieran querido sus dirigentes; en vez de eso hicieron una monarquía empresarial: los Lucksic, los Angelini, los Mengano y los Zutano.
Otro de los aspectos que siempre está detrás del Nunca Más es la memoria. El problema con apelar a la memoria, o forzarla, es que además de ser un sentido como la vista o el tacto, es otra construcción. Beckett en su célebre ensayo sobre Proust escribe: “El hombre con buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada”. El escritor irlandés se refería a que ese hombre tiene una memoria “uniforme, hija de la rutina”, pero también su himno “lo recuerdo como si fuera ayer” es además “su epitafio”, porque “es tan incapaz de acordarse del ayer como de recordar el mañana”. En otras palabras, la única memoria que vale es la involuntaria (la que Proust usa, por ejemplo, en En busca del tiempo perdido), porque ésta no sólo se aloja en nuestra mente, sino también penetra nuestros sentimientos. Y agrega: “La memoria está condicionada por la percepción”. Pero cuando se apela a la memoria, no se dice que se recuerden hechos percibidos por la gente, sino que es una memoria construida: esto es lo que hay que recordar. Es –por decirlo así– la otra cara del golpe, posee ya un carácter simbólico, y es al igual que el golpe una imposición de un orden: las cosas sucedieron de este modo. En este sentido esta memoria sería un “subproducto” del 11 de septiembre, porque funciona bajo su lógica.
¿Pero qué hacer entonces con esta construcción? Simple, o la habitas o la destruyes. En todo caso, siempre es más fácil habitarla. Aunque si eres “golpista”, será mejor que agarres el martillo, o mejor el combo. Como prefieras.
Publicado en Revista Punto Final y en el blog del autor el 06/09/2013.
1 Comentarios
La arbitraria memoria nos hace jugadas complejas.
ResponderEliminarExcelente escrito, estimado Gonzalo.