Parecido a la felicidad

GONZALO LEÓN -.

Víctor Jara siendo maquillado como mimo.
En mayo de 2012 y cuatro meses antes de que se conmemorara el natalicio número ochenta de Víctor Jara, un reportaje en televisión conmocionó a Chile: había una pista segura del asesino del famoso cantautor. El periodista chileno Luis Narváez, hoy avecindado en Buenos Aires y con vasta experiencia en derechos humanos y tribunales, fue quien investigó y puso en el aire aquel reportaje, que dio el empujoncito necesario para que la justicia a finales del año pasado procesara a ocho ex oficiales. Narváez, quien tiene entre manos un libro de investigación sobre los últimos días de Víctor, asegura que quien disparó contra Víctor Jara “está escondido en Estados Unidos” y que “hubo mandos superiores que ordenaron su exterminio, su nombre fue entregado por alguien a un consejo de guerra, y posteriormente esa orden fue llevada hasta el Estadio Chile por un oficial que hoy ya tengo identificado”.

Sin embargo, no sólo el asesino de Jara ha estado oculto por casi cuarenta años, sino también su pasado como mimo y director de teatro. El Víctor que se conoce y que se recuerda es el de cantante y mártir, aunque su verdadera vocación fuera el teatro.

Entre los años cincuenta y finales de los sesenta fue mimo profesional, estudiante de actuación en el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCh) y uno de los directores de teatro más importantes. En los noventa, Joan, su viuda, escribió una biografía (Víctor Jara: un canto truncado), en donde abordó su pasión teatral, y al final de esa década Mateo Iribarren montó una obra de teatro, en donde se mostraba al personaje Víctor Jara dialogando con un chico que llevaba una remera con su rostro estampado. También hubo un libro exhaustivo sobre su faceta teatral, escrito por Gabriel Sepúlveda; pero nada de esto fue suficiente: su imagen ha continuado unida al compromiso político y al canto.

¿Pero cómo llegó Víctor Jara a las tablas? En realidad su llegada al teatro fue una consecuencia de su experiencia como mimo profesional en la compañía de un discípulo aventajado del multifacético Alejandro Jodorowsky. En una foto de archivo se le ve a al cantautor siendo maquillado por su maestro, Enrique Noisvander, y en otra está con sus colegas de la compañía publicitando su obra. Son curiosas estas imágenes no sólo porque son bastante desconocidas, sino porque lo muestran más joven, de veintitantos años, con el entusiasmo de lo que sería a futuro.

Víctor Jara
(a la derecha, segundo de abajo hacia arriba)

en la Compañía de Enrique Noisvander.
Cuando finalizaba la década de los cincuenta, se matricula en la carrera de actuación en el ITUCh: ahí conoce a otros actores y también se hace amigo de un chico que luego se convertiría en el dramaturgo de sus primeras obras: Alejandro Sieveking, quien desde Chile cuenta que la llegada de Víctor Jara a la dirección fue otra casualidad: en realidad con diez compañeros estaban invitados a un festival a presentar una obra, pero algo falló, y muchos de los compañeros no pudieron asistir, así es que una idea de Víctor fue convertida en obra de teatro por Sieveking. Ésa fue la primera vez para Sieveking como dramaturgo y la primera para Víctor como director. La obra se llamó Parecido a la felicidad y surgió de una experiencia de la que Víctor fue testigo: una adolescente se va de su casa aprovechando que su madre está en Argentina para encontrarse con su amante, pero la madre llega antes de lo anunciado y comienza a buscarla.

La obra fue un éxito. Joan, que aún no conocía a Víctor, la recuerda así: “Cuando llegué aquí [Chile], encontré el teatro tan acartonado, tan antiguo. Ese fue un montaje fresco de verdad. Era natural, sin esa retórica”. Otros sencillamente no podían creer que se tratara de su debut en la dirección: “¿Eso fue lo primero, estás seguro? ¡Puta madre, qué increíble!”. Parecido a la felicidad fue puesta en la cartelera oficial del ITUCh y luego se fue de gira por Latinoamérica. En Buenos Aires, Víctor se paseó en auto con Tita Merello y Luis Sandrini. “Tita Merello”, recuerda la actriz chilena Bélgica Castro, “quería mi papel en la obra en Buenos Aires”. En algunos países que visitaron, aparte de la presentación de la obra en un teatro, se hacía otra en televisión. El diario La Nación de Costa Rica consignó una opinión sobre esta obra: “Hay que dar la voz de alarma a los lectores. El Nuevo Teatro de Chile es el acontecimiento teatral más excepcional que nos haya llegado en muchos años”.

De vuelta en Chile, decide abandonar la actuación e ingresar formalmente a la carrera de dirección, titulándose a los treinta años en 1962 con otra obra de su amigo Alejandro Sieveking: Ánimas de día claro. Es tan rápido el éxito de Víctor Jara en la dirección que tres años más tarde ya era un director consolidado: ese mismo año obtiene el Premio de la Crítica, pero también empiezan los problemas y las envidias en el ITUCh, donde los más de cuarenta actores bajo su mando reclamaban protagonismo. Pero continúa montando obras de autores chilenos e internacionales. Viaja a Inglaterra, conoce al actor Ben Kingsley (Gandhi y La lista de Schindler), quien años después lo recordaría en una entrevista: “Conocí a Víctor Jara cuando vino a visitar la Royal Shakespeare Company. Y cuando lo asesinaron, todos nos sentimos muy tocados y convulsionados”. También por esa época dirigió obras de Joe Orton, Megan Terry, e incluso del cineasta Raúl Ruiz.

Cuando terminan los sesenta hay un cambio en la vida de Víctor Jara: lo que hasta ese momento había sido su hobbie, es decir el canto, se convierte en su profesión. Según consta en su biografía, una conversación con la directiva del Partido Comunista habría sellado su futuro. Sin embargo, no abandona completamente su vocación y viaja en 1970 a Buenos Aires para el Primer Encuentro de Teatro Latinoamericano. Jorge Hacker, actor y profesor de teatro, recuerda su paso y lamenta no haberlo acompañado más: “Uno no se imaginaba lo que se venía; en Buenos Aires estábamos muy entusiasmados con lo que estaba pasando en Chile con Allende y los cambios sociales y políticos. En ese sentido Víctor era un informante muy valioso, y en esa época todos los actores éramos muy politizados”.

Nuevamente en Chile, Víctor renuncia al ITUCh y se dedica por completo a la música, con presentaciones en televisión, en donde interpreta sus recordadas canciones: Te recuerdo Amanda, El cigarrillo y muchas más. Pero a finales de 1972 vuelve a la dirección con motivo del megahomenaje que se le hace a Pablo Neruda por su Premio Nobel de Literatura; y justo cuando se venía el golpe de estado preparaba La virgen del puño cerrado, que se realizaría, desgraciada coincidencia, en lo que sería otro centro de detención y tortura: el Estadio Nacional.

Publicado en Tiempo Argentino

Publicar un comentario

0 Comentarios