ENCARNA MORÍN -.
“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia” (José Saramago).
La gaviota que al atardecer volaba sobre la playa de nuestra ciudad, ignoraba que sería atrapada en este instante, para realizar un largo viaje transoceánico allende los mares, adornando la mítica figura Salvador Allende.
Nuestro fotógrafo la captó y junto con el artista le dieron forma. Queríamos entre todos aportar algo creativo para conmemorar el fallecimiento del venerable doctor.
Esta mirada retrospectiva con el atardecer como decorado, nos lleva conmemorar el tristemente célebre día en que el legítimo presidente de Chile pronunció sus últimas palabras ante el mundo entero. Valientes palabras, dichas con la mesura de quien sabe que se juega todo lo que tiene, porque la apuesta es todo o nada.
“No se es valiente si no se tiene miedo” decía hace un instante el personaje de una película televisiva. El miedo es un sentimiento tan inherente al ser humano, como cualquier otro instinto animal. Recuerdo aquella perrita callejera que una vez los niños trajeron a casa. Había recibido tanto maltrato, que se orinaba encima y aullaba cada vez que uno de nosotros portaba algún objeto parecido a un palo. El peligro no estaba en el presente, pero sí en su memoria. Yuca, nuestra inofensiva canina, se lanzó una vez a ladrar ferozmente a un hombre que pasaba por la calle. Le enseñaba los colmillos y gruñía furiosa. Había conseguido convertir su temor en algo diferente. Todos en la casa creímos haber identificado a su torturador.
El presidente en La Moneda se parapetó tras el escudo de su cuerpo, con su voz como herramienta y sus reflexiones como testamento. Sabía que serían sus últimas palabras y quiso tener un recuerdo para todos y todas.
Allá en Isla Negra, el poeta del pueblo languidecía de tristeza. Los mascarones de proa que decoraban su jardín, lloraron aquella noche con él, derramando lágrimas de tinta verde sin sospechar que de ahí germinaría la hierba fresca de la esperanza.
Neruda tuvo el tiempo justo de terminar sus memorias para confesar que había vivido. Quizá en medio de su infinito dolor se preguntaría si la muerte en La Moneda hubiera sido la suya de no haber rehusado generosamente a encabezar la lista del Unidad Popular cuando estuvo propuesto para ello.
En otros lugares del mundo, mucha gente lloró aquella triste hora.
Los miles de muertos y desaparecidos también lloraron, junto con sus seres queridos. La tortura es simplemente incomprensible e injustificable. “Que yo sepa -y sé muy poco- ningún animal tortura a otro animal, y menos a un semejante suyo” dijo sabiamente José Saramago refiriéndose al abominable acto. Por eso es el momento también de lanzar a nuestro Atlántico flores de condolencia a tantos seres humanos en diferentes lugares del planeta que han sido víctimas de sus congéneres.
Y a los que vivieron la muerte cada día en aquellos campos de exterminio de Pinochet, en los que a menudo lo único que se pretendía comprobar era el aguante que tenía un ser humano ante la tortura. En este momento de manera simbólica, vamos a recordar a Anatolio Zárate y a Feliciano Cerda como dos de los tristes protagonistas del libro “El depertar de los cuervos”, y a Javier Rebolledo, por haber tenido la valentía de escribirlo.
También a aquel carabinero que fue asignado como “tutor” de Feliciano, que con el cuerpo descoyuntado y las plantas de los pies desolladas y quemadas, muerto en vida cada día, no podía moverse por su pie. La idea era que el carabinero le diera empujones y lo moviera de mala manera, le aplicara el gas como tortura, que siguiera con el maltrato en los lapsus en los que no era “interrogado”. Pero no lo hizo, sino todo lo contrario. Y este gesto hace que Feliciano le recuerde como la única persona que le trató casi humanamente.
- “Estoy vivo, no tengo el miedo que tenía antes, solo quiero que sean valientes y digan dónde están los desaparecidos. Me desgarraron el cuerpo pero no me quebraron el alma. Yo sabía que llegaría el momento en que podría contar todo esto. Que mi hijo o mis nietos no vayan jamás a cometer el error que cometieron con nosotros. Solamente cuando se sepa la verdad seremos un solo país. Hasta que esto no ocurra habrá dos: el Chile del dolor y el otro, el que quedó mirando y callando” -Feliciano Cerda, torturado en el campo de exterminio de Tejas Verdes-.
En este paisaje isleño en el que se ha superpuesto la imagen de Allende, muchos exiliados de su país y de otros países hispanoamericanos, ahogaron sus penas contemplando un mar que venía a poner distancia con sus lugares queridos y familiares, para salvar el pellejo, que no la paz del alma, arrancada a golpes y vejaciones. Jamás pudieron conciliar el sueño plácido y tranquilo, llevaban el miedo dentro, y no es fácil exorcizar a semejante demonio ni aún poniendo todo un océano de por medio.
Les he visto sufrir tomando mate, recordando a las madres de Mayo, a los desaparecidos, a los niños robados, a las voces sesgadas. Las últimas veces que durmieron en sus camas, fue con el temor de que llegara el coche siniestro a media noche, y golpeara la puerta violentamente, para llevarse a alguno de la familia que jamás retornaría. Recuerdo a una amiga muy querida, que a poco de llegar a este país, se colocaba junto a algún policía uniformado, para sorprenderse a sí misma superando la prueba de que no la iba agredir.
No estamos hablando política como bien dice Rebolledo, el joven escritor, estamos hablando de métodos que se remontan a la antigua China o al tribunal de la Inquisición. No hay nada que justifique esta atrocidad.
Otros muchos lugares fueron escenario de tortura y violación de derechos humanos en Chile: los campos de concentración de Isla Dawson, el Estadio Nacional y otros tantos hasta un total de 1168 lugares de detención a lo largo de todo el país.
Mientras nos horrorizamos en esta mirada retrospectiva, convivimos con las muertes actuales. Se hace un sordo silencio al hablar de Guantánamo, por poner un ejemplo. Pensamos que está lejos, que no es un asunto nuestro, queremos fingir que quizá no es para tanto. Pero existen, llevan años sufriendo, tienen sus madres y quizá sus hijos y se harán las mismas preguntas que Feliciano, Antonio Zárate y otros tantos torturados : ¿Pero por qué?
El gran Benedetti, transcribió en un artículo de El País una lúcida reflexión de Saramago a propósito de la definición de democracia.
“Es cierto que, en democracia, los pueblos eligen a sus parlamentarios, a veces a su presidente, pero luego esos gobernantes democráticamente elegidos, son presionados, dirigidos, administrados, manipulados y virtualmente suplantados, por grandes decididores supranacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Trilateral. "Y a éstos", preguntó Saramago, "¿quién los elige?”
Cuarenta años más tarde, muchos de los protagonistas de aquella barbarie siguen vivos, otros han pedido perdón, aunque según Feliciano que acepta las disculpas, dice que solo a dios le corresponde perdonar. No obstante, agradece que se le haya permitido contar lo ocurrido.
Hasta parece una broma macabra que en 1996 Cristian Labbé antiguo coronel del ejército, identificado por algún torturado al que se le cayera accidentalmente la capucha, fuera elegido como alcalde de Providencia por dieciséis años. Y que el difunto presidente y otros muertos y desaparecidos, figuraran en los censos electorales del año 2012. Nadie se había molestado en todo este tiempo en darles de baja. El último mensaje de Salvador Allende a su pueblo, en la mañana del el 11 de septiembre de 1973, contenía palabras no de amargura, sino de decepción.
- "Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía, la traición".
Autores de la imagen: Carlos Castillo y Kristhóval Tacoronte
“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia” (José Saramago).
La gaviota que al atardecer volaba sobre la playa de nuestra ciudad, ignoraba que sería atrapada en este instante, para realizar un largo viaje transoceánico allende los mares, adornando la mítica figura Salvador Allende.
Nuestro fotógrafo la captó y junto con el artista le dieron forma. Queríamos entre todos aportar algo creativo para conmemorar el fallecimiento del venerable doctor.
Esta mirada retrospectiva con el atardecer como decorado, nos lleva conmemorar el tristemente célebre día en que el legítimo presidente de Chile pronunció sus últimas palabras ante el mundo entero. Valientes palabras, dichas con la mesura de quien sabe que se juega todo lo que tiene, porque la apuesta es todo o nada.
“No se es valiente si no se tiene miedo” decía hace un instante el personaje de una película televisiva. El miedo es un sentimiento tan inherente al ser humano, como cualquier otro instinto animal. Recuerdo aquella perrita callejera que una vez los niños trajeron a casa. Había recibido tanto maltrato, que se orinaba encima y aullaba cada vez que uno de nosotros portaba algún objeto parecido a un palo. El peligro no estaba en el presente, pero sí en su memoria. Yuca, nuestra inofensiva canina, se lanzó una vez a ladrar ferozmente a un hombre que pasaba por la calle. Le enseñaba los colmillos y gruñía furiosa. Había conseguido convertir su temor en algo diferente. Todos en la casa creímos haber identificado a su torturador.
El presidente en La Moneda se parapetó tras el escudo de su cuerpo, con su voz como herramienta y sus reflexiones como testamento. Sabía que serían sus últimas palabras y quiso tener un recuerdo para todos y todas.
Allá en Isla Negra, el poeta del pueblo languidecía de tristeza. Los mascarones de proa que decoraban su jardín, lloraron aquella noche con él, derramando lágrimas de tinta verde sin sospechar que de ahí germinaría la hierba fresca de la esperanza.
Neruda tuvo el tiempo justo de terminar sus memorias para confesar que había vivido. Quizá en medio de su infinito dolor se preguntaría si la muerte en La Moneda hubiera sido la suya de no haber rehusado generosamente a encabezar la lista del Unidad Popular cuando estuvo propuesto para ello.
En otros lugares del mundo, mucha gente lloró aquella triste hora.
Los miles de muertos y desaparecidos también lloraron, junto con sus seres queridos. La tortura es simplemente incomprensible e injustificable. “Que yo sepa -y sé muy poco- ningún animal tortura a otro animal, y menos a un semejante suyo” dijo sabiamente José Saramago refiriéndose al abominable acto. Por eso es el momento también de lanzar a nuestro Atlántico flores de condolencia a tantos seres humanos en diferentes lugares del planeta que han sido víctimas de sus congéneres.
Y a los que vivieron la muerte cada día en aquellos campos de exterminio de Pinochet, en los que a menudo lo único que se pretendía comprobar era el aguante que tenía un ser humano ante la tortura. En este momento de manera simbólica, vamos a recordar a Anatolio Zárate y a Feliciano Cerda como dos de los tristes protagonistas del libro “El depertar de los cuervos”, y a Javier Rebolledo, por haber tenido la valentía de escribirlo.
También a aquel carabinero que fue asignado como “tutor” de Feliciano, que con el cuerpo descoyuntado y las plantas de los pies desolladas y quemadas, muerto en vida cada día, no podía moverse por su pie. La idea era que el carabinero le diera empujones y lo moviera de mala manera, le aplicara el gas como tortura, que siguiera con el maltrato en los lapsus en los que no era “interrogado”. Pero no lo hizo, sino todo lo contrario. Y este gesto hace que Feliciano le recuerde como la única persona que le trató casi humanamente.
- “Estoy vivo, no tengo el miedo que tenía antes, solo quiero que sean valientes y digan dónde están los desaparecidos. Me desgarraron el cuerpo pero no me quebraron el alma. Yo sabía que llegaría el momento en que podría contar todo esto. Que mi hijo o mis nietos no vayan jamás a cometer el error que cometieron con nosotros. Solamente cuando se sepa la verdad seremos un solo país. Hasta que esto no ocurra habrá dos: el Chile del dolor y el otro, el que quedó mirando y callando” -Feliciano Cerda, torturado en el campo de exterminio de Tejas Verdes-.
En este paisaje isleño en el que se ha superpuesto la imagen de Allende, muchos exiliados de su país y de otros países hispanoamericanos, ahogaron sus penas contemplando un mar que venía a poner distancia con sus lugares queridos y familiares, para salvar el pellejo, que no la paz del alma, arrancada a golpes y vejaciones. Jamás pudieron conciliar el sueño plácido y tranquilo, llevaban el miedo dentro, y no es fácil exorcizar a semejante demonio ni aún poniendo todo un océano de por medio.
Les he visto sufrir tomando mate, recordando a las madres de Mayo, a los desaparecidos, a los niños robados, a las voces sesgadas. Las últimas veces que durmieron en sus camas, fue con el temor de que llegara el coche siniestro a media noche, y golpeara la puerta violentamente, para llevarse a alguno de la familia que jamás retornaría. Recuerdo a una amiga muy querida, que a poco de llegar a este país, se colocaba junto a algún policía uniformado, para sorprenderse a sí misma superando la prueba de que no la iba agredir.
No estamos hablando política como bien dice Rebolledo, el joven escritor, estamos hablando de métodos que se remontan a la antigua China o al tribunal de la Inquisición. No hay nada que justifique esta atrocidad.
Otros muchos lugares fueron escenario de tortura y violación de derechos humanos en Chile: los campos de concentración de Isla Dawson, el Estadio Nacional y otros tantos hasta un total de 1168 lugares de detención a lo largo de todo el país.
Mientras nos horrorizamos en esta mirada retrospectiva, convivimos con las muertes actuales. Se hace un sordo silencio al hablar de Guantánamo, por poner un ejemplo. Pensamos que está lejos, que no es un asunto nuestro, queremos fingir que quizá no es para tanto. Pero existen, llevan años sufriendo, tienen sus madres y quizá sus hijos y se harán las mismas preguntas que Feliciano, Antonio Zárate y otros tantos torturados : ¿Pero por qué?
El gran Benedetti, transcribió en un artículo de El País una lúcida reflexión de Saramago a propósito de la definición de democracia.
“Es cierto que, en democracia, los pueblos eligen a sus parlamentarios, a veces a su presidente, pero luego esos gobernantes democráticamente elegidos, son presionados, dirigidos, administrados, manipulados y virtualmente suplantados, por grandes decididores supranacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Trilateral. "Y a éstos", preguntó Saramago, "¿quién los elige?”
Cuarenta años más tarde, muchos de los protagonistas de aquella barbarie siguen vivos, otros han pedido perdón, aunque según Feliciano que acepta las disculpas, dice que solo a dios le corresponde perdonar. No obstante, agradece que se le haya permitido contar lo ocurrido.
Hasta parece una broma macabra que en 1996 Cristian Labbé antiguo coronel del ejército, identificado por algún torturado al que se le cayera accidentalmente la capucha, fuera elegido como alcalde de Providencia por dieciséis años. Y que el difunto presidente y otros muertos y desaparecidos, figuraran en los censos electorales del año 2012. Nadie se había molestado en todo este tiempo en darles de baja. El último mensaje de Salvador Allende a su pueblo, en la mañana del el 11 de septiembre de 1973, contenía palabras no de amargura, sino de decepción.
- "Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía, la traición".
Autores de la imagen: Carlos Castillo y Kristhóval Tacoronte
6 Comentarios
http://documentomedia.cl/2013/09/04/pinochet-en-1972-allende-debe-renunciar-o-ser-eliminado-segun-documento-de-la-cia/
ResponderEliminarTodos los atropellos al ser humano nos conciernen, o nos debieran concernir. Las razones detrás de estos atropellos son siempre deleznables: codicia, odio, venganza, intimidación, supremacía de clases, ideologías que se superponen a otras. Nada justifica que un ser humano se alce contra otro, que lo sojuzgue, que lo aterrorice, que aplaste su voluntad, su libertad de pensar, incluso su integridad física. El terror se ha usado muchas veces en la historia, en distintos contextos, y siempre ha dejado un reguero de muerte, de pobreza, de odio y revanchismo. No debiéramos tolerarlo nunca más. Unir nuestras voces e influencias con esa convicción transversal. Nunca más.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, querida Encarna.
Gran conocimiento de nuestra historia señora Encarna Morín. Entiende el dolor. Buena prosa.
ResponderEliminarSaludos
Siempre en nuestra memoria.Salvador por las libertades de los pueblos oprimidos, Tu nos das ejemplo y fuerzas.Viva Chile.
ResponderEliminarDesgarrador relato amiga Encarna. La tortura es algo que se escapa a nuestra sensibilidad y que nos hace sufrir terriblemente. Nunca he entendido cómo el hombre es capaz de infligir a su congénere tando dolor, algo debe ocurrir en esas mentes en momentos así. O es que, verdaderamente, el hombre nace con un gen tan malévolo que no puede, no sabe o no quiere controlar. La tortura es superior a mis fuerzas y a medida que me hago mayor me duele infinitamente el sufrimiento que produce. Y me duele tanto el que se inflinge al hombre como a esos animalitos indefensos y tan fieles con sus torturadores. Bellísimo y muy doloroso relato amiga.
ResponderEliminarGracias Encarna, tu relato me emociona sinceramente y lo siento como una gran muestra de solidaridad con todos los perseguidos,prisioneros, torturados, muertos y desaparecidos de mi patria.
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