ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Hace años, las viviendas cartageneras estaban menos unificadas en sus estilos. A lo mejor el estado de pobreza en que la dejó la independencia generó una austeridad forzada. Sobresalían las villas de la isla de Manga y del Pie de la Popa. El resto eran quintas construidas por algún Instituto o el Banco Hipotecario y vividas por profesionales o empleados. Nada tenían que ver con el actual amontonamiento de ladrillos carcomidos, latas, mal gusto e indignidad con que la politiquería miserabiliza a los pobres. Como dice el carretero: Tírame un hueso.
Así en las manzanas se levantaban, cerca de las villas y quintas, casas de madera y techo de zinc y quedaban solares de arbustos donde se acomodaba algún mecánico, el carpintero, el puesto de fritos, o un campo para jugar tapitas.
Cuando la casa de madre y padre estuvo en el Pie de la Popa, al otro lado de la calle, entre agentes viajeros, administradores marítimos, médicos, abogados, maestros, ingenieros, representantes inmobiliarios, vivía una de las familias que integran alguna abuela, una sobrina, al núcleo de la madre viuda y tres hijos. El mayor comenzaba su vida artística de compositor y sonaba sin descanso el clarinete. Una de sus letras fue interpretada por Alejo Durán. En el patio de esa casa, de pretil alto, había cinco gallinas, un chivo, y el perro de rigor. La cerca era de alambres, láminas de madera, y pedazos de metal. La sobrina, Natalia, era de una belleza sin esfuerzo que una vez vista se volvía perturbadora aún al ser recordada. Tenía la misma edad que el músico y como toda belleza no miraba al mundo, sabía que lo adornaba.
Fue por Natalia, confiada a la crianza de la abuela, que oí por primera vez que las mujeres padecían el riesgo de ser violadas. La anciana no utilizó esa expresión. Dijo: son forzadas.
La abuela parecía dar una lección y explicaba como la voluntad de la mujer que se resiste al asedio es inexpugnable. Levantaba sus faldas tobilleras de colores reposados, con flores, y uno veía sus piernas convirtiéndose en raíces y la esponja de entrepierna canosa. Hacía un movimiento de bailarina y decía: aquí queda trabado el sagrario. Nadie ingresa.
La abuela no conoció las dictaduras del Sur. En su manual de brutalidades ponían la violación como método. ¿Cómo haría un criminal para poseer un cuerpo desmoronado por el sufrimiento y la crueldad? ¿Será la distinción entre el desquicie sexual y la tortura?
Esta semana hubo una denuncia por violación. Son muchas resueltas por la mano propia. El escándalo, lástima, no fue por el repudio al acto sino por el lugar. De esos donde una clase desesperada por la foto acude. Y por las declaraciones del dueño quien piensa que violar es una conducta incitada por la mujer. Extraña alienación que convierte a un asador de carnes en apóstol de lo inadmisible. ¿Por qué no habla del carbón y de los cortes del lomo?
Pintura: Segundo Huerta Torres
Pintura: Segundo Huerta Torres
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