El sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois o, como se hacía llamar, Ignacio Valente, tal vez el último crítico literario chileno de medios de importancia.
Wiltold Gombrowicz en Diario (1953-1969) se refería a la crítica polaca y a lo que él llamaba Artículos: “Todo en general se reduce a cuestiones personales, a una táctica estúpida y a una estrategia igualmente estúpida. Además, los Artículos tendrían que empezar por conocer más a fondo mi literatura y por reflexionar sobre ella, de lo cual no son capaces, porque únicamente son capaces de alusiones, muecas, chistes, puntapiés y otras piruetas”. Parece que los polacos ensayaban el tipo de crítica que hoy, sesenta años después, se hace en mi país. Y es que desde hace un tiempo los críticos chilenos se esfuerzan por señalar lo que merece ser leído, bajo una óptica tan estrecha que da la sensación de que sólo pueden ingresar ellos, sancionando de este modo un territorio muy parecido al de un country.
A este country todos mis colegas escritores quieren entrar, porque creen que ahí hay piscina, bebidas, en fin un paraíso del reconocimiento. Hay algunos que han sacrificado incluso sus creencias y han terminado escribiendo libros para poder acceder a él, adecuándose al gusto imperante, en cualquiera de las variantes de novela política: modelo 70, 80 o 90. Este tipo de narrativa mira más para atrás que para adelante, opera como un repaso de historia, como si en la narrativa chilena no hubiera futuro, no porque no hayan escritores buenos, sino porque a los críticos no les interesa el futuro, o se quedaron atrás, varados en el camino. Y en esta trampa han caído varios de mis colegas.
Estos escritores les han concedido poder a los críticos, cuando en el mundo la crítica no es tan importante; importan las ventas, y no sólo la de los bestsellers, sino también la de escritores serios como Roberto Bolaño o Mario Vargas Llosa. La crítica ha quedado relegada al mundo de la academia, que es donde puede hacerse un verdadero ejercicio crítico. El resto, como decía Gombrowicz, son “alusiones, muecas, chistes, puntapiés y otras piruetas”. En una entrevista reciente, Beatriz Sarlo contó que a principios de los 90 hubo una transformación fuerte en el campo cultural argentino: las tradicionales revistas especializadas, en donde los críticos ejercían su labor, quedaron apresadas “en un mercado que ya no es receptivo”, y fueron reemplazadas por los nuevos suplementos de cultura (Ñ, ADN), que se llevaron a los escritores que trabajaban ahí. La crítica, salvo contadas excepciones, la comenzaron a ejercer escritores.
Esta crisis de la crítica, sin embargo, no llegó a nuestro país. Se lee menos, hay menos comprensión de lo que se lee, hay menos escritores buenos que en los 60 o en los 70, pero hay más críticos. Cualquiera que le dedique su tiempo a leer puede convertirse en uno. Esto no es todo, porque de llegar al edén donde se sanciona lo bueno y lo malo, el crítico obtiene impunidad para decir lo que le plazca, aduciendo libertad de expresión o punto de vista. Hace un año el escritor y economista chileno Sebastián Edwards escribió una columna en donde señalaba que la mayoría de los críticos chilenos eran perezosos, escribían mal y odiaban a los escritores con éxito: “Si algún escritor tiene la temeridad de decir que los críticos son ensimismados o mediocres y saben poco de literatura, es atacado con furia hasta ser silenciado”. Edwards no sólo fue silenciado, sino que además uno de los críticos escribió una columna, en donde señalaba que “la victimización de Edwards (claramente ataviado con la camiseta del team de los escritores mancillados), bordea lo lastimero, y desafortunadamente, no es una actitud extraña en los escritores de la plaza”. Para este reseñista que usa la sagacidad como bufanda, la motivación de Edwards era la victimización y echaba al mismo saco a todos los escritores que alguna vez hemos recibido una mala crítica.
Este planteamiento ha pasado a ser un lugar común, esto es, si como escritor recibes una mala crítica y luego criticas a quien te la hizo, lo haces por venganza. ¡Vaya profundidad de criterio! Alejandro Zambra escribió en Facebook que mi animadversión hacia su obra era producto de una mala reseña que él me había hecho hace diez años. No sé cómo un escritor como él, comentado en muchas partes del mundo, es incapaz de tolerar que no me guste su obra. El lugar común de la cuestión personal es usado para rechazar cualquier posibilidad de equívoco; es decir uno cuando escribe sabe que en una de ésas está mal, pero el crítico sabe que siempre está en lo correcto. Reitero: quienes pusieron en este lugar a los críticos fueron mis colegas, porque tienen hambre de reconocimiento inmediato. De esta patética inseguridad se basa la seguridad de los reseñistas.
De vez en cuando doy un vistazo a los comentarios que escriben Camilo Marks, Pedro Gandolfo, Patricia Espinosa, si se me escapa uno, por favor perdónenme. Marks a su edad hace todo lo posible, en un geriátrico sería un genio, lástima que no existan revistas literarias para la tercera edad; Gandolfo se comporta como un principiante cuando escribe “en todos los aspectos importantes, Bahía Blanca confirma el talento de Martín Kohan y lo ubica entre los narradores más sólidos del siempre exigente panorama literario argentino” (por favor, avísenle que el panorama argentino no es tan exigente); las reseñas de Espinosa configuran un mundo tan personal que se vuelve difícil hacerse una idea de lo que se está publicando; Pedro Pablo Guerrero, a quien conozco desde la universidad, comentó La supremacía de Tolstoi, de Fabián Casas, sindicando al autor como el mejor de su generación, aquí cabe la pregunta de cuál generación, ¿la de los poetas de los 90, es decir mejor que Rubio, Laguna, Cucurto; o de la generación de narradores, es decir mejor que Fresán, Feiling, García Lao? La falta de rigor con lo que trabajan nuestros críticos es abismal. Más encima no hay derecho a réplica. Así cualquiera, muchachos.
Publicado en Revista Punto Final y en el blog del autor
2 Comentarios
Tremendo rugido León, buen artículo!
ResponderEliminarCompartido, buen artículo.
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