ROBERTO BURGOS CANTOR -.
La frecuencia con la cual se propone en las conversaciones literarias alguna reflexión sobre el Caribe, empuja a preguntarse por este interés o curiosidad.
La mayoría de las propuestas parecen suponer una idea homogénea sobre el término, cuando no un conocimiento común, compartido.
La probabilidad de entendimiento pasa por una acción, para situarse en el Caribe colombiano, que cuestione y despeje la larga y abultada suma de percepciones, prejuicios y concepciones infundadas o de alguna razonabilidad, con las cuales se ha descrito algo complejo y diverso.
Esa diversidad, rica por otra parte, se pierde en las visiones que a partir de experiencias superficiales y de reducida particularidad arrojan observaciones generales. Ellas van desde el carácter festivo, abierto, con tendencia a la holganza, de los habitantes, hasta el escaso aprovechamiento de una naturaleza deslumbrante con recursos naturales a disposición de la mano. Casi una reiteración del paraíso.
En las preguntas que se plantean a los escritores de ficciones, en relación con la posible influencia que el espacio o territorio llamado Caribe pueda tener en su oficio o sus producciones, surgen dificultades no siempre superables.
Hay cierta fatalidad en el hecho de nacer y vivir en una región determinada. A esta circunstancia inevitable el escritor agrega una opción voluntariosa: el refugio personal que funda y acrecienta con sus lecturas. A lo primero se encuentra vinculado por aceptación o por rechazo. A lo segundo, lo que agrega, se vincula por reconocer un mundo del cual siente que hace parte. Carga entonces un solar natal y un patio espiritual. De fusiones así se teje su espíritu. Tradición inevitable y tradición construida. A lo mejor se convierte en un caracol cuya casa a cuestas se diluye con las tormentas, se acrecienta con los vientos y ya no se detiene hasta el despojo, la desnudez.
Pero qué será el Caribe, tan distinto en sus islas y en los tramos de orillas del continente?
En qué se asemeja el Caribe de las fronteras, con sus enormes y antiguas tortugas de carey, volteadas sobre la arena después de caer en una red de arrastre; el trasiego de pobladores de etnias que resistieron conquistas y coloniajes, quienes crean un croquis con sus pasos, en qué se asemeja al que fue centro de la esclavitud negra y se llenó de funcionarios y jurisconsultos.
Un viajero sin intenciones se maravilla con el mar que aparece al fondo del abismo, al pie de altos acantilados, en algunos recodos de la carretera entre Santa Marta y Riohacha. Se acerca a Tibuya y en los tendales de comida ve frascos de suero con ajíes diminutos y picantes y la oferta de arroz de camarones salados. Son pequeños y de acentuado sabor y tienen la vena negra de veneno que perdió el poder al ser cocinados en agua de mar. En qué otro lugar preparan así este arroz? Y la raya ahumada?
Mundo inagotable.
2 Comentarios
Con la vista que tienen en el Caribe colombiano uno no puede más que escribir, la luz nunca falta.
ResponderEliminar"Mundo inagotable." Buena síntesis y buen escrito.
ResponderEliminarSaludos