Francisco una carta. Parece que guardan con prudencia comprensible la dirección de sus domicilios. Es evidente que remiten palabras desde algún recoveco desconocido donde el amor y sus manifestaciones sin código, se refugian.
Las veintisiete, como serán llamadas, igual que antes las once mil vírgenes, virtud o desperdicio, le cuentan al Papa de Roma los efectos sobre sus existencias de los vínculos maritales con ministros de su iglesia. Es decir mujeres amadas por curas, obispos, y con quienes, además, han atendido la orden sagradas de procrear o multiplicarse.
Que se sepa, el Vicario no ha respondido. Menudo asunto para este santo varón que ha descubierto las astucias del demonio en la riqueza, la indolencia ante la pobreza, la ostentación inútil del dinero, el mantenimiento de las guerras, el ejercicio de la violencia, la falta de compasión.
Nadie conjetura cuando serán desclasificadas las cartas de las veintisiete mujeres de las arcas selladas del papado. A lo mejor esta correspondencia, tan distinta de los asuntos celestiales de fina teología del Vaticano, de dogmas y renovaciones de la fe, de censos de convertidos, exorcismos y bulas, de sutil administración de los bienes de la tierra con reglas del cielo; no tenga aún su clasificación.
Podría imaginarse que el volcamiento en el papel de pasiones preservadas por años, y mantenidas en sigilo con voluntariosa lealtad y admirable locura, contiene enseñanzas y verdades que servirían a la humanidad para indagar la naturaleza del amor humano, y en este caso, además Divino.
Las veintisiete mujeres es probable que expongan su experiencia personal, sin duda no transmisible. Y a partir de allí se refieran con piadosa solicitud a las consecuencias del celibato.
La curiosidad crece y la imaginación surge para apaciguar el deseo de conocer o la simple debilidad humana por acercarse sin propósito a la vida ajena. Aunque aquí esta implicado Dios y las derivaciones místicas de las criaturas que lo aman por interpuesta carne de su sustancia.
Cómo expresa el sacerdote, por primera vez, su enamoramiento. En latín? O pura inspiración Divina que lo acerca a una circunstancia que algunos probaron en su período de alejamiento de la gracia.
Qué palabras se dicen para construir algo inesperado, sin código, y que a cada instante muestra la frontera entre lo humano y lo sagrado, sin aduanas. Reverencian acaso una incertidumbre insaciable.
Es más difícil conjeturar la respuesta de Francisco. En la locura del mundo, estos días en que caminó por el polvo y los muros de Tierra Santa, seguro llevaba en el bolsillo de auxilio de la sotana, Las florecillas del Poverello de Asís. Lo recuerda y reconoce el poder de la obediencia. Pero las mujeres son, a lo mejor, de la feligresía, no de la iglesia.
1 Comentarios
Muy buen relato con sus dosis de ironía y cuestionamiento. Muy ocurrente. Animo a Roberto a seguir contando. Nos ha dejado con la intriga...
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