CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Si me lo cuentan, habría pensado que no era nada nuevo
bajo el sol. Un cómic por entregas sobre seis personajes que conforman una
especie de liga para combatir el crimen, herederos de otro grupo que los
antecede (en realidad son siete personajes, si se considera al veterano que
los convoca y que pronto es hecho a un lado).
Los identificaremos por sus señas y nombres de batalla: un soldado
comando adicto a los puros, cínico y burlón, muy afín a la política de Estados
Unidos (El Comediante); un científico con poderes omnímodos y una visión global
del tiempo luego de sufrir un accidente cuántico en un laboratorio, motivo por
el cual el resto de la humanidad lo considera Dios (Doctor Manhattan); un
solterón de buen pasar y estudioso de las aves que cuida el vecindario de las
pandillas vistiendo una capucha inspirada en el plumaje de un búho (Búho
Nocturno II); un paladín admirador de Alejandro Magno, con habilidad para los negocios,
inteligencia superior y cuerpo cultivado como atleta, afanado en salvar al mundo
de su aniquilación (Ozymandias); un detective de sombrero e impermeable, protector
de mujeres indefensas, con una máscara que revela, a través de manchas de tinta
móviles, su estado mental, por lo general malhumorado (Rorschach); y una hija
de paladines entrenada por su propia madre, cumpliendo el sueño de ésta de que
su retoño siga sus pasos como luchadora contra el crimen (Espectro de Seda
II).
Si no conoce del asunto, es probable que haya pensado
como yo que se trata de una burda copia de superhéroes clásicos de las
compañías DC o Marvel y concluya que estos adefesios no tienen nada nuevo que
decir. Si es así, al igual que yo, se equivocó medio a medio. Tienen mucho que
decir y lo hacen bajo el rótulo de “Watchmen”.
A medida que vamos conociendo más detalles de esta
obra creada entre 1986 y 1987 por los ingleses Alan Moore (guion) y Dave
Gibbons (dibujo), el asunto se desordena, se vuelve tenebroso y muy peliagudo. La
historia parte cuando la existencia de estos “policías particulares” se encuentra
prohibida por ley en Estados Unidos, luego de desórdenes callejeros y casi una
guerra civil, en una suerte de universo paralelo a lo que ocurría durante los años
sesentas. En vez de avanzar de manera lineal, la trama va y viene en sucesivos
flashback y raccontos, más otros recursos narrativos que trascienden la técnica
del cómic usada hasta entonces: la autobiografía, los recortes de prensa, los informes
científicos, las alusiones culturales, los detalles escondidos, encuadres
cinematográficos y un largo etcétera que vuelven imprescindibles las relecturas si
lo que se desea es valorar la obra en toda su dimensión.
En los primeros recuadros se muestra como el Comediante
-el mayor del grupo y enlace de dos generaciones de paladines- es lanzado desde
el balcón de su departamento en caída libre, a varios metros de altura, hasta
reventarse en la acera. Motivos dio de sobra a muchas personas para realizar
esta acción: intentó violar a Espectro de Seda I cuando ambos formaban parte de
una liga de justicieros primigenia llamada Minutemen (aún más: él es el padre
de Espectro de Seda II, fruto de una breve relación con su colega, posterior al
vejamen). Vuelto agente del gobierno, el Comediante participa en la guerra de
Vietnam donde embaraza a una nativa. Cuando la muchacha le exige que responda
por su paternidad, él se niega y la desprecia. Ella reacciona hiriéndolo en el
rostro con el filo de una botella cortada, dejándole una marca de por vida. El
Comediante hace uso de su arma de fuego sobre su amante y el hijo en gestación,
ante la mirada pasiva del Doctor Manhattan.
Como era de esperarse, tanto el Comediante como el
Doctor Manhattan arrasan con las tropas vietnamitas, lo que le permite a este
último darse cuenta de su pérdida de interés por la especie humana, la misma
que lo considera Dios. Años antes, apenas conoce a Espectro de Seda II -por
aquel entonces una adolescente en quien su madre intenta superar la frustración
de haber transitado de cabaretera a integrante de Minutemen, para terminar de
actriz de películas para adultos y modelo de historietas de contenido
pornográfico-, Manhattan la hace su amante. De manera paralela, abandona a su
novia, quien en el futuro enferma de cáncer, responsabilizándolo a él de aquello,
dada la composición química de su organismo azulado, motivo por el cual decide
autoexiliarse en el Planeta Marte.
Búho Nocturno II es un admirador y, antes de la
prohibición, heredero natural del primer justiciero del mismo nombre. Este
último, también retirado, se dedica a reparar automóviles y es autor de una
autobiografía sobre su paso como Minutemen, donde no omite infidencias de sus
colegas, en especial de carácter psicológico, económico y sexual. En su condición
de civil solitario, Búho Nocturno II asume como paño de lágrimas de Espectro de
Seda II tras su ruptura con Manhattan (ella toma esa decisión cuando se percata
que el ex científico crea varias imágenes de sí mismo para entretenerla en la
cama y así poder continuar con las investigaciones en su laboratorio) y la
recibe en su departamento lleno de artilugios inútiles de su época de
justiciero. Sin embargo, el dueño de casa sólo puede responder sexualmente a
las insinuaciones de su alojada cuando ambos vuelven a vestir sus respectivos
trajes, dados de baja por imperio de la ley.
Rorschach, el único de los vigilantes de la segunda
generación que se niega a colgar la máscara tras la prohibición, vaga por la
ciudad buscando al asesino del Comediante, rompiendo chapas de puertas y torturando a los sospechosos que
encuentra en bares, tugurios y en sus propias casas (su especialidad es la
fractura de dedos) y rellenando con su caligrafía y sintaxis enrevesada una
suerte de diario de vida lleno de resentimiento y prejuicio. Pese a su credo
puritano, con fobia al sexo, moralista, conservador y pro imperialista, marcado
a fuego por su condición de hijo maltratado de una prostituta arrepentida de no haberlo abortado, Rorschach justifica la conducta del Comediante de una manera cándida,
incluyendo el intento de violación a Espectro de Seda, el mismo delito por el
cual acaba descuartizando al asesino de una niña. Tal es la admiración que el
enmascarado le profesa a su colega asesinado, que no descansará hasta dar con
su verdugo.
Los consumidores en cómics reconocen en “Watchmen” una
obra revolucionaria en temática, estructura, guion y narración. Corroboro este
juicio tras haber devorado en cuestión de días los seis tomos de una edición económica adquirida en
un quiosco de Santiago y siendo un lector ocasional del
género. Moore y Gibbons, los padres de esta criatura considerada la primera novela
gráfica publicada, han revelado que su gestación fue desde la distancia,
con premura, apelando a la espontaneidad y por encargo. Originalmente, se trataba
de personajes ya creados que la empresa DC proyectaba darles tiraje por una
cuestión contractual, pero el guion de Moore resultó demasiado prometedor y
radical como para negarle su autonomía. Partiendo de cero, Moore procedió a reescribir
las historias por etapas y enviarlas de inmediato por correo a Gibbons para que
éste las convirtiera a imágenes. Muchas veces el primero sólo vio el resultado una
vez publicado. Difícil imaginar esta situación en un cómic que parece haber
sido planificado hasta el último detalle, viñeta por viñeta, como un mecanismo
de relojería, profesión del padre del Doctor Manhattan, así que la comparación
no es casual ni menos original. Los expertos dicen que “Watchmen” cuentan con
un par de cabos sueltos. Siendo sincero, yo no le encontré ninguno.
Pasadas casi tres décadas desde la publicación de
“Watchmen” –que incluye una adaptación cinematográfica de 2008 del director Zack
Snyder que generó opiniones divididas entre los fanáticos, más el desprecio de
Moore y la venia de Gibbons- las interpretaciones de su verdadero significado
suman y siguen. Filosóficas, políticas, esotéricas, sociales, teológicas,
revolucionarias, existencialista y belicistas. Sin desmerecer el aporte sobrio y
a la vez experimental de Gibbons en cada viñeta dibujada, la personalidad del
escritor Alan Moore –reconocido anarquista, además de mago ocultista, enemigo
declarado de los superhéroes y defensor de las minorías: durante un tiempo
convivió con su esposa bisexual, los hijos de ambos y la amante de esta última-
hace pensar en cualquier cosa menos en inocencia pequeñoburguesa, pasividad
conformista ni menos un atisbo de apoyo al orden mundial. Yo intento tener mi
propia interpretación de este galimatías de hojas, colores y palabras, pero
poco importa. Lo que sí importa es animarle a usted a empaparse de esta novela
gráfica única en su estilo. Y si ya lo hizo y todo esto que le digo es chiste
repetido, reléala porque, de seguro, algo se le quedó en el camino.
2 Comentarios
Muy hábil este escrito; me dio gusto leerlo, aunque no soy adepta a este tipo de temas. Claudio, te comento que la novela del salvadoreño Róger Lindo, El perro en la niebla, salió en versión "comics" para el público adolescente
ResponderEliminarComplejos y deliciosos personajes. Un universo alterno. Excelente texto, estimado amigo.
ResponderEliminar