La poesía de un eternauta

GONZALO LEÓN -.

Hasta hace poco Fernando Araldi (Buenos Aires, 1975) no usaba su segundo apellido; hasta hace poco, digamos ahora tres años, se dedicaba a la fotografía, pero en ese tiempo la historia se encargó de que tuviera que reconocer los huesos de su padre, asesinado durante la última dictadura argentina junto a su madre, a otras dos hermanas y al padre de ellas, el gran guionista de historietas Héctor Oesterheld, famoso por la saga El eternauta. Tres años después de ese reconocimiento, Fernando firma con sus dos apellidos El sexo de las piedras (Mansalva), su primer libro de poesía, que indaga en cómo se puede tener memoria si, como él, no se tienen recuerdos de sus padres, de su niñez.

En el prólogo escrito por el poeta Arturo Carrera señala que “sólo la emoción puede reanimar el recuerdo –memoria en ese sentido; pura memoria, arte de atraer hacía sí una rememoración que parece querer extraviarse o borrarse para buscar y hallar el verbo que se evade; ir en busca del sentido desaparecido”. Carrera advierte que cualquier prólogo convencional en este caso se desarmaría, no serviría o quedaría empequeñecido ante la propia historia personal de Araldi Oesterheld, quien fue encontrado debajo de la cama “de donde se llevaron a mi madre”. Si bien resulta indudable que El sexo de las piedras habla de la memoria e intenta reconstruir un instante o una, dos o más vidas a través de la poesía, lo cierto es que el sujeto hablante declara una y otra vez su incompetencia para dar cuenta con palabras de ese instante, de esa historia. Son las imágenes las que ocupan ese lugar, imágenes como ésta: “la orfandad no es un sol //es una promesa /que se deja decir //atraviesa el silencio de lo real //porque lo real es un llanto /que en el fuego de la cuna /deja letras de ceniza”.

En el bar La Academia, ubicado casi en las intersecciones de Callao y Corrientes, Fernando Araldi Oesterheld bebe un café. Su figura menuda y el carácter del libro hacen que las preguntas vayan con cuidado, como a tientas. Sus respuestas, en cambio, son como su libro: vomitadas, sinceras, vivas, aunque breves. “Este libro comenzó con un proceso paralelo de terapia hace ya tres años”, cuenta. “Obviamente el tema de la orfandad está presente, pero esta orfandad es el mundo que me rodea”. Confiesa que no quiso narrar su mundo interior, ya que la distancia le parecía la mejor elección. De hecho esta distancia se amplía a la de una tradición poética reconocible, argentina o de cualquier tipo, distancia que es también orfandad: “Yo leo mucho más poesía que otro tipo de cosas, y me parecía que cuando lo estaba escribiendo, este libro era inclasificable. Pero además con respecto a la tradición, ¿cuánto dura una tradición?, ¿en qué momento específico se desarrolla?”. Al parecer Fernando no tenía tiempo para pensar en esas cosas, ya que estaba ante un trabajo muy personal.

Tan personal es el libro que hay veces en donde las palabras no alcanzan para mostrar ese pasado, esas sensaciones que lo involucraban a él de muy niño, debajo de aquella cama. “La escritura coincidió con encontrar y tener que reconocer los restos de mi viejo, ¡y eso me superó!”, dice a modo de explicación. Entonces la escritura funcionó como “instinto de supervivencia. Tenía que hacerlo”. De ahí su carácter inclasificable. Para hacerlo tuvo que “escribir de forma instintiva, como cuando vos estás en la oscuridad y tenés que apelar a otros sentidos y no tanto a la cabeza”. Hay una parte en el libro, dividido en dos partes, en donde se habla de esto: “el lenguaje espontáneo que se llena de color”. Para Araldi Oesterheld el lenguaje espontáneo tiene que ver con el factor sorpresa: “Con el instinto van saliendo cosas sin pensarlas, sin procesarlas, y ahí está el color, y todo por fin encuentra su sentido”.

El libro transita por varias imágenes, una de ellas es la de un hermafrodita, que recuerda al canto segundo de Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont. Allí el poeta usa la imagen de un hermafrodita para referirse a sus dos patrias: Uruguay (en donde nació y vivió hasta los catorce años) y Francia (en donde murió a los veinticuatro años). En el caso de este poeta argentino la imagen sirve para ilustrar “el segundo cero en el que el óvulo es fertilizado, y es querer volver al útero materno, el lugar de la felicidad absoluta”. En este punto viene una aclaración muy reveladora y a la vez contradictoria: “Ahora te quiero aclarar que para mí el tema familiar está resuelto. No me gusta la lágrima ni estar anclado al tema familiar. Tengo una vida de lo más normal”. Quizá eso mismo hace que en una parte de El sexo de las palabras escriba: “la memoria es una náusea”. Y esta sensación se explica, según él, porque de la historia de sus padres primero le decían una cosa y después otra, pero además “a mí no me interesa la memoria objetiva, como documento, yo no soy un teórico: la memoria para mí funciona desde la emoción”.

No resulta fácil que Fernando Araldi hable de su abuelo de buenas a primeras. Sólo después de un rato se anima a contar que hay un cuentito de su autoría incluido en su libro, que en una de sus partes dice así: “En algún lugar hay un cristal muy pequeño y muy extraño. Si alzás el cristal y mirás a través de él verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder: son tus pensamientos”. Fernando está más cerca de su abuelo de lo que se cree, ya que administra los derechos de su obra. Por eso aclara que Héctor Oesterheld “no es sólo un historietista, es un escritor. Optó por la historieta porque así podía llegar a más gente, pero tiene treinta cuentos de ciencia ficción que tienen una carga poética importante, potente”. Si con su obra opina contenidamente, cuando está en confianza, los elogios hacia su abuelo surgen de manera espontánea: “El eternauta y Mafalda, aparte de ser populares, han tenido la virtud de pasar de generación en generación. La importancia de mi abuelo se refleja en que hace poco un colegio fue bautizado con su nombre. Él escribió para educar, por lo que la iniciativa y el acto al que asistí fueron muy lindos”.

El día en que Estela de Carlotto anunció la recuperación de su nieto, Fernando justo se dirigía a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo por otro motivo. De ahí que la noticia le causara por un lado alegría y por otro tristeza, ya que su abuela que tiene casi la misma edad de Estela lleva buscando a dos nietos (a un hermano y a un primo suyos), “y ya está cansada: casi no va a Abuelas. En todo caso en nuestro caso lo más probable es que no los encontremos. Pero de todos modos me alegro por Estela y por Guido, porque con esto se recupera su identidad”. Esta ausencia familiar, advierte Fernando Araldi Oesterheld, también está presente en El sexo de las piedras y de paso anuncia que el próximo libro que tiene preparado no tiene nada que ver con éste.

Pero éste no fue el final de la conversación. Fernando poco a poco se empieza a soltar más, a hablar de poesía, de autores argentinos que sigue o admire. Pero como el café ya lo terminamos y no tengo dónde anotar, seguimos conversando y caminando por Corrientes hacia el centro, pasando el Obelisco. Así me entero que le gusta andar en moto y que el clima anunciado, otro error del Servicio Metereológico, había cambiado sus planes de aquel esperado paseo a Pergamino, a doscientos kilómetros de donde estamos. Una pena, se tendrá que quedar en la ciudad y dar una entrevista a una radio. En ese momento me doy cuenta de que, pese a que ya ha dado varias, no le gustan las entrevistas.


EXTRACTO

porque la ausencia transporta
toda memoria
que no puede reducirse
al polvo.

Hablar,

de un sentido
fugitivo en una zona
de respuestas:

yo,

hijo de mí mismo,

madre de mí mismo


Publicado en revista Punto Final y en el blog del autor (10/10/2014)
Imagen: Fernando Araldi Oesterheld

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