Mi linda y tremenda tierra

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Colombia es uno de los países, ¿país? (amontonamiento de diferencias) que podría ganarse el concurso mundial de máscaras.

Nos hemos vuelto expertos en astucias baratas, retóricas de altisonancia y bajo cuño. Encontramos un rosario de palabras gastadas para vestir el odio, la venganza, intereses de pacotilla, ineptitudes acomodadas.

Es probable que el diseño y los conceptos con los cuales se adelanta el proceso de conversaciones para ponerle punto al conflicto armado de 50 años, sea un motivo de orgullo para los colombianos que queremos la paz, no como negocio, si como forma de vida que nos merecemos con creces a pesar del castigo merecido por torpezas y ambiciones de crisocal de los avivatos, su elegante gesto de ladrones impunes.

Nunca antes habíamos visto reunido el expediente de intelectuales aplicados, se esté o no de acuerdo con sus teorías, analizado con respeto y rigor.

Tampoco la prueba de fuego de sentimientos de dolor dispuestos a deponerse para darle una oportunidad a la felicidad.

Los colombianos tenemos motivos de insatisfacción. Los criminales porque no han logrado su delito perfecto. Los trabajadores esforzados porque ven despreciada su voluntad de progreso y participación. Pero esta vez el ideal virtuoso aparece claro y con derecho a levantar la voz, a decir su canto.

Ello nos obliga a ser desnudos en el análisis y valientes en mostrar la verdad sin temor a molestar. Parece que llegó la hora de rechazar el ridículo, nuestra máscara preferida. La mentira, nuestro argumento saltarín.

Si el numero de colombianos que contó la autoridad electoral volvió el voto en un elemento único del programa que ofrecían los candidatos y respaldó la paz, la paz como se viene tejiendo, con esfuerzo, con inteligencia, con transparencia, tenemos el derecho completo a exigir seriedad.

No puede ser seriedad los berrinches de uno o de otro, el temor, esta larga historia nuestra buscando equilibrios imposibles que terminan por inclinar la balanza a favor de los de siempre. Los contratistas de honores de prostíbulo. No.

A quién se le puede ocurrir que un general de reconocidas capacidades de estratega de la guerra salga en traje de playa a navegar por ríos en zona de guerra como cazador de mariposas. Suficiente para que como dice mi amiga Adrienne Samos lo zampen al calabozo. ¿Y que esperaban? Que los del otro ejército lo invitarán a comer chontaduros asados y cerdo de patio.

Ni que decir que un senador, por razones que sobran, en lugar de llamar al Presidente de los colombianos para contarle lo que estaba ocurriendo, decide poner su emisora particular y vociferar algo que pone en ridículo al ejército de Bolívar. Consejo de guerra para los implicados.

Adelante con las conversaciones. A Colombia le llegó la hora de asumir sus verdades. Y si no, como hace años, que a los de la paz nos anexen al mar Caribe.

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2 Comentarios

  1. Hermoso país y hermosas mujeres, lástima la política y la violencia

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  2. Acertadas críticas, mucha lucidez y sensatez política en la voz de un enorme escritor.
    Saludos cordiales

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