ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Los lectores de los discursos de quienes reciben el premio Nobel de literatura habrán observado los temas que cada autor escoge para su disertación. Se trata de una especie de eje que propone clarividencias sobre la obra, o reflexiones sobre la libertad, elogios a la poesía, iluminaciones del mundo, condenas a los cautiverios , autobiografías, gratitud con los maestros.
Alguno tiene un destello que lo hace inolvidable, así Faulkner. Otro condensa la sombra que persigue, así Camus. Alguno no lo acepta y otros no van a recibirlo. No faltan los que bucean para rescatar una perla, así Perse o Heaney. Alguien agrega un canto a la naturaleza, es Neruda. O el elogio a la diferencia y lo particular de García Márquez. La humilde búsqueda del origen de la vocación que con gracia franciscana relató el contador Mo Yan. ¿Qué habría leído Cervantes si hubiera vivido la época de los premios y las competencias?
Por las sombras chinescas de la creación he sentido la verdad de las revelaciones, la riesgosa aventura para encontrarse a si mismo y descifrar sus libros, que propone el bello, espléndido, y hondo discurso de Patrick Modiano.
Desde los días en que uno salía del teatro Padilla, o el Rialto, y con fraternidad y sin altanerías recomendaba un filme de vaqueros, o comedia, no me he atrevido a dar consejos no pedidos. Tengo testigos, los que se devora Saturno. A pesar del hábito colombiano que nos lleva a convertirnos en boticarios y memorialistas de pleitos ambulantes.
Quizás, evitar compartir una buena noticia de la creación literaria, sea un acto egoísta, cuando no envidioso.
Las palabras de Modiano muestran un esfuerzo por compartir la aventura del autor que encuentra, con ocasión del premio, un motivo discreto para intentar desnudarse. No oculta su felicidad, la declara, y confiesa que es la primera vez, en tales circunstancias, que debe pronunciar un discurso. Ojala tomen nota quienes piensan que escribir hace fácil y sencilla la relación con las palabras y predispone a la oralidad. Y no, la relación es cada vez más difícil. El autor sale de una tensión no siempre resuelta, esquiva, plena de incertidumbres. Prefiere callarse y confundirse con la multitud. ¡Ay de aquellos que quieren representar algo: un país, un partido, una teoría!
El arte es libertad. Libertad bajo palabra, dijo el Paz no gruñón. O libertad de canción bajo la lluvia, y es bonito.
Modiano hace una pregunta que los ansiosos por los premios esquivan. ¿Por qué me escogieron? Esto lo lleva a una apreciación pertinente, más hoy con tanta seguridad de mecánicos de la escritura: Cuán ciego soy frente a mis propios libros.
Desde ese abismo el vuelo es una fiesta. La terminación de un libro no deja satisfecho, hasta el saber del lector.
Una imprecisión, dice que San Petersburgo es de Dostoievski. No. Es de Tolstoi. El endemoniado es dueño de Moscu.
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