RICARDO MENA -.
I.
Habíamos
quedado. Por enésima vez.
¡Sí,
habías quedado conmigo en que vendrías a las diez!
Y
mira: de nuevo juegas con mi tiempo como si fuera el tuyo.
II.
Supongo
que eso es lo que significa amar a una persona.
Supongo
que eso es
lo que significa: sacrificio.
Supongo
–no, no te pongas a llorar ahora, no uses esa estrategia de nuevo
conmigo— que tengo que sonreír y abrazarte y darte todo mi cariño
y mi amor y mi tiempo para que hagas con él lo que quieras. Es lo
mismo que uno hace cuando abraza una religión, ¿no? Supongo que tú,
en ese caso, eres mi diosa.
III.
Porque
como todo dios eres invisible.
Y
como todo dios tus pensamientos son inescrutables.
Y
como todo dios eres implacable, vengativa, y celosa de tu poder.
Epílogo.
La Faraona.
Creo
que vivimos en una torre de Babel porque no me entiendo contigo y
parece que hablamos diferentes idiomas; somos incapaces de quedar
siquiera para cenar a las diez, porque vienes a las doce, cuando ya
el restaurante está cerrando –camarero, sí, póngame una copa más
de ese whiskey caro que me dijo, sí, el más caro, y tráiganos la
cuenta.
Pero
te confesaré algo ahora. Algo misterioso que me resulta difícil de
entender.
Ayer
tuve en sueño. No, no tiene nada que ver con Martin Luther King,
sino con José el de Egipto. Soñé con un campo de trigo amarillo y
dorado y terso, mecido por la brisa del mar Rojo, y soñé con una
vaca flaca y luego con una vaca gorda y luego (estaba ya en la
profunda y freudiana fase REM supongo) soñé que la vaca gorda se
comía a la flaca y se comía el trigo y luego se tiraba al agua a
beber y soltaba un gran chorro de leche blanca y suntuosa que acababa
por convertir todo el mar Rojo en uno blanco y albino. ¿Se te
ocurre alguna interpretación para esto?
Espera,
aquí viene el camarero. No, no, yo no: ella pagará la cuenta.
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Extraido de Elegías a Talía, disponible en Amazon Kindle.
1 Comentarios
Hablas con Hathor o de ella, una vaquilla juguetona que no se deja torear ni sacrificar; hablas de una invisible diosa que te esquiva su carne tierna y sabrosa y te deja con la copa llena en la mano, a punto de derramarte en tinta sangre de viñedo
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