El blues de la despedida

PABLO CINGOLANI -. 

A Ricardo Labanca, el “68”
In memoriam

Los que andan por la vida sin saber de otra cosa que sentirla, y que en sentirla te va el cuerpo, te va la sangre, la vida misma
Los que sintieron que esa vida era lo único que tenían para enfrentar la existencia mezquina y cómplice que siempre impuso una oligarquía sin perdón y un capitalismo que nunca digirieron, e igual pasaron los años e igual siguieron poniendo el cuerpo
Los que vomitaban frente a cualquier situación que traficara esos sentimientos
Los que se cagaron encima de cualquier fórmula, transa, readecuación, adaptación, al sistema que sólo devora almas, que sólo se alimenta de vidas
Los que combatieron con las armas en las manos todo aquello
Los que se inmolaron por eso, librando las batallas más dignas de todas: todos los malos contra ellos, todos contra los que querían dignidad y soberanía para los otros, no para ellos, para el pueblo

Los que arreciaron más allá de un genocidio
Los que abrazaron a las madres de los que fueron arrasados y ocultados y negados tres veces negados
Los que siempre se sintieron más argentinos aún, más allá de tanta tragedia

Los que no tomaban café para hablar de Cortázar sino del Chacho y de sus hazañas y compartían sus mesas de ginebra y dolor y memoria con los poetas patagónicos y los poetas argelinos y los mendigos de la misma patria que anhelaban todos los condenados
Los condenados por una justicia que tardaba
Los condenados porque tardaba la justicia
La justicia de la tortilla que se da vuelta
O esa justicia cerril, irreverente, sin continente, a lo Evita

Los que tomaban vino, les aquietaba el espanto, y más luego se acordaban de Ella
Los que nunca se rendirían, a pesar de la democracia controlada, el imperialismo, la convertibilidad y la nausea
Los que compartían un vino pre mortem con Luca Prodan en la Plaza de Mayo en la Marcha de la Resistencia más triste de todas, más alucinante de todas
Los que se iban a buscar el mar tan cerca y tan lejos, y en el muelle de San Clemente del Tuyú, se prometían sirenas y caracoles para el día de la liberación total de la patria, para el día donde hasta las ballenas sean montoneras
Los que se sacaban la camisa para perfumar el aire
Los que también tenían un amor, un amor íntimo, y ese amor, para vos, se llamaba Laura

Los que defendían al blues del Mississippi como un arma más para la liberación nacional y social desde el Río de la Plata, porque ese blues era música de negros, de compañeros en busca de redención y que luchaban por lo mismo, y que sonaban igual que Atahualpa Yupanqui, o sea toda la Argentina

Los que se emborracharon de tristeza y nadie nunca jamás les pudo quitar esa puta resaca

Los que no tuvieron más derecho que al desgarro y su mapa, a esa desolación donde estaban escritas todas las cicatrices y todas las muertes, las antiguas y las por venir, hasta la tuya misma

Los que se apasionaron con la pasión, y no había espejo capaz de sabotearlos
Los eternos desadaptados a un sistema inmoral, incapaz de procesar los sentimientos
Los que nunca pidieron perdón porque de ellos eran todas las ofensas y todos los castigos

Los que fueron pájaros, pájaros libres, a su modo, los que se convirtieron en montañas, montañas invencibles, a su manera, los que no podían ser otra cosa que lo que eran en este mundo de mierda

Los que, a pesar de todo, nos seguimos riendo, celebrando el destino, la vida, la arena, la música, hasta la muerte misma

Nosotros, los militantes
Nosotros, los hermanos de la vida
Nosotros, los que compartimos el pan
Nosotros el dolor, nosotros la lucha, nosotros la patria

Nosotros, los que morimos en silencio
Nosotros, los que te vamos a ir a buscar allí a donde te fuiste
Nosotros, los que no te vamos a olvidar
Nosotros, los que queremos que vos no nos olvides

Nosotros tus hermanos
Tus amigos
Nosotros, tus compañeros.

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