ENCARNA MORÍN-.
Nos movemos en un mundo cambiante en el que la palabra, aval que para nuestros abuelos equivalía a la ley, carece a menudo de valor.
Se frivoliza tanto con ella, que nunca mejor dicho lo de que “No hay palabra mal dicha sino mal interpretada”. Palabras… fuera de lugar, fuera de contexto, lanzadas a la deriva, palabras malsonantes, palabras impulsivas… todas ellas son capaces de hacer mucho y no hacer nada.
Desde aquellos tiempos de la dictadura, tan conocidos por muchos de nosotros, en la que cualquiera podía ir a parar a la cárcel por opinar, expresar sus pensamientos e incluso, despotricar contra el régimen, hasta el momento actual, en la que todos fingimos que vivimos en libertad, no han cambiado tanto las cosas. Hablábamos entre líneas, a escondidas, mirando hacia los lados, desconfiando del amigo, del vecino, de cualquiera que pudiera estar camuflado.
En un mundo que se caracteriza por la emisión de imágenes y frases en forma de mensajes rápidos vía internet, totalmente irrecuperables, la palabra permite a menudo entrar en la más absoluta superficialidad. Y el código ético de nuestro entorno virtual y cotidiano exige en cada momento que lo que se dice, más que lo que se hace, sea políticamente correcto.
Así tenemos, por ejemplo, a doña Liria. Ella llega cada día a clase y mira aquellos adolescentes con cara de pocos amigos. Unos consentidos y vagos a los que sin dudar un instante colocaría en su sitio. Por algún motivo le recuerdan a su propio hijo cuando tuvo esa edad, fue un adolescente incontrolable al que tuvo que domar a costa de sermones, para que luego se convirtiera en un adulto mal agradecido, que ya ni siquiera la saluda por su cumpleaños.
Es profesora porque esta es su manera de ganarse la vida. Pero bastantes codos hubo de hincar en su juventud para conseguir su título de Licenciada en Farmacia, estudiando noche tras noche y renunciando a fiestas y salidas. Y estos pijos a los que se los dan todo hecho, se creen que se merecen cualquier cosa. Son muy sensibleros y no hay quien les diga una palabra más alta que la otra. Por eso, cuando lo tiene que hacer, lo hace a solas y sin testigos. Que se caguen encima, que sepan lo que vale un peine.
Y como van a entender algo en sus clases si es que no prestan atención. Si se aburren que se fastidien. Ella les da dos gritos y a la mínima ya están intimidados, pero eso no significa que se la tomen en serio. Tiene la certeza de que la odian en silencio, pero de poco les vale.
Doña Liria tiene claro que es la única persona autorizada para gritar y achicar a estos vagos con cara de niños de mamá que se creen con derecho a recibir una educación exquisita, a no aburrirse en clase e incluso a que ella haga el pino con la nariz si fuera necesario, para que entiendan toda la abstracción de la Física y las fórmulas químicas.
Entra cada día en el aula con cara seria y muy enfadada. Es una forma como otra de marcar la distancia. Y nada de “tú” ni de “Liria”. Y si alguno le sale respondón y le da por replicarle, hay una manera muy sencilla de resolverlo: un parte a dirección y tres días para su casa. Luego volverá igual que antes, sin enterarse de nada. Pero le habrá quedado claro quien tiene allí la autoridad. Su 17% de aprobados no es un fracaso personal, son estos gandules que lo quieren todo hecho. El nivel, hay que mantener el nivel y el que no llegue, que se pare en el camino. No todo el mundo tiene por que ir a la universidad. También hacen falta camareros, peones, limpiadoras…Total, que más da si a fin de mes y por todos los años que aún le quedan por delante, a doña Liria le van a pagar exactamente lo mismo.
Hay muchas doñas Lirias por el mundo, sembrando intimidación desde foros de poder. Aunque luego la palabra violencia esté criminalizada cuando no es políticamente correcta. Son las claves de las que dispone el sistema, una vez más, para que todo el sometido siga bajo su sometimiento. Hasta que llegue el momento en que se convierta en opresor.
En un mundo en el que la agresividad nos llega en forma de películas de ficción, noticias crueles frívolamente difundidas, guerras y atrocidades legitimadas por el poder, muertes injustas e innecesarias de seres vivos de todo tipo…el propio sistema para defenderse de sí mismo ha articulado leyes y normativas que regulan la violencia individual, real o imaginaria.
Está muy mal vista la xenofobia individual, sin embargo nadie, o casi nadie, cuestiona el racismo de Estado. Que miles de personas estén paradas en la frontera de Francia, por ejemplo, sin que se les deje entrar, o que otros tantos miles, sin agua ni provisiones, estén en altamar a la deriva, que cientos de hombres y mujeres desgarren su piel en la valla asesina de Melilla intentando cruzar al otro lado, generalmente sin éxito, es noticia, pero no remueve las conciencias de quienes sin embargo no dudan en llamar racista a quien no ha hecho más que aprender del mal ejemplo.
Un niño o joven en edad de ser educado, tiene las ideas e intenciones aprendidas de un sistema irracional e injusto. A menudo, al propio sistema le molesta verse en el espejo de los monstruos que ha ido creando. Para eso están las cárceles, los centros de menores, las leyes y los tribunales de justicia. No solo para quienes de vez en cuando los ocupan, sino fundamentalmente para los que están fuera y corren el peligro de pensar que no hay orden ni concierto.
Una vez que alguien entra en la rueda de la infortuna, del desprestigio personal por acosador, maltratador… es difícil quitarse la etiqueta. Por mucho que luego intente demostrar lo contrario. Quedan las palabras dichas que ahora son muy difíciles de recoger. Aunque solo sean palabras, sonidos que se lleva el viento.
Va a resultar que la política de El Caudillo respalda a doña Liria, que siembra el pánico de forma sutil y despiadada, para que luego esos pollos vayan a engrosar las filas de los indocumentados, los que se creen tontos e un inútiles. Ella no va a hacer nada para que consigan el título que no se han ganado a pulso. Si hasta les hace un favor viniendo cada día a tratar de enderezarles por el camino correcto. Y eso que lo de vender antibióticos y paracetamoles fue algo que en un momento casi llegó a interesarle. Hasta que cayó en la cuenta de lo que era el mundillo del instituto, en el que podía librar diez mil batallas y poner un poco de orden en aquel caos. Empezando por sus propios colegas, que dejaban a veces mucho que desear.
Muy cerquita en el espacio de doña Liria, se encuentra Sonia. Ella estudió letras, por culpa del matemático de turno que le hizo ininteligible aquel lenguaje de abstracciones absolutamente indescifrable. Cursó con éxito Filosofía y Letras con una beca y también se gana la vida intentando inculcar ética y valores morales a aquellos muchachos. Pero eso no significa que todo vale. Su asignatura será una “María”, pero allí no aprueba nadie que disienta y lo exprese de forma desafiante. Bastante tuvo que pelear en la universidad con aquellos profesores que se empeñaban en pasar lista, en que leyera los autores que ellos exigían y hasta con los compañeros de turno, que por un quítame ahí esas pajas se convertían en sectarios. Leninistas, troskistas, maoístas, cristianos de base… había un amplio número de siglas para los cuatro gatos con conciencia de clase que querían cambiar el mundo. Pero al menos entonces se luchaba por algo y se invertían horas en eternos debates en las asambleas, hasta conseguir llegar a un acuerdo consensuado.
Un buen día se anotó en la lista y se convirtió en profesora de instituto. Con cierto orgullo llevaba el mote de la hippie, puesto por sus alumnos. Le gustaba intercambiar con ellos ideas y opiniones, pero cuando se le enfrentaban, volviendo a traer al presente ideologías obsoletas por eso de ser rebeldes y manifestarse en contra, a Sonia le generaba mucha impotencia. Ya no iba a ser suficiente con suspenderles. Se merecían algo más. Y justamente lo que no tenía ella eran ganas de entrar a debatir con tanto indocumentado junto. Así que llamaba a sus padres y madres a capítulo y les decía que sus hijos estaban haciendo “apología de la violencia”. Detrás estaba el pasado histórico de cada uno, y por tanto la consabida frase del franquismo de “apología del terrorismo”, que sonaba a proscritos y delincuentes. Sonia hacía que aquellos progenitores se cagaran encima también. Que pusieran ellos las normas que para eso eran los padres y madres de estos descerebrados.
Eran solamente palabras… las de Liria, haciéndoles creer que la Física no estaba a su alcance, convenciéndoles de que eran unos vagos, y que solo por eso no aprobarían jamás su asignatura, incluso cuando en alguna ocasión les llamaba a solas y les decía que se merecían un par de buenos bofetones en la calle, que se iba a alegrar el día en que alguien se los diera.
También eran palabras las de Sonia, que quería que todos ellos y ellas tuvieran clara la violencia de género, el derecho a la opción sexual, la importancia de definirse claramente en contra de la guerra, defender la paz a toda costa. Con la esperanza de convencerles como fuera, se dedicaba a sacar una y otra vez en clase aquellos temas aunque sabía que levantarían ampollas.
Y luego estaban las palabras de ellos, aquellos chicos aburridos a los que poco interesaba de lo que se explicaba en aquellas cuatro paredes. Les gustaba llamar la atención y para ellos retaban a Sonia, aunque luego se llevaran un suspenso. No eran palabras suyas propias. Las habían escuchado en la calle, en la tele, en su mismo instituto incluso…fue así como se ganaron en las sesiones de evaluación la fama de machistas, homófobos y otros tantos calificativos, aunque ni siquiera sabían bien el amplio significado de tales palabras.
Y ahí estaba también don Paco. El profesor de historia más objetivo del mundo que se ganó un lugar en la vida de aquellos chicos porque logró despertar en ellos el interés por entender los acontecimientos de la historia para poder interpretar el presente. Don Paco no suspende a nadie, no porque sea un blando, sino porque siempre coloca a su alumnado en posición de éxito. Les deja claro que son valiosos y confía en ellos. Y los pibes responden. Los aconteceres de la historia se debaten en clase en un tono sereno e inteligente y en un futuro no muy lejano, más de uno de estos chicos será un prestigioso historiador. Paco es un ave de paso, ocupa una plaza de interino y el año que viene no sabe ni siquiera dónde volverá a trabajar.
Valquiria también forma parte de este conglomerado de palabras no dichas o mal interpretadas. Ella estaba un día paseando tranquilamente con su dueño cuando de repente, se encontró sola y a la deriva. Después de merodear por aquellos espacios antes intransitados, pasó hambre, sed y frio. Un día la subieron en un camión y fue a parar al albergue municipal. Allí estaba, en la jaula de los perros grandes, cuando llegaron los visitantes de aquella tarde. El chico le llamó la atención y corrió hacia él a saludarle. Una semana más tarde había salido de la perrera y vivía con él. Volvió a tener un hogar con la certeza de que esta vez nadie la abandonaría en mitad de la calle.
Valquiria se salvó gracias a doña Liria y sus colegas. El muchacho, malherido de cuerpo y alma, ya no tenía palabras para seguir fingiendo que aquí nada pasaba. Y un buen día se derrumbó. La madre, lejos de pensar que su hijo era un terrorista de la palabra, creyó en él. Recordó todos los buenos momentos vividos juntos desde su llegada al mundo. Dos días más tarde de aquel escabroso incidente de palabras, estaba fuera del instituto. En un nuevo ambiente, con nuevos amigos, sin etiquetas… todo comenzó a marchar sobre ruedas. Ir al nuevo centro se convirtió en gratificante y esperanzador. La relación con sus profesores se tornó cordial. Así que ahora él mismo estaba en condiciones de conseguir salvar a alguien. Y formuló un deseo.
La visita a la perrera era con el ánimo de elegir a un animal. Sin embargo fue ella, Valquiria, quien corriendo desde el fondo de la jaula, le eligió a él con mucho acierto.
Allá siguen destilando bilis doña Liria y su coro. Eso ahora es justamente lo que menos importa. Hay un camino hacia las palabras afables, alentadoras, optimistas, alegres, respetuosas y cordiales. Ese es el verdadero sendero del ser humano en conexión con sus iguales y con el resto de seres vivos. No importan cuantas palabras fueran necesarias para cambiar un gesto hostil, casi siempre funciona mejor una sonrisa.
-¿Qué hay que hacer?- dijo el principito-. Hay que ser paciente- respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mi, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
... Así el principito domesticó al zorro. (Antoine de Saint-Exupéry)
Fotografía: Kristhóval Tacoronte
6 Comentarios
Panorámica reflexión sobre el complejo mundo pedagógico. Excelente, querida Encarna.
ResponderEliminarEl sistema educativo, hecho a la medida de la sociedad que le ha creado, tiene como objetivo que todo siga en su sitio, guardando su orden. Sin embargo, hay muchos docentes que apuestan por el ser humano, por el respeto, por crear lazos afectivos... y gracias a ello podemos afirmar que si cambiamos el sistema educativo podremos conseguir algún día una sociedad más justa e igualitaria. No obstante, hay mucho camino por recorrer si miramos de frente la realidad a veces, fría y dura.
EliminarInteresante tema, muy bien expuesto y que da para pensar tanto como para evaluar cómo estamos. Muy bueno.
ResponderEliminarLa enseñanza...es cuestión de vocación, amor
ResponderEliminary trabajo. Si no eres feliz contigo mismo...qué
darás a los demás ?
Aprender es inherente al ser humano...sin embargo el aprendizaje se convierte cada vez más en una carrera de obstáculos. En medio de todo esto, no podemos olvidar que con afecto, cariño y empatía, el aprendizaje es mucho más efectivo. La pena es que todos y todas hemos sido víctimas y algunos repetimos errores. Unos más y otros menos. Todos tenemos en nuestro recuredo a aquel profesor que nos hizo amar la asignatura que enseñaba. Y la gran pregunta es.. ¿Y quien evalúa a un docente que suspende a tanta gente?
ResponderEliminarCambian las costumbres y las necesidades. Lo que hasta ayer funcionaba hoy ya no sirve. Es necesario readaptarse a cada nuevo contexto sin vulnerar los derechos de nadie.
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